Una cosa es aprovechar y reinterpretar las obras de otra persona, otra incurrir en un descuido en una referencia bibliográfica, y una tercera muy distinta es cometer un plagio.
Lo primero es legítimo, lo segundo puede ser disculpable, mientras que lo tercero es siempre condenable. Pero me duele decir que Guillermo Reyes, quien como magistrado auxiliar fue durante varios años colega mío y de Juan Jaramillo en la Corte Constitucional, busca oscurecer esas obvias distinciones, para defenderse de las acusaciones sobre los plagios que pudo cometer en su tesis doctoral y contra su excolega Juan Jaramillo, ya fallecido.
Cuando Salvador Dali pintó su Autorretrato de Rembrandt, a nadie se le ocurrió que era un plagio, a pesar de que el artista catalán reprodujo parcialmente la pintura de Rembrandt. Era obvio que Dalí usaba esa “copia” como un homenaje al pintor holandés y para elaborar una nueva obra artística, pero sin presentar nunca como propio el autorretrato, que cualquiera entendía que era de Rembrandt. No hubo pues plagio, que es la presentación como propia de una obra ajena.
En otras ocasiones ha sucedido que, sin quererlo, un escritor presenta como propias algunas expresiones que son en realidad ajenas. Por ejemplo, en su ensayo La esfera de Pascal, Borges muestra que la poderosa metáfora que Pascal usa para definir el infinito (“es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”) fue casi literalmente formulada por otros escritores antes. Pero a nadie se le ocurre pensar que Pascal hubiera plagiado, sino que la literatura es misteriosa y se comunica en formas extrañas, por lo cual hay expresiones que pueden ser encontradas por distintos autores.
Puede incluso suceder que un escritor olvide poner unas comillas en alguna cita generando confusión sobre la autoría de ciertos apartes. Un error así puede ser excusable, pero sólo si es claro que no hubo negligencia del autor, pues todo académico tiene el deber de ser cuidadoso en el respeto al trabajo ajeno.
Una cosa muy distinta es entonces cuando un autor presenta como propios, no unas pocas líneas, sino párrafos enteros de otro autor. Esto es un plagio inaceptable pues muestra mala fe o, al menos, un total desprecio por el trabajo ajeno. Eso hizo Reyes pues, como bien lo mostró La Silla Vacía, presentó en 2004 como propios en un libro que lanzó con bombos y platillos al menos 35 párrafos transcritos literalmente de un artículo de Juan Jaramillo. Eso ya era muy grave en 2004, probablemente un delito. Pero la cosa es peor porque en 2014 volvió a presentar como propios, en otro libro, muchos de esos mismos párrafos, a pesar de que sabía que Juan, quien ya había fallecido, había protestado ante la editorial por esa copia de 2004.
¿Puede una persona así ser registrador, como aspira a serlo Reyes? No lo creo, pues si no pudo registrar lealmente la voz escrita de un colega, ¿cómo podemos esperar que registre lealmente las voces electorales de todos los colombianos?
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
Una cosa es aprovechar y reinterpretar las obras de otra persona, otra incurrir en un descuido en una referencia bibliográfica, y una tercera muy distinta es cometer un plagio.
Lo primero es legítimo, lo segundo puede ser disculpable, mientras que lo tercero es siempre condenable. Pero me duele decir que Guillermo Reyes, quien como magistrado auxiliar fue durante varios años colega mío y de Juan Jaramillo en la Corte Constitucional, busca oscurecer esas obvias distinciones, para defenderse de las acusaciones sobre los plagios que pudo cometer en su tesis doctoral y contra su excolega Juan Jaramillo, ya fallecido.
Cuando Salvador Dali pintó su Autorretrato de Rembrandt, a nadie se le ocurrió que era un plagio, a pesar de que el artista catalán reprodujo parcialmente la pintura de Rembrandt. Era obvio que Dalí usaba esa “copia” como un homenaje al pintor holandés y para elaborar una nueva obra artística, pero sin presentar nunca como propio el autorretrato, que cualquiera entendía que era de Rembrandt. No hubo pues plagio, que es la presentación como propia de una obra ajena.
En otras ocasiones ha sucedido que, sin quererlo, un escritor presenta como propias algunas expresiones que son en realidad ajenas. Por ejemplo, en su ensayo La esfera de Pascal, Borges muestra que la poderosa metáfora que Pascal usa para definir el infinito (“es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”) fue casi literalmente formulada por otros escritores antes. Pero a nadie se le ocurre pensar que Pascal hubiera plagiado, sino que la literatura es misteriosa y se comunica en formas extrañas, por lo cual hay expresiones que pueden ser encontradas por distintos autores.
Puede incluso suceder que un escritor olvide poner unas comillas en alguna cita generando confusión sobre la autoría de ciertos apartes. Un error así puede ser excusable, pero sólo si es claro que no hubo negligencia del autor, pues todo académico tiene el deber de ser cuidadoso en el respeto al trabajo ajeno.
Una cosa muy distinta es entonces cuando un autor presenta como propios, no unas pocas líneas, sino párrafos enteros de otro autor. Esto es un plagio inaceptable pues muestra mala fe o, al menos, un total desprecio por el trabajo ajeno. Eso hizo Reyes pues, como bien lo mostró La Silla Vacía, presentó en 2004 como propios en un libro que lanzó con bombos y platillos al menos 35 párrafos transcritos literalmente de un artículo de Juan Jaramillo. Eso ya era muy grave en 2004, probablemente un delito. Pero la cosa es peor porque en 2014 volvió a presentar como propios, en otro libro, muchos de esos mismos párrafos, a pesar de que sabía que Juan, quien ya había fallecido, había protestado ante la editorial por esa copia de 2004.
¿Puede una persona así ser registrador, como aspira a serlo Reyes? No lo creo, pues si no pudo registrar lealmente la voz escrita de un colega, ¿cómo podemos esperar que registre lealmente las voces electorales de todos los colombianos?
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.