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Las reformas tributarias vienen por lo general envueltas en papel de regalo. La propuesta de reforma tributaria de la nueva administración de Donald Trump va encabezada por una exención para las propinas que reciben meseros, taxistas y trabajadores en otros servicios. Los consumidores norteamericanos pagan propinas entre 15 y 25 % de la cuenta y, por lo general, los salarios básicos de estos servidores son bajos, ya que los sobre sueldos son sustanciales.
El veneno viene en el dulce que van a recibir los ricos compinches de Trump por unos recortes de sus impuestos que van a demandar brutales reducciones del gasto público. Hay para todos en la reforma: alguna moderación de los impuestos que castigan a los trabajadores de la industria gastronómica, pero grandes descuentos para los ricachones.
Según el New York Times, “de acuerdo con una definición de propina, muchos norteamericanos podrían reclasificar sus ingresos como propinas para evadir impuestos o, alternativamente, la provisión podría aplicar solo a los trabajadores de más bajos ingresos que dependen fundamentalmente de tal tipo de ingresos”.
La reforma buscará que las personas ricas se beneficien de recortes sustanciales de los impuestos a sus rentas personales y a sus empresas, que serán financiados con tarifas a los bienes importados que el propio Trump anunció que serían del 60 % o más. Las medidas significarán golpes fuertes contra los consumidores y una bonanza para los productores locales que gozarán de un mercado cautivo del cual abusar. Los grandes perdedores serán los exportadores de bienes de consumo, en particular la China, contra la cual parece encaminada la medida, antecedida por políticas en igual sentido promulgadas por la saliente administración de Joe Biden.
Si se aprueban por ley las nuevas tarifas contra las importaciones, se imposibilitará que un futuro presidente las pueda derogar fácilmente, a menos que el Congreso lo haga, cosa improbable tras tomar una decisión de tan alto calibre. En la historia fiscal de Estados Unidos, por lo menos desde los inicios del siglo XX, no se ha recurrido a las tarifas para financiar al gobierno, pues es una medida muy regresiva: impacta mucho más a los pobres que consumen prácticamente todos sus ingresos que a los ricos que gastan en bienes de consumo una parte mucho menor de sus rentas.
Cito de nuevo al periódico neoyorquino: “un nuevo recorte impositivo está casi garantizado para el próximo año. Cualquier crecimiento económico adicional generado por impuestos más bajos podría ser de ayuda para muchos ciudadanos, pero los grandes ganadores serán los ricos que son los que pagan más impuestos y, por lo tanto, obtendrán los mayores beneficios de los recortes. Los perdedores serán los hogares de bajos ingresos que enfrentan costos mayores de sus consumos cotidianos por el impacto que sobre ellos tendrán las tarifas. Se trata entonces de una política muy regresiva que encarece los consumos de los pobres y toca suavemente a los más ricos, beneficiando aún más a los productores de bienes de consumo en Estados Unidos.
Si nos atenemos a las condiciones locales, al presidente Gustavo Petro le gustaría hacer aprobar medidas igualmente proteccionistas a las que se propone implementar Donald Trump. Se nos revela así que un gobierno presuntamente progresista puede compartir con la derecha más recalcitrante medidas similares que terminan siendo perjudiciales para los consumidores y cotos de caza cerrados para los capitalistas. Lo bueno es que ya Petro se quedó sin capital político suficiente como para que el Congreso le apruebe una reforma tributaria que incluya tarifas aduaneras que castiguen a los consumidores, especialmente a los más pobres.