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Fútbol y economía política

Salomón Kalmanovitz
16 de junio de 2014 - 02:00 a. m.

Una de las decisiones de buen gobierno del presidente Santos fue intervenir en la búsqueda de un técnico extranjero, ajeno a la política de una Federación de Fútbol y a unos clubes manejados de manera corrupta, desparpajada y clientelista. Estas relaciones de poder impedían que se pudieran aprovechar los grandes talentos con que contaba el país en materia deportiva.

Pékerman llegó y exigió autonomía para seleccionar su nómina, teniendo en cuenta en especial la figuración que habían alcanzado los jugadores colombianos en el fútbol internacional, aunque consideró también los jóvenes talentos que actuaban en el fútbol local. El director técnico operó con gran discreción, aislando al plantel de las presiones de los medios y de los dueños de los equipos, sometiéndolo a una exigente disciplina y logrando despertar actitudes cooperativas y un espíritu de cuerpo que han probado ser importantes en la efectividad y resiliencia alcanzadas por el equipo.

Pero incluso el país tiene buenos técnicos que logran un mejor desempeño en el exterior que en el país porque no están sometidos a unas relaciones de poder que impiden la selección por mérito de los jugadores y que, por el contrario, se basan en el regionalismo, el amiguismo y las clientelas. En un equipo donde vale más el trabajo y el talento que los contactos o los padrinos, surge un espíritu de emulación entre los jugadores que es otro activo de los equipos así dirigidos.

Un tema relacionado es el de la política que permitió que Brasil hiciera grandes esfuerzos presupuestales para organizar el Mundial de Fútbol 2014 y las Olimpiadas de 2016. Los críticos de la izquierda argumentaron que había sido un gran desperdicio de recursos que debieron ir a la educación y a la salud, pero ninguno de estos rubros hubiera despertado el entusiasmo y la cohesión nacional que se han concretado con la organización de los eventos deportivos. Los activistas fueron vistos con razón como aguafiestas y no despertaron mayor simpatía.

Albert Hirschman, un intelectual austriaco que estuvo en Colombia entre 1955 y 1957, y uno de los teóricos más originales del desarrollo económico, aducía que los economistas hacían un cálculo de costo-beneficio para jerarquizar los proyectos de inversión que debía acometer un gobierno, pero en un vacío de política y sin medir las consecuencias no intencionadas de un determinado curso de acción. Un proyecto podía ser aparentemente poco rentable, pero podía producir problemas que los gestores tratarían de resolver en formas creativas y eficaces, conduciendo a círculos virtuosos de acumulación de capital físico y de talento humano.

Las inversiones hechas por el gobierno de Brasil en instalaciones deportivas pueden ser del tipo insinuadas por Hirschman: tienen efectos multiplicadores hacia atrás (bienes de capital, bienes intermedios, trabajo no calificado e ingenieril) y hacia delante (renovación urbana en las grandes ciudades pero también en algunas regiones apartadas del Brasil, gestación de nuevas generaciones de atletas y deportistas), por fuera de los ingresos que producirán los eventos para la economía brasileña. Los administradores públicos y privados debieron hacer notables esfuerzos para superar problemas de materiales y demoras.

En ambos casos, una intervención pública crea efectos positivos al romper un equilibrio político viciado o al buscar un propósito nacional de superación que obliga a resolver problemas.

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