“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; era la edad de la sabiduría, era la edad de la locura; era la época de la fe, era la época de la incredulidad; era el momento de la luz, era el momento de las tinieblas; era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación. Todo lo teníamos en frente de nosotros; nada teníamos en frente de nosotros. Estabamos yendo directo al cielo, estábamos yendo directo por el camino opuesto. En suma, ese período era tan parecido al nuestro…”.
Este bello y célebre primer párrafo de la poderosa novela de Charles Dickens, “Historia de dos ciudades”, expresa los sentimientos que muchos tenemos frente al presente y futuro de Colombia y del mundo. Dickens sitúa su relato al inicio de la Revolución Francesa, en 1789, que terminó siendo una época cargada de ilusiones y que logró grandes conquistas, pero también llena de temores y que condujo igualmente a terribles atrocidades. Hoy vivimos en Colombia y en el mundo una época semejante: llena de ilusiones y optimismo (que no son ilusos pues están fundadas en hechos y tendencias), pero también de temores y pesimismo (que tampoco son meros tremendismos pues están igualmente fundados en hechos y tendencias).
A nivel mundial, según autores como el profesor de Harvard, Steven Pinker, estamos viviendo la mejor época de la historia pues nunca el ser humano había gozado de mejores condiciones materiales ni de niveles tan altos de seguridad y libertad. Y tienen muchos datos a su favor, como los citados por Pinker en su reciente texto “Enlightment now” (La ilustración ahora): tenemos el PIB per cápita más alto y la mayor esperanza de vida de la historia, con los menores niveles de pobreza, mortalidad materna o infantil, y los mayores grados de escolarización. Tenemos globalmente los menores niveles de violencia y el mayor porcentaje de seres humanos que viven en sociedades y Estados que pueden ser calificadas como democracias razonablemente libres. Hay entones buenas razones para la esperanza.
Pero frente a ese optimismo ilustrado de Pinker, que a veces quiero compartir, hay razones para el temor y el pesimismo: los ascensos de populismos autoritarios en Venezuela, Turquia, Estados Unidos, Hungria o Filipinas, así como la expansión de la posverdad, muestran un deterioro de la democracia y un desencanto frente a ella que no parecen fáciles de enfrentar. El mundo, fragmentado en países que anteponen su interés nacional a la cooperación global, no logra enfrentar adecuadamente el cambio climático y otros deterioros ambientales, que ocasionarán grandes sufrimientos. Las desigualdades sociales se han incrementado en las últimas décadas en casi todos los países con sus graves consecuencias en términos políticos y de justicia. En muchos casos, las diferencias religiosas y culturales no están conduciendo a sociedades multiculturales pacíficas, como muchos querríamos, sino al cierre chauvinista de las fronteras y al ascenso de fundamentalismos y enfrentamientos violentos. Y no podemos descartar holocaustos nucleares con Trump y Kim Jong-un con el dedo puesto en el botón nuclear y haciéndose fierros. Hay entonces razones para el temor y el pesimismo.
Como en la novela de Dickens, vivimos globalmente una nueva primavera de la esperanza, pero igualmente un nuevo invierno de desesperación. Algo semejante ocurre en Colombia, como trataré de mostrarlo en escritos ulteriores. El desafío que enfrentamos es entonces que tengamos la lucidez para incrementar las razones para la esperanza y reducir los motivos de desperación.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; era la edad de la sabiduría, era la edad de la locura; era la época de la fe, era la época de la incredulidad; era el momento de la luz, era el momento de las tinieblas; era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación. Todo lo teníamos en frente de nosotros; nada teníamos en frente de nosotros. Estabamos yendo directo al cielo, estábamos yendo directo por el camino opuesto. En suma, ese período era tan parecido al nuestro…”.
Este bello y célebre primer párrafo de la poderosa novela de Charles Dickens, “Historia de dos ciudades”, expresa los sentimientos que muchos tenemos frente al presente y futuro de Colombia y del mundo. Dickens sitúa su relato al inicio de la Revolución Francesa, en 1789, que terminó siendo una época cargada de ilusiones y que logró grandes conquistas, pero también llena de temores y que condujo igualmente a terribles atrocidades. Hoy vivimos en Colombia y en el mundo una época semejante: llena de ilusiones y optimismo (que no son ilusos pues están fundadas en hechos y tendencias), pero también de temores y pesimismo (que tampoco son meros tremendismos pues están igualmente fundados en hechos y tendencias).
A nivel mundial, según autores como el profesor de Harvard, Steven Pinker, estamos viviendo la mejor época de la historia pues nunca el ser humano había gozado de mejores condiciones materiales ni de niveles tan altos de seguridad y libertad. Y tienen muchos datos a su favor, como los citados por Pinker en su reciente texto “Enlightment now” (La ilustración ahora): tenemos el PIB per cápita más alto y la mayor esperanza de vida de la historia, con los menores niveles de pobreza, mortalidad materna o infantil, y los mayores grados de escolarización. Tenemos globalmente los menores niveles de violencia y el mayor porcentaje de seres humanos que viven en sociedades y Estados que pueden ser calificadas como democracias razonablemente libres. Hay entones buenas razones para la esperanza.
Pero frente a ese optimismo ilustrado de Pinker, que a veces quiero compartir, hay razones para el temor y el pesimismo: los ascensos de populismos autoritarios en Venezuela, Turquia, Estados Unidos, Hungria o Filipinas, así como la expansión de la posverdad, muestran un deterioro de la democracia y un desencanto frente a ella que no parecen fáciles de enfrentar. El mundo, fragmentado en países que anteponen su interés nacional a la cooperación global, no logra enfrentar adecuadamente el cambio climático y otros deterioros ambientales, que ocasionarán grandes sufrimientos. Las desigualdades sociales se han incrementado en las últimas décadas en casi todos los países con sus graves consecuencias en términos políticos y de justicia. En muchos casos, las diferencias religiosas y culturales no están conduciendo a sociedades multiculturales pacíficas, como muchos querríamos, sino al cierre chauvinista de las fronteras y al ascenso de fundamentalismos y enfrentamientos violentos. Y no podemos descartar holocaustos nucleares con Trump y Kim Jong-un con el dedo puesto en el botón nuclear y haciéndose fierros. Hay entonces razones para el temor y el pesimismo.
Como en la novela de Dickens, vivimos globalmente una nueva primavera de la esperanza, pero igualmente un nuevo invierno de desesperación. Algo semejante ocurre en Colombia, como trataré de mostrarlo en escritos ulteriores. El desafío que enfrentamos es entonces que tengamos la lucidez para incrementar las razones para la esperanza y reducir los motivos de desperación.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.