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Un interesante artículo de Juan Tokatlian la semana pasada en El Tiempo llama la atención sobre la trágica situación de Colombia en su búsqueda de la paz: si no superamos la prohibición y logramos la legalización de todas las drogas a nivel global, incluida la cocaína, entonces esfuerzos como la paz total probablemente fracasarán, incluso si son exitosos en lograr la desmovilización de todos los grupos armados, bien sean políticos, como el Eln, o puramente criminales, como el Clan del Golfo.
La razón es que, si persiste la prohibición y debido a lo lucrativo del negocio, aparecerán otros grupos dedicados al narcotráfico en reemplazo de los actuales, tal y como sucedió en el pasado cuando fueron desarticulados los carteles de Medellín o el de Cali que reemplazarán a los actuales, como ha sucedido en el pasado cuando. ¿Qué hacer entonces?
La solución parece fácil: superar la prohibición. Esa lucha tiene un sentido, pues la prohibición es equivocada e injusta: no sirve para reducir la oferta de sustancias como la cocaína, que incluso ha crecido en estas décadas de fútil guerra contra las drogas. Ha generado en cambio daños inaceptables, entre ellos, la aparición de las mafias del narcotráfico, con sus secuelas de corrupción y violencia. Existen alternativas a la prohibición: no el mercado libre de drogas, sino formas de regulación, fundadas en criterios de salud pública y adaptadas a las características y peligrosidad de cada sustancia.
Por eso es absurda, incluso alucinante, la campaña del Centro Democrático de impulsar una consulta llamada “No a las Drogas” para mantener la prohibición y así supuestamente enfrentar las violencias del narcotráfico, cuando el narcotráfico y sus violencias son engendrados por la prohibición…
La lucha internacional por lograr “alternativas a la prohibición” debe seguir y Colombia podría liderarla, puesto que, sin negar nuestras propias responsabilidades, hemos padecido la prohibición. El problema es que, por injusta e irracional que sea, la legalización de sustancias como la cocaína o la heroína no va a ocurrir en los próximos años. Y Colombia no puede esperar. ¿Qué hacer?
Tokatlián propone la creación de una comisión para fortalecer las voces éticas y políticas contra la prohibición. Esta idea puede tener sentido, aunque no estoy seguro de que aporte mucho más de lo que ya hace la “Comisión Global de Política de Drogas”, integrada, entre otros, por numerosos exjefes de Estado y gobierno que abogan, con evidencias sólidas, por la superación de la prohibición. Además, los resultados de esa eventual comisión tomarían años y nuestros problemas son inmediatos.
La propuesta de Tokatlian, aunque importante, es insuficiente. Por eso algunos hemos propuesto que, además de seguir impulsando “alternativas a la prohibición”, que es una lucha global de largo plazo, países como Colombia y otros de América Latina deben pensar también en el corto plazo en “alternativas en la prohibición”. Estas serían estrategias pragmáticas que, en el marco del actual régimen internacional, por criticable que este sea, minimicen sus efectos negativos, aunque siempre teniendo claro que la prohibición no resuelve sino agrava los problemas de abuso de drogas. De lo que se trata en el fondo, como lo proponen expertos como Peter Reuter, de llevar al campo de la producción y el tráfico, la perspectiva de “reducción del daño” que se usa frente al consumo. Así como esas estrategias no buscan a toda costa reducir el consumo sino sus daños, una visión semejante frente al tráfico no buscaría a toda costa reducir el tamaño del mercado ilícito de drogas, sino minimizar los daños que la prohibición ocasiona. En próximas columnas buscaré aterrizar esa idea.
(*) Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.