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En mi última columna expliqué por qué la norma transitoria que alarga el período de alcaldes y gobernadores para buscar la unificación de las elecciones nacionales y territoriales es antidemocrática y groseramente inconstitucional. En esta columna muestro que la propuesta misma de unificación de estas elecciones, incluso con un buen régimen de transición, es una mala idea para la democracia colombiana.
El efecto esencial de esta unificación es que tendremos unas elecciones generales en donde en un solo día, cada cuatro años, votaremos por alcaldes, concejales, gobernadores, diputados, representantes y senadores. Y unas semanas después por presidente. El resultado es obvio: las dinámicas electorales nacional y territorial se condicionarán mutuamente en forma intensa, pues son pocos los ciudadanos que en una elección general separan su voto local y su voto nacional. La gran mayoría tiende a votar por las mismas fuerzas políticas tanto a nivel local como a nivel nacional, lo cual tiene al menos tres implicaciones negativas.
Primero, ahoga la democracia local, pues los debates y movimientos políticos nacionales tendrán una incidencia decisiva en las votaciones locales. Será entonces muy difícil que surjan movimientos políticos locales o regionales renovadores, que ganen al electorado local, con una relativa independencia de las dinámicas nacionales.
Una de nuestras riquezas democráticas en las últimas décadas ha sido precisamente el surgimiento de esos movimientos políticos locales y regionales renovadores, en donde han surgido además liderazgos políticos muy importantes. Todo eso fue posible porque la Constitución de 1991 separó las elecciones nacionales y regionales, a fin de fortalecer y enriquecer la democracia local y las autonomías territoriales. Todo esto quedaría en grave riesgo si las elecciones son unificadas, con grave afectación del pluralismo y de la democracia local.
Segundo, y ligado a lo anterior, la unificación de elecciones incrementa los riesgos de polarización, pues el alineamiento político nacional tenderá a replicarse en las elecciones locales, con lo cual se forman identidades políticas más rígidas. Por el contrario, la separación de las elecciones permite más fácilmente que una persona vote por un partido a nivel nacional y luego, dos años después, vote por otra fuerza a nivel local. Las identidades políticas son entonces más fluidas y plurales, lo cual reduce la polarización, que es uno de los peores males de las democracias contemporáneas.
Finalmente, la unificación de las elecciones hace que las fuerzas ganadoras a nivel nacional carezcan de contrapesos locales, pues se trataría probablemente de las mismas fuerzas. Los riesgos de copamiento de todo el Estado por esas fuerzas triunfantes coyunturalmente en una sola elección general son entonces grandes, con lo cual corremos el riesgo de que cometan abusos.
Es el riesgo de la tiranía mayoritaria, que tanto temieron los padres de la Constitución de Estados Unidos, como James Madison, por lo cual evitaron cuidadosamente que hubiera elecciones generales, pues temían que todo el Estado pudiera ser copado por una misma mayoría en una sola elección. Por eso no solo adoptaron el federalismo, que separa las dinámicas federales y estaduales, sino que a nivel federal separaron los períodos del presidente (cuatro años), de los senadores (seis años, que se renuevan por tercios cada dos años) y de los representantes a la Cámara (períodos de dos años). Pero, claro, algo va de Madison a… Macías.
* Investigador de Dejusticia y profesor Universidad Nacional.
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