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El valor de la producción cafetera del país equivalió solo al 1 % del PIB el año pasado. Hace 50 años, Colombia era considerado un país monoexportador porque más del 80 % de sus ventas al exterior eran de café. Eso representaría el 9 % del PIB para 578.000 toneladas producidas anualmente en los años 60 del siglo pasado. El paisaje cafetero era uno muy verde, en el que los cafetos eran protegidos por árboles que les proveían sombra.
En términos de participación en el mercado mundial, Brasil ocupa el primer lugar, con una producción de 3.750 millones de toneladas, Vietnam nos desplazó del segundo lugar con 1.812 millones y Colombia aparece de tercero, con 756 millones de toneladas.
Las exportaciones de café de Colombia en 2022 rondaron los US$3.500 millones. Las exportaciones de combustibles superaron los US$36.000 millones, convirtiéndonos en un modesto país petrolero que produce 725.000 barriles diarios, lo mismo que la arruinada Venezuela.
A pesar del deterioro relativo de largo plazo del sector cafetero colombiano, el volumen de la cosecha ha venido incrementándose en la última década de ocho millones de sacos en 2010 a 14 millones en 2020. El aumento de la producción se ha logrado adoptando técnicas de cultivo más eficientes, utilizando variedades que no requieren de sombrío y producen más por hectárea sembrada. Las condiciones climáticas de 2021 y 2022 hicieron caer la producción a 12,6 y 11 millones de sacos respectivamente.
La Federación Nacional de Cafeteros fue fundada en 1927 para defender los intereses de sus asociados. En ese entonces, las grandes haciendas feudales de Cundinamarca y Tolima dominaban la producción. Las tiendas de raya terminaban por esquilmar los magros ingresos de sus arrendatarios. Las movilizaciones campesinas de la década siguiente llevaron a la disolución de las haciendas, mientras los campesinos libres de Antioquia que colonizaron los hoy departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío avanzaron sus siembras y se hicieron hegemónicos en la producción nacional.
La Federación era considerada un Estado dentro de otro Estado por autores como mi fallecido amigo Héctor Melo: ponía ministros de Hacienda y llenaba los altos cargos públicos que atendían la economía. Hoy en día, la Federación juega un papel menos importante. El Fondo Nacional del Café se define como una cuenta de naturaleza parafiscal cuyo objetivo es la estabilización del mercado cafetero. Sus ingresos provienen de la venta del grano en el interior del país y de su exportación, además de los ingresos por servicios, los impuestos y contribuciones que recauda, y los provenientes del rendimiento de sus inversiones financieras.
El Fondo Nacional del Café, según él mismo, “promueve programas de investigación, extensión, educación, cooperativismo, bienestar social y demás que contribuyan al desarrollo, fortalecimiento y defensa de la industria cafetera colombiana y al equilibrio social y económico de la población en zonas cafeteras”. Así lo expresó alguna vez Alfonso López Michelsen: “La bonanza es de los cafeteros”. Es como si los impuestos nacionales que pagamos los habitantes de Bogotá fueran gastados exclusivamente en la capital.
El Fondo Nacional del Café se alimenta de la contribución de sus asociados que es de 6 centavos de dólar por libra de grano verde exportado. El café colombiano se cotiza hoy en US$2 por libra, un precio muy favorable para el gremio, que se identifica con la figura de un tal Juan Valdez.