Respeto a quienes piensan votar en blanco porque se oponen al uribismo y a Petro. Pero discrepo de su posición pues parte de tres supuestos que no comparto.
El primero es que es indiferente quien gane. Pero no es cierto. Los riesgos de una victoria del uribismo son mucho mayores que los de una de Petro.
Si gana Duque, volvería a la presidencia un uribismo con débiles contrapesos institucionales, porque tendría amplias mayorías en el Congreso y enfrentaría unas cortes debilitadas por los escándalos de algunos magistrados. Además, el uribismo hoy es más extremista que Uribe en 2002 pues ha tejido alianzas con grupos religiosos que ponen en peligro la laicidad de nuestro Estado y los derechos de la comunidad LGBT y de las mujeres. Duque igualmente ha recibido el apoyo de las maquinarias electorales; su victoria reforzaría el clientelismo, que alimenta la corrupción. Asimismo, la presidencia de Duque pone en grave peligro la paz porque ha anunciado cambios sustantivos a los acuerdos con las Farc y aleja casi definitivamente cualquier perspectiva de paz con el Eln. Duque reforzaría las desigualdades pues ha anunciado reducción de impuestos a los ricos y se acompaña de duros críticos de la restitución de tierras. Pero eso no es todo: el uribismo volvería a la presidencia con rabia contra sus rivales pues se siente injustamente excluido del poder, por lo que sintieron como la traición de Santos.
El contrargumento de que Duque, con su discurso más moderado, no representa este uribismo extremista y revanchista, lo respondí con una ironía que retomo pues resume la situación: el lío es que Duque, como lo dice su apellido, es solamente un duque mientras que el rey de la coalición es otro y los duques le deben obediencia a su rey.
Petro es caudillista y le gusta la polarización, lo cual es grave. Por eso no soy petrista. Pero los riesgos de su presidencia son mucho menores porque tendría mayores contrapesos institucionales, por lo cual estaría obligado a concertar. Además, ha abandonado sus propuestas más problemáticas como la convocatoria presidencial de una constituyente. Su programa no es de extrema izquierda, pues respeta la propiedad privada, sino que simplemente busca una modernización igualitaria y ambientalmente sostenible de nuestro capitalismo, que es algo deseable. Su compromiso con los derechos de las minorías y las mujeres ha sido claro y su voto es esencialmente de opinión, por lo cual su victoria sería un duro golpe a las maquinarias electorales.
El segundo supuesto del voto en blanco es que un apoyo a Petro es inútil, pues Duque ya habría ganado. Pero esta actitud equivale a las “profecías autocumplidas”, que teorizó el sociólogo Merton. Duque terminaría ganando porque muchos votantes, que creen que Petro es menos malo, votan en blanco creyendo que Duque ya ganó. Pero aún no ha ganado, por lo cual todo ciudadano que piense que Petro es el mal menor debe saber que su voto en blanco o su abstención posibilitan el retorno al poder del mal mayor. Y debe asumir esa responsabilidad.
El tercer supuesto es que la única forma de fortalecer un centro no polarizante es el voto en blanco. Pero no es cierto. Un apoyo condicionado a Petro del centro, como lo han hecho Antanas y Claudia López, tiene el mismo efecto. Petro ahora sabe que muchos de los que votaremos por él en segunda vuelta no lo hacemos porque creamos que es un caudillo infalible, sino que representa el mal menor en esta polarizada elección. Y que nuestro apoyo no es entonces pétreo sino condicionado, por lo cual deberá renovar nuestra confianza día a día pues sabe que no dejaremos de hacerle oposición democrática en lo que corresponda.
(Aclaro que esta columna es personal y no compromete a Dejusticia ni a sus miembros).
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Si gana Duque, volvería a la presidencia un uribismo con débiles contrapesos institucionales, porque tendría amplias mayorías en el Congreso y enfrentaría unas cortes debilitadas por los escándalos de algunos magistrados. Además, el uribismo hoy es más extremista que Uribe en 2002 pues ha tejido alianzas con grupos religiosos que ponen en peligro la laicidad de nuestro Estado y los derechos de la comunidad LGBT y de las mujeres. Duque igualmente ha recibido el apoyo de las maquinarias electorales; su victoria reforzaría el clientelismo, que alimenta la corrupción. Asimismo, la presidencia de Duque pone en grave peligro la paz porque ha anunciado cambios sustantivos a los acuerdos con las Farc y aleja casi definitivamente cualquier perspectiva de paz con el Eln. Duque reforzaría las desigualdades pues ha anunciado reducción de impuestos a los ricos y se acompaña de duros críticos de la restitución de tierras. Pero eso no es todo: el uribismo volvería a la presidencia con rabia contra sus rivales pues se siente injustamente excluido del poder, por lo que sintieron como la traición de Santos.
El contrargumento de que Duque, con su discurso más moderado, no representa este uribismo extremista y revanchista, lo respondí con una ironía que retomo pues resume la situación: el lío es que Duque, como lo dice su apellido, es solamente un duque mientras que el rey de la coalición es otro y los duques le deben obediencia a su rey.
Petro es caudillista y le gusta la polarización, lo cual es grave. Por eso no soy petrista. Pero los riesgos de su presidencia son mucho menores porque tendría mayores contrapesos institucionales, por lo cual estaría obligado a concertar. Además, ha abandonado sus propuestas más problemáticas como la convocatoria presidencial de una constituyente. Su programa no es de extrema izquierda, pues respeta la propiedad privada, sino que simplemente busca una modernización igualitaria y ambientalmente sostenible de nuestro capitalismo, que es algo deseable. Su compromiso con los derechos de las minorías y las mujeres ha sido claro y su voto es esencialmente de opinión, por lo cual su victoria sería un duro golpe a las maquinarias electorales.
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El tercer supuesto es que la única forma de fortalecer un centro no polarizante es el voto en blanco. Pero no es cierto. Un apoyo condicionado a Petro del centro, como lo han hecho Antanas y Claudia López, tiene el mismo efecto. Petro ahora sabe que muchos de los que votaremos por él en segunda vuelta no lo hacemos porque creamos que es un caudillo infalible, sino que representa el mal menor en esta polarizada elección. Y que nuestro apoyo no es entonces pétreo sino condicionado, por lo cual deberá renovar nuestra confianza día a día pues sabe que no dejaremos de hacerle oposición democrática en lo que corresponda.
(Aclaro que esta columna es personal y no compromete a Dejusticia ni a sus miembros).
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