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Mi personaje del año es Fabiola Lalinde.
En realidad lo ha sido durante muchos años, pero quiero expresar públicamente mi admiración por ella en este año, pues creo que ha sido significativo para ella: su labor fue reconocida en septiembre con el “Premio Nacional por la Defensa de los Derechos Humanos 2015”, otorgado por Diakonía. Y en octubre, la UNESCO declaró que su archivo personal sobre la desaparición de su hijo era tan valioso que hacía parte del patrimonio de la humanidad.
Fabiola es la madre de Luis Fernando Lalinde, quien desapareció el tres de octubre de 1984. Durante los días y semanas siguientes, con el apoyo de su familia y de otros colombianos valientes, Fabiola buscó a su hijo. Pero sin resultados. Sin embargo, Fabiola no desfalleció; siguió buscándolo en los meses y años siguientes, con decencia y en forma pacífica, pero con valentía y perseverancia.
Su persistencia permitió esclarecer la verdad, al menos parcialmente: hoy sabemos que Luis Fernando Lalinde fue capturado por unidades del Batallón Ayacucho del Ejército cuando realizaba una labor humanitaria en el marco del proceso de paz que el Epl adelantaba con el Gobierno. Fue torturado, asesinado y enterrado como NN.
Esa persistencia permitió también a Fabiola encontrar parte de los restos de su hijo y logró inhumarlo en noviembre de 1996, después de más de 12 años de búsqueda. Fabiola siguió en esta lucha por la memoria y la justicia, no con afán vengativo, sino para mantener vivo a su hijo pues, como ella repite, sólo morimos cuando nos olvidan.
Su lucha ha tenido también propósitos más amplios, como la tienen la de la mayor parte de las víctimas que he conocido. Fabiola la entiende como una expresión de solidaridad con otras familias que han padecido horrores semejantes; y como un esfuerzo por evitar que este tipo de atrocidades vuelva a repetirse.
Fabiola, con su agudo humor, ha bautizado su lucha perseverante por la memoria su “operación sirirí”, para hacer referencia a esa pequeña pero valiente ave que es capaz de enfrentar a los gavilanes cuando éstos se llevan a sus pichones, al punto de que en ocasiones logra recuperarlos. Esta perseverante “operación sirirí” de Fabiola representa entonces la lucha permanente de la dignidad y la decencia contra el terror y la crueldad.
Muchos colombianos no conocen a Fabiola, pero su operación sirirí merece ser homenajeada.
Tengo la fortuna y el honor de conocer a Fabiola y a parte de su familia desde hace muchos años y tengo claro que son personas admirables y especiales. Su dolor y resistencia son únicos, pero creo que ese dolor y resistencia de Fabiola y su familia en cierta forma también simbolizan el dolor y la lucha de muchas otras víctimas y sus familias, que en Colombia han enfrentado dramas semejantes. Al rendir este homenaje personal a Fabiola quiero igualmente hacerlo a todas las demás víctimas del drama colombiano.
* Investigador Dejusticia y profesor Universidad Nacional