El Plan Nacional de Desarrollo del Gobierno Petro lleva el sugestivo y a la vez confuso título de “Colombia, potencia mundial de la vida”. Sugiere quizás que eventualmente el país tendrá condiciones admirables de longevidad feliz de toda su población y bajas tasas de homicidios y feminicidios, consecuencia de haber disminuido radicalmente la criminalidad.
El texto explica que se trata de un proceso que apenas inicia: pretende “sentar las bases para que el país se convierta en un líder de la protección de la vida, a partir de la construcción de un nuevo contrato social que propicie la superación de injusticias y exclusiones históricas, la no repetición del conflicto, el cambio de nuestra forma de relacionarnos con el ambiente y una transformación productiva sustentada en el conocimiento y en armonía con la naturaleza”.
Si ese es el futuro deseable, la realidad del presente es abrumadora:
La tasa de homicidios de Colombia es cercana a 26 por 100.000 habitantes, mientras en Europa es 3 por 100.000 habitantes y en el violento Estados Unidos es 7 por 100.000 habitantes. También tenemos tasas de feminicidios muy altas y el crimen organizado y el narcotráfico asolan al país desde hace 40 años. Hemos sabido devastar la naturaleza en forma sistemática por poderes regionales sin cortapisas, y no solo por ellos sino también por millones de colonos desplazados de los centros más poblados del país.
El Plan propone que “las transformaciones se realicen teniendo como punto de partida el territorio. Ello significa que su ordenamiento se hará alrededor del agua”. Se trata de reducir las emisiones de CO2 que envenenan al planeta, aunque Colombia es un agente muy marginal en ese sentido por su atraso económico e industrial. La inclusión vendrá por avances de la reforma agraria y el aumento del gasto público que se desplegará sobre los sectores más pobres de la sociedad.
Se intentará hace la “transformación de las estructuras productivas, de tal manera que las economías limpias y biodiversas reemplacen la producción intensiva en el uso del carbono”. Remplazará el motor de combustión por el eléctrico. Eso es más fácil escribirlo que hacerlo.
El trabajo que realizaron para el Plan de Desarrollo es grande: llena 525 páginas sin contar los anexos. Se trata de un análisis detallado de la macroeconomía del país y sus perspectivas, además de todos sus sectores.
El recaudo tributario que calculan efectuar pasa de 19 % del PIB en 2022 a casi 23 % en 2026, cuatro veces más de lo logrado en las pasadas reformas al sistema impositivo, no importa lo ambiciosas que fueran. El resultado solo se conocerá cuando empresas y ciudadanos paguemos impuestos a mediados de año.
Todas las proyecciones económicas que lanza el Plan son optimistas: la agricultura crece 0,4 % en 2023, pero salta al 6 % en 2026; la industria, de 1,1 % a 5,8 % (¿las dos a punta de protección?); el turismo, de 2,7 % a 6,8 %, y la construcción, de 0,6 % a 5,6 %. Todo será posible con la fuerza del deseo.
El territorio colombiano es grande y el Estado nunca ha podido dominarlo o administrarlo, dejándoles esa tarea a las clases dirigentes locales que tienen a su disposición impuestos que rinden poco: el predial, que es sustancial en las grandes ciudades pero irrelevante en las pequeñas y en zonas rurales, y los impuestos a los vicios (licores, tabaco y rifas), que cada vez rinden menos. El Gobierno central espera recaudar más con su reforma y probablemente podrá girar un mayor monto de transferencias a la periferia que en el pasado, pero las cosas cambiarán menos de lo esperado.
El Plan Nacional de Desarrollo del Gobierno Petro lleva el sugestivo y a la vez confuso título de “Colombia, potencia mundial de la vida”. Sugiere quizás que eventualmente el país tendrá condiciones admirables de longevidad feliz de toda su población y bajas tasas de homicidios y feminicidios, consecuencia de haber disminuido radicalmente la criminalidad.
El texto explica que se trata de un proceso que apenas inicia: pretende “sentar las bases para que el país se convierta en un líder de la protección de la vida, a partir de la construcción de un nuevo contrato social que propicie la superación de injusticias y exclusiones históricas, la no repetición del conflicto, el cambio de nuestra forma de relacionarnos con el ambiente y una transformación productiva sustentada en el conocimiento y en armonía con la naturaleza”.
Si ese es el futuro deseable, la realidad del presente es abrumadora:
La tasa de homicidios de Colombia es cercana a 26 por 100.000 habitantes, mientras en Europa es 3 por 100.000 habitantes y en el violento Estados Unidos es 7 por 100.000 habitantes. También tenemos tasas de feminicidios muy altas y el crimen organizado y el narcotráfico asolan al país desde hace 40 años. Hemos sabido devastar la naturaleza en forma sistemática por poderes regionales sin cortapisas, y no solo por ellos sino también por millones de colonos desplazados de los centros más poblados del país.
El Plan propone que “las transformaciones se realicen teniendo como punto de partida el territorio. Ello significa que su ordenamiento se hará alrededor del agua”. Se trata de reducir las emisiones de CO2 que envenenan al planeta, aunque Colombia es un agente muy marginal en ese sentido por su atraso económico e industrial. La inclusión vendrá por avances de la reforma agraria y el aumento del gasto público que se desplegará sobre los sectores más pobres de la sociedad.
Se intentará hace la “transformación de las estructuras productivas, de tal manera que las economías limpias y biodiversas reemplacen la producción intensiva en el uso del carbono”. Remplazará el motor de combustión por el eléctrico. Eso es más fácil escribirlo que hacerlo.
El trabajo que realizaron para el Plan de Desarrollo es grande: llena 525 páginas sin contar los anexos. Se trata de un análisis detallado de la macroeconomía del país y sus perspectivas, además de todos sus sectores.
El recaudo tributario que calculan efectuar pasa de 19 % del PIB en 2022 a casi 23 % en 2026, cuatro veces más de lo logrado en las pasadas reformas al sistema impositivo, no importa lo ambiciosas que fueran. El resultado solo se conocerá cuando empresas y ciudadanos paguemos impuestos a mediados de año.
Todas las proyecciones económicas que lanza el Plan son optimistas: la agricultura crece 0,4 % en 2023, pero salta al 6 % en 2026; la industria, de 1,1 % a 5,8 % (¿las dos a punta de protección?); el turismo, de 2,7 % a 6,8 %, y la construcción, de 0,6 % a 5,6 %. Todo será posible con la fuerza del deseo.
El territorio colombiano es grande y el Estado nunca ha podido dominarlo o administrarlo, dejándoles esa tarea a las clases dirigentes locales que tienen a su disposición impuestos que rinden poco: el predial, que es sustancial en las grandes ciudades pero irrelevante en las pequeñas y en zonas rurales, y los impuestos a los vicios (licores, tabaco y rifas), que cada vez rinden menos. El Gobierno central espera recaudar más con su reforma y probablemente podrá girar un mayor monto de transferencias a la periferia que en el pasado, pero las cosas cambiarán menos de lo esperado.