Una cosa es pensar en convocar en algunos años y en un escenario de posconflicto una constituyente, con una competencia limitada, para que defina temas trascendentales pero que no han podido ser abordados adecuadamente por el Congreso, como el ordenamiento territorial. Otra cosa muy distinta es pensar en convocar una constituyente para refrendar e implementar un acuerdo de paz con las Farc.
La primera alternativa es necesario discutirla, pues puede ser útil o incluso necesaria, pero la segunda es un error, pues no sólo es inconveniente para la paz, sino que parece inviable. A los argumentos de la última columna de César Rodríguez en la misma dirección, que comparto, agrego dos suplementarios.
Primero sobre la viabilidad jurídica: la convocatoria de una constituyente requiere superar un umbral muy alto, pues la Constitución exige no sólo que el SÍ gane, sino que esos votos afirmativos superen la tercera parte del censo electoral. Al menos 11 millones de colombianos deberían votar a favor de que haya una constituyente, una votación que no ha sido alcanzada por ningún candidato, ni siquiera en elecciones presidenciales, que son las que tienen mayor participación. La votación más alta en la historia reciente fueron los nueve millones de Santos en la segunda vuelta contra Mockus, por debajo del umbral.
De pronto un acuerdo político por la constituyente que incluyera a todas las fuerzas políticas permitiría superar el umbral: pero esto parece imposible, pues la constituyente que quieren las Farc (probablemente designada y no electa) es muy distinta de la que quiere el uribismo y de la que sería aceptable para otras fuerzas.
Segundo sobre la conveniencia: varios estudios comparados recientes, como los de las profesoras Harrie Ludsin o Vicki Jackson, permiten concluir que, contrariamente a lo que se creía antes, las constituyentes no son buenos escenarios para cristalizar acuerdos de paz. La razón es sencilla: la situación que se vive en el momento de firmarse un acuerdo de paz es usualmente incompatible con las condiciones requeridas para que una constituyente funcione bien.
Piensen tan sólo en la dejación de armas. Es difícil que un grupo armado acepte dejar las armas antes de que la constituyente haya sido elegida y haya ratificado el acuerdo de paz. Pero eso significaría que la elección de la constituyente y su deliberación deberían hacerse mientras el grupo sigue armado y amenaza volver a la guerra, lo cual no sólo es muy difícil de aceptar para el Estado, sino que hace casi imposible la deliberación libre de la Asamblea Constituyente. Por ese tipo de tensiones, y otras que no puedo abordar en esta columna, muchas constituyentes recientes han fracasado como instrumentos para lograr la paz, como sucedió en Irak o en Nepal.
No deberíamos excluir una constituyente en algunos años, pero la refrendación e implementación de los acuerdos no debería pasar por la convocatoria de una constituyente, sino por otros mecanismos, que describiré en próximos textos.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
Una cosa es pensar en convocar en algunos años y en un escenario de posconflicto una constituyente, con una competencia limitada, para que defina temas trascendentales pero que no han podido ser abordados adecuadamente por el Congreso, como el ordenamiento territorial. Otra cosa muy distinta es pensar en convocar una constituyente para refrendar e implementar un acuerdo de paz con las Farc.
La primera alternativa es necesario discutirla, pues puede ser útil o incluso necesaria, pero la segunda es un error, pues no sólo es inconveniente para la paz, sino que parece inviable. A los argumentos de la última columna de César Rodríguez en la misma dirección, que comparto, agrego dos suplementarios.
Primero sobre la viabilidad jurídica: la convocatoria de una constituyente requiere superar un umbral muy alto, pues la Constitución exige no sólo que el SÍ gane, sino que esos votos afirmativos superen la tercera parte del censo electoral. Al menos 11 millones de colombianos deberían votar a favor de que haya una constituyente, una votación que no ha sido alcanzada por ningún candidato, ni siquiera en elecciones presidenciales, que son las que tienen mayor participación. La votación más alta en la historia reciente fueron los nueve millones de Santos en la segunda vuelta contra Mockus, por debajo del umbral.
De pronto un acuerdo político por la constituyente que incluyera a todas las fuerzas políticas permitiría superar el umbral: pero esto parece imposible, pues la constituyente que quieren las Farc (probablemente designada y no electa) es muy distinta de la que quiere el uribismo y de la que sería aceptable para otras fuerzas.
Segundo sobre la conveniencia: varios estudios comparados recientes, como los de las profesoras Harrie Ludsin o Vicki Jackson, permiten concluir que, contrariamente a lo que se creía antes, las constituyentes no son buenos escenarios para cristalizar acuerdos de paz. La razón es sencilla: la situación que se vive en el momento de firmarse un acuerdo de paz es usualmente incompatible con las condiciones requeridas para que una constituyente funcione bien.
Piensen tan sólo en la dejación de armas. Es difícil que un grupo armado acepte dejar las armas antes de que la constituyente haya sido elegida y haya ratificado el acuerdo de paz. Pero eso significaría que la elección de la constituyente y su deliberación deberían hacerse mientras el grupo sigue armado y amenaza volver a la guerra, lo cual no sólo es muy difícil de aceptar para el Estado, sino que hace casi imposible la deliberación libre de la Asamblea Constituyente. Por ese tipo de tensiones, y otras que no puedo abordar en esta columna, muchas constituyentes recientes han fracasado como instrumentos para lograr la paz, como sucedió en Irak o en Nepal.
No deberíamos excluir una constituyente en algunos años, pero la refrendación e implementación de los acuerdos no debería pasar por la convocatoria de una constituyente, sino por otros mecanismos, que describiré en próximos textos.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.