EXISTEN POCAS INVERSIONES QUE sean al mismo tiempo tan justas y eficaces económicamente como los gastos públicos destinados a suministrar una educación temprana y de calidad a las niñas y los niños de familias pobres y discriminadas.
La anterior tesis es del Premio Nobel de Economía 2000, James Heckman, y resulta particularmente relevante ahora que cursa en el Congreso un proyecto de reforma constitucional que establece tres años de educación preescolar, gratuita y obligatoria.
Heckman formuló esa tesis a partir de dos estudios que fueron realizados en los años sesenta y setenta del siglo pasado en Estados Unidos, que consistieron básicamente en tomar niños de barrios pobres de Michigan (en el “Perry Preschool Study”) o de Carolina del Norte (en el “Abecedarian project”) para dividirlos aleatoriamente en dos grupos: los niños de un grupo recibieron educación temprana de calidad, mientras que los del otro, no. Y luego se ha hecho un seguimiento de esas personas durante varias décadas.
Los resultados son significativos: según ambos estudios, quienes recibieron educación temprana han requerido menos ayuda estatal y han tenido menos problemas de drogas o criminalidad. Y, además, han mostrado mayor coeficiente intelectual, mejores resultados académicos en el largo plazo y mayores ingresos.
Las personas con educación temprana no sólo parecen tener mejores vidas, sino que, además, le cuestan menos al Estado y son más productivas. Es pues una excelente inversión, pues, según cálculos presentados por Heckman y otros, por cada peso que la sociedad invierte en educación temprana, en especial la destinada a los niños de hogares pobres, obtiene un retorno de 8 a 18 pesos.
Estos resultados, como lo explica Heckman, se explican por ciertos hallazgos de la psicología evolutiva y la neurología. Antes de los 6 años, que es cuando se entra a primaria, ya se ha formado la mayor parte de las sinapsis o conexiones neuronales, cuya riqueza depende de los estímulos a esa edad. La arquitectura neuronal, derivada de esos aprendizajes tempranos, tanto cognitivos, como emocionales y sociales, es entonces la base sobre la cual se edifican los aprendizajes ulteriores. Por ello la educación temprana, entre los 3 y los 6 años, tiene un impacto duradero sobre toda la vida.
La educación temprana tiene además otros impactos importantes en equidad de género, pues la carga del cuidado de los menores recae usualmente sobre las mujeres.
Desafortunadamente, Colombia está mal en la cobertura en educación preescolar para estratos pobres, en especial en los años 1 y 2. La cosa está un poco mejor en el año 3 o de transición, porque éste es obligatorio y gratuito conforme a la Constitución.
La propuesta de reforma constitucional, al hacer obligatorios los 3 años de preescolar, debería entonces beneficiar sobre todo a los niños pobres. Pero me temo que muchos se opondrán con el argumento de que costará mucho. Y es cierto que requiere recursos, pero esa posible objeción es inaceptable.
Debemos siempre esforzarnos por amparar los derechos humanos, incluso cuando su financiación sea mal negocio para la sociedad (aunque casi nunca sea así). Un derecho fundamental es algo que me deben otorgar o respetar, porque es esencial a mi dignidad como persona, aunque el costo de su provisión no sea económicamente productivo para la sociedad. Las niñas y los niños de escasos recursos tienen derecho a obtener una educación preescolar de calidad, con el fin de que puedan tener vidas más humanas y satisfactorias, por lo que deberíamos otorgársela, aunque no fuera una inversión socialmente eficaz. Pero lo cierto es que, como hemos visto, se trata de la mejor inversión social: ¿cómo puede entonces alguien oponerse a la universalización de la educación preescolar propuesta por esa reforma constitucional?
* Director del Centro de Estudio “DeJuSticia” y profesor de la Universidad Nacional.
EXISTEN POCAS INVERSIONES QUE sean al mismo tiempo tan justas y eficaces económicamente como los gastos públicos destinados a suministrar una educación temprana y de calidad a las niñas y los niños de familias pobres y discriminadas.
La anterior tesis es del Premio Nobel de Economía 2000, James Heckman, y resulta particularmente relevante ahora que cursa en el Congreso un proyecto de reforma constitucional que establece tres años de educación preescolar, gratuita y obligatoria.
Heckman formuló esa tesis a partir de dos estudios que fueron realizados en los años sesenta y setenta del siglo pasado en Estados Unidos, que consistieron básicamente en tomar niños de barrios pobres de Michigan (en el “Perry Preschool Study”) o de Carolina del Norte (en el “Abecedarian project”) para dividirlos aleatoriamente en dos grupos: los niños de un grupo recibieron educación temprana de calidad, mientras que los del otro, no. Y luego se ha hecho un seguimiento de esas personas durante varias décadas.
Los resultados son significativos: según ambos estudios, quienes recibieron educación temprana han requerido menos ayuda estatal y han tenido menos problemas de drogas o criminalidad. Y, además, han mostrado mayor coeficiente intelectual, mejores resultados académicos en el largo plazo y mayores ingresos.
Las personas con educación temprana no sólo parecen tener mejores vidas, sino que, además, le cuestan menos al Estado y son más productivas. Es pues una excelente inversión, pues, según cálculos presentados por Heckman y otros, por cada peso que la sociedad invierte en educación temprana, en especial la destinada a los niños de hogares pobres, obtiene un retorno de 8 a 18 pesos.
Estos resultados, como lo explica Heckman, se explican por ciertos hallazgos de la psicología evolutiva y la neurología. Antes de los 6 años, que es cuando se entra a primaria, ya se ha formado la mayor parte de las sinapsis o conexiones neuronales, cuya riqueza depende de los estímulos a esa edad. La arquitectura neuronal, derivada de esos aprendizajes tempranos, tanto cognitivos, como emocionales y sociales, es entonces la base sobre la cual se edifican los aprendizajes ulteriores. Por ello la educación temprana, entre los 3 y los 6 años, tiene un impacto duradero sobre toda la vida.
La educación temprana tiene además otros impactos importantes en equidad de género, pues la carga del cuidado de los menores recae usualmente sobre las mujeres.
Desafortunadamente, Colombia está mal en la cobertura en educación preescolar para estratos pobres, en especial en los años 1 y 2. La cosa está un poco mejor en el año 3 o de transición, porque éste es obligatorio y gratuito conforme a la Constitución.
La propuesta de reforma constitucional, al hacer obligatorios los 3 años de preescolar, debería entonces beneficiar sobre todo a los niños pobres. Pero me temo que muchos se opondrán con el argumento de que costará mucho. Y es cierto que requiere recursos, pero esa posible objeción es inaceptable.
Debemos siempre esforzarnos por amparar los derechos humanos, incluso cuando su financiación sea mal negocio para la sociedad (aunque casi nunca sea así). Un derecho fundamental es algo que me deben otorgar o respetar, porque es esencial a mi dignidad como persona, aunque el costo de su provisión no sea económicamente productivo para la sociedad. Las niñas y los niños de escasos recursos tienen derecho a obtener una educación preescolar de calidad, con el fin de que puedan tener vidas más humanas y satisfactorias, por lo que deberíamos otorgársela, aunque no fuera una inversión socialmente eficaz. Pero lo cierto es que, como hemos visto, se trata de la mejor inversión social: ¿cómo puede entonces alguien oponerse a la universalización de la educación preescolar propuesta por esa reforma constitucional?
* Director del Centro de Estudio “DeJuSticia” y profesor de la Universidad Nacional.