Mientras Donald Trump avanza en la destrucción de la democracia liberal norteamericana, se ha convertido en el adalid de la restauración de la democracia en Venezuela. El presidente norteamericano pretende saltarse el poder Legislativo y burla las leyes de su país. Iván Duque lo sigue de cerca para acusar a su némesis de dictador y buscar el cambio de régimen, mientras en Colombia también está empeñado en erigir un gobierno cada vez más autoritario.
Son varios los rasgos despóticos que acompañan la gestión de Duque desde su ruptura del proceso de paz con el Eln: su incumplimiento de los protocolos de Estado con la terminación abrupta de la negociación lo torna en un gobierno paria frente a la comunidad internacional y provoca los enfrentamientos de esa guerrilla que le hacen daño a la población y al medio ambiente. Sus vacilaciones frente a la Jurisdicción Especial para la Paz lo pueden enfrentar a la Corte Constitucional, que dictó su exequibilidad, desconociendo el imperio de la ley. El haber nombrado a un personaje negacionista del conflicto como director del Centro de Memoria Histórica es una afrenta a las víctimas, que no reconocen su legitimidad. Su Plan Nacional de Desarrollo dice buscar la equidad, pero su iniciativa tributaria fue en sentido contrario; la evidente recentralización de decisiones de inversión que deben ser de carácter técnico y no político debilita la división de poderes y hace cada vez más redundante al Departamento Nacional de Planeación.
Duque asumió sin verdaderamente entender las implicaciones de enfrentar a un régimen desesperado como el de Maduro, frente al asedio de Donald Trump, lo cual le ganó puntos en opinión y le hizo sentir envalentonado. A la hora de la verdad, el señor Guaidó no contaba con la fuerza suficiente para introducir la ayuda humanitaria que el dictador Maduro no puede reconocer, porque además él administra el hambre y la enfermedad para sus opositores y la frugalidad y las medicinas para sus seguidores que portan el carné de la patria. El señor Trump no se la va a jugar por una intervención militar en Venezuela que le sería costosa en tropas y con pocas opciones de triunfo, así que la operación humanitaria fracasó y con ello perdieron lustre nuestro amateur presidente y su Grupo de Lima.
Para agravar el problema, el gobierno de Maduro rompió relaciones con Duque por servir de cabeza de puente de la política norteamericana y lo deja sin margen de maniobra hacia futuro, sujeto a retaliaciones que pueden ser costosas para el país, como un mayor apoyo para el Eln y las disidencias de las Farc. Una posición más moderada, como la de Uruguay, por ejemplo, le hubiera permitido un mejor margen de maniobra del que dispone actualmente y menos amenazas a lo largo de 2.200 kilómetros de frontera común.
Un cambio de régimen como el que buscan los norteamericanos y sus aliados es difícil, pues tras dos décadas de dominio del chavismo no va a ser entregado fácilmente. La enorme crisis económica e hiperinflacionaria de Venezuela hace necesario, más pronto que tarde, un cambio de rumbo. Aun si las fuerzas armadas y los colectivos paramilitares se vuelcan contra Maduro y lo queman, se requerirá de un gobierno provisional que recupere la economía y organice elecciones con participación de la oposición, pero donde predomine el chavismo. Duque puede pensar con el deseo, pero lo cierto es que excluyó a Colombia de este posible proceso.
Mientras Donald Trump avanza en la destrucción de la democracia liberal norteamericana, se ha convertido en el adalid de la restauración de la democracia en Venezuela. El presidente norteamericano pretende saltarse el poder Legislativo y burla las leyes de su país. Iván Duque lo sigue de cerca para acusar a su némesis de dictador y buscar el cambio de régimen, mientras en Colombia también está empeñado en erigir un gobierno cada vez más autoritario.
Son varios los rasgos despóticos que acompañan la gestión de Duque desde su ruptura del proceso de paz con el Eln: su incumplimiento de los protocolos de Estado con la terminación abrupta de la negociación lo torna en un gobierno paria frente a la comunidad internacional y provoca los enfrentamientos de esa guerrilla que le hacen daño a la población y al medio ambiente. Sus vacilaciones frente a la Jurisdicción Especial para la Paz lo pueden enfrentar a la Corte Constitucional, que dictó su exequibilidad, desconociendo el imperio de la ley. El haber nombrado a un personaje negacionista del conflicto como director del Centro de Memoria Histórica es una afrenta a las víctimas, que no reconocen su legitimidad. Su Plan Nacional de Desarrollo dice buscar la equidad, pero su iniciativa tributaria fue en sentido contrario; la evidente recentralización de decisiones de inversión que deben ser de carácter técnico y no político debilita la división de poderes y hace cada vez más redundante al Departamento Nacional de Planeación.
Duque asumió sin verdaderamente entender las implicaciones de enfrentar a un régimen desesperado como el de Maduro, frente al asedio de Donald Trump, lo cual le ganó puntos en opinión y le hizo sentir envalentonado. A la hora de la verdad, el señor Guaidó no contaba con la fuerza suficiente para introducir la ayuda humanitaria que el dictador Maduro no puede reconocer, porque además él administra el hambre y la enfermedad para sus opositores y la frugalidad y las medicinas para sus seguidores que portan el carné de la patria. El señor Trump no se la va a jugar por una intervención militar en Venezuela que le sería costosa en tropas y con pocas opciones de triunfo, así que la operación humanitaria fracasó y con ello perdieron lustre nuestro amateur presidente y su Grupo de Lima.
Para agravar el problema, el gobierno de Maduro rompió relaciones con Duque por servir de cabeza de puente de la política norteamericana y lo deja sin margen de maniobra hacia futuro, sujeto a retaliaciones que pueden ser costosas para el país, como un mayor apoyo para el Eln y las disidencias de las Farc. Una posición más moderada, como la de Uruguay, por ejemplo, le hubiera permitido un mejor margen de maniobra del que dispone actualmente y menos amenazas a lo largo de 2.200 kilómetros de frontera común.
Un cambio de régimen como el que buscan los norteamericanos y sus aliados es difícil, pues tras dos décadas de dominio del chavismo no va a ser entregado fácilmente. La enorme crisis económica e hiperinflacionaria de Venezuela hace necesario, más pronto que tarde, un cambio de rumbo. Aun si las fuerzas armadas y los colectivos paramilitares se vuelcan contra Maduro y lo queman, se requerirá de un gobierno provisional que recupere la economía y organice elecciones con participación de la oposición, pero donde predomine el chavismo. Duque puede pensar con el deseo, pero lo cierto es que excluyó a Colombia de este posible proceso.