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Desigualdad

Salomón Kalmanovitz
26 de mayo de 2014 - 03:00 a. m.

La desigualdad económica es corrosiva de las condiciones de vida de pobres y ricos en todas las sociedades, algo especialmente evidente en la colombiana.

En los dos escasos debates programáticos que se dieron en esta contienda electoral y las respuestas sobre el tema de la enorme desigualdad que padecemos fueron evasivas. Con la excepción de Clara López y de Enrique Peñalosa, ningún candidato habló de que había que aumentarles los impuestos a los ricos o a las personas naturales (gravar los dividendos de los dueños de las empresas).

Zuluaga mantendría el impuesto a las transacciones financieras, que es antitécnico (fácil de recaudar, pero incentiva transacciones en efectivo y castiga la bancarización), al igual que el impuesto al patrimonio, como el que implantó Uribe temporalmente para financiar la guerra, ya que ésta continuaría de ser elegido. No criticó las exenciones tributarias y de regalías, las zonas francas y las sociedades anónimas especiales que devolvieron varios billones de pesos a los más ricos.

Santos enarboló su moderada reforma que anuló las devoluciones de impuestos más escandalosas que implantó su predecesor. Los candidatos salieron con que mejorarían el acceso a la educación (con la misma insuficiencia de recursos públicos y deficiente asignación), reducirían el clientelismo que desperdicia los menguados presupuestos, harían reformas urbanas para abaratar la tierra y la vivienda, y mejorarían la calidad de las condiciones de vida de los más pobres.

Richard Wilkinson ha estudiado lo que les hace la desigualdad a los países desarrollados. En todos ellos a mayor desigualdad se reduce la expectativa de vida, empeoran los índices de salud, se incrementa la mortalidad infantil, aumentan los homicidios, la justicia se torna más punitiva hasta permitir la pena de muerte, aumenta la población carcelaria, se deterioran la escolaridad y aumenta la deserción, mientras que se reduce la movilidad social (padre rico da lugar a hijo rico y padre pobre a hijo pobre).

El autor hizo comparaciones entre países (los más igualitarios siendo Japón y los países nórdicos, los peores siendo Estados Unidos e Inglaterra). Los más desiguales mostraron índices de enfermedad mental (incluyendo alcoholismo y drogadicción) mucho más elevados, mayor obesidad y bajos resultados promedios en matemáticas y lectoescritura. También encontró que a mayor desigualdad toda la gente es más infeliz: interioriza sentimientos de inferioridad o superioridad, se torna ferozmente competitiva y consumista, muestra mayor inseguridad de su estatus social y se mantiene estresada y ansiosa de ser juzgada socialmente.

La gente en una sociedad desigual se siente subvalorada, se pierde el respeto por el prójimo, no existe la empatía por el más débil o por los que sufren. En Colombia la vida no vale nada, como en los falsos positivos, pero se manifiesta también en cómo nos tratan en los centros de salud o en cada instancia de la vida compartida.

La desigualdad se reduce cuando las empresas son administradas democráticamente, los trabajadores obtienen acciones y los directivos se escogen internamente, como sucede en Japón. También cuando se elimina la evasión de impuestos, se taponan los paraísos fiscales y la tributación se vuelve progresiva (países nórdicos).

Es una lástima que en esta ocasión no se hubiera discutido a fondo el tipo de sociedad que hemos alcanzado y cuál la clase de país a que aspiramos.

 

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