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El salario mínimo

Salomón Kalmanovitz
05 de enero de 2014 - 10:00 p. m.
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El ajuste del salario mínimo obtenido por relativo consenso entre trabajadores y patronos fue sustancial: 4,5%, que se compara bien con la inflación de 2013 de sólo 1,9%. Siempre hay el economista torvo que previene sobre el efecto del mayor salario mínimo sobre el desempleo y la informalidad, lo cual tiene su lógica: empresas con actividades que están en el borde de la nula rentabilidad reducirán su demanda de mano de obra encarecida.

Por esta razón, Milton Friedman decía que era preferible un subsidio público para los bajos salarios que un piso artificial de los mismos. En nuestro caso, el aumento del mínimo podría aumentar la informalidad y así evadir los pagos de seguridad social.

Frente al deterioro en la distribución del ingreso que se observa en las cuentas nacionales de Colombia, donde aumentan las ganancias, intereses y rentas, en detrimento de los salarios y, en especial, de los ingresos por cuenta propia (informales), un salario mínimo mayor debe contrarrestar en algo la distribución en contra del trabajo. Desde 1992, cuando comenzó el proceso de desinflación de Colombia, el salario mínimo real ha aumentado gradualmente en más de un tercio, aunque la percepción de la gente es de que cada ajuste es insuficiente. A pesar de ello, la distribución del ingreso se ha deteriorado por factores de economía política, como el haber escogido a la dirigencia sindical del país como objetivo paramilitar o haber desaparecido el Ministerio de Trabajo durante los años del uribismo. Si el gasto público fuera mayor y no desviado por la corrupción, si fuera financiado además por los impuestos a los ricos que hoy tributan muy poco, se podría mejorar considerablemente la equidad social.

La revista The Economist ha dedicado varios artículos al tema de los aumentos de salario mínimo en Estados Unidos y Europa y se ha apartado de su tradicional visión torva de que estos siempre producen un mayor desempleo de los trabajadores menos calificados. Haciendo unos experimentos nacionales, la revista llega a la conclusión de que si el salario mínimo se fija por debajo del 50% de la mediana del ingreso de los trabajadores, no se afecta el desempleo. En un mercado laboral rígido como el de Francia, un salario mínimo por encima de la mediana ha producido un enorme desempleo entre los jóvenes, mientras que en Estados Unidos e Inglaterra, con mínimos por debajo de ese límite, no sucede lo mismo. En ellos el salario mínimo es de $3,2 millones mensuales, cinco veces el nuestro.

El mercado laboral no es perfecto: los trabajadores no se exponen a cambiar de empleo pues prefieren malo conocido y los patronos se aprovechan de esa percepción para fijar salarios por debajo de su valor de mercado. Un aumento del mínimo genera ventajas adicionales en relación con el mayor poder adquisitivo de los trabajadores y un efecto “lealtad”, que reduce el costo de las empresas de estar contratando y entrenando nuevo personal.

Los salarios cubren un mercado muy especial de seres humanos; hay un importante factor moral que ayuda a determinarlos, como límites a la jornada laboral, descanso y vacaciones, despidos con justa causa y el mandato constitucional de que nunca puede ser disminuido por los patronos. Ahora se habla de un mínimo vital que cubra las necesidades de una familia y que puede ser alcanzado por una economía más próspera. Prosperidad es lo que hemos tenido en la última década, pero no ha sido para todos, no todavía.

 

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