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Tomo prestado en esta columna el bello título de la conocida obra de los años setenta del psicoanalista mexicano Santiago Ramírez para resaltar y apoyar una propuesta transformadora y audaz del gobierno Petro.
La propuesta, que ha pasado relativamente inadvertida, está contenida en el proyecto de ley estatutaria de educación y consiste en que el Estado garantice progresivamente tres años de educación inicial (o preescolar, como se la conoce coloquialmente): prejardín, jardín y transición.
Actualmente, la Constitución y las leyes que la han desarrollado solo garantizan un año de preescolar (transición) como derecho fundamental y esto explica, en parte, que mientras el acceso a este nivel ha mejorado, por el contrario, el acceso a los otros dos es muy bajo, especialmente en las zonas rurales y para los hogares de más bajos ingresos.
Aunque pueda no parecerlo a primera vista, esta desigualdad en la educación inicial es muy grave. Existe una evidencia abrumadora de que una buena educación preescolar representa un elemento crucial no solo para asegurar una mejor vida, sino para reducir las brechas sociales y fortalecer la movilidad social.
En una columna de hace más de 12 años, en la cual defendí la educación inicial, mostré esas evidencias, las cuales retomo y complemento brevemente.
James Heckman, el premio Nobel de economía, ha mostrado los beneficios de la educación inicial, en particular a partir de dos estudios que fueron realizados en el siglo pasado en Estados Unidos. Consistieron básicamente en tomar niños de barrios pobres y separarlos aleatoriamente en dos grupos: unos recibieron educación temprana y otros no. El seguimiento de esas personas durante décadas ha mostrado que quienes recibieron educación temprana han requerido menos ayuda estatal y han tenido menos problemas de drogas o criminalidad. Y, además, han mostrado mayor coeficiente intelectual, mejores resultados académicos en el largo plazo y mayores ingresos.
Estos resultados, que han sido confirmados por estudios posteriores, se explican además por ciertos hallazgos de la neurociencia. Antes de los 6 años, que es cuando un niño entra a primaria, ya se han formado la mayor parte de las sinapsis o conexiones neuronales, cuya riqueza depende de los estímulos a esa edad. La arquitectura neuronal, derivada de esos aprendizajes tempranos, tanto cognitivos como emocionales y sociales, es entonces la base sobre la cual se edifican los aprendizajes ulteriores. Por ello, la educación temprana, entre los tres y los seis años, tiene un impacto duradero sobre toda la vida.
Definitivamente, infancia es destino. Si queremos cambiar destinos y reducir las desigualdades en Colombia, debemos asegurar al menos tres años de educación inicial de calidad a toda la niñez. Esto, además, tendría impactos positivos en equidad de género, pues la carga del cuidado de los menores recae usualmente sobre las mujeres, y ayudaría a una mejor conciliación de la vida laboral y la vida familiar.
Por eso es tan importante esta propuesta del Ministerio de Educación, que complementa además esfuerzos previos, como la Ley 1804 de 2016, que plantea la poderosa idea del desarrollo integral de la infancia de cero a siempre. Todo esto obviamente requerirá fuertes inversiones. Pero, como ha mostrado Heckman, es difícil encontrar un gasto público más justificado: las personas con educación inicial de calidad no solo parecen tener mejores vidas, sino que, además, le cuestan menos al Estado y son más productivas. Según cálculos presentados por Heckman y otros, por cada dólar que la sociedad invierte en educación inicial, en especial la destinada a los niños de hogares pobres, obtiene un retorno de 8 a 18 dólares.
Es el momento de lograr un acuerdo político amplio en apoyar esta propuesta transformadora.
(*) Investigador de Dejusticia y profesor Universidad Nacional.