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El Caribe colombiano ha prosperado durante los últimos 20 años. En 2015, la pobreza monetaria encerraba a un tercio de su población, una reducción importante frente a los dos tercios que registró en 2005. La población pobre era mayor que la del promedio del país, que fue de un 23 %, siendo Atlántico el único departamento de la Costa que registró por debajo de ese promedio. En La Guajira, la pobreza aumentó, a pesar de su prosperidad carbonífera.
Los índices de desarrollo humano siguen siendo lamentables: el analfabetismo envuelve al 14 % de la población, sobre todo mayor y rural, el doble que el nivel nacional; hay hacinamiento en un 28 % de las viviendas, 18 % de ellas cuentan con pisos de tierra y 30 % no tienen eliminación adecuada de excretas; la mortalidad infantil antes de cumplir un año de vida era casi de 31 muertes por 1.000 nacimientos, el doble que la figura nacional, reflejo de malas condiciones de salubridad y nutrición de madres e infantes; la esperanza de vida al nacer aumentó en 1,4 años, contra 4,3 años para la población nacional. La cobertura de la salud más que se duplicó para alcanzar el 94 % de la población, pero la calidad obtuvo mala calificación, algo que no es muy diferente al resto del país.
El crecimiento económico del Caribe colombiano fue mayor que el de la economía nacional entre 1997 y 2016: 3,7 % contra 3,4 %. La estructura productiva de la región tuvo transformaciones importantes con una caída en la importancia de la agricultura y sobre todo de la ganadería (de 8,6 % en el valor agregado a 3,3 %), que tuvo que ver con el conflicto interno, la revaluación del peso y la sustitución de la carne vacuna por el pollo, cuya industrialización se localizó en Santander y Cundinamarca. A pesar de eso, la superficie ganadera no tuvo una reducción proporcional, por lo cual se deterioró la rentabilidad obtenida por la tierra, que sigue siendo acaparada por unos pocos. Hubo un repunte de la producción de café en los departamentos de Magdalena, Cesar y Bolívar, pero dominaron los cultivos permanentes, sobre todo de palma africana.
La minería aumentó su participación de 5,9 % a 8,4 % en el PIB regional por el carbón (que exportó US$4.400 en 2016), la mayor proporción del Cesar y La Guajira, el níquel en Córdoba y el oro en Bolívar; se disparó la construcción de 5,4 % al 9,3 % por el auge del turismo en ciudades como Cartagena y Santa Marta y las más comerciales de Barranquilla, Montería y Valledupar. La industria aumentó levemente su participación, gracias al repunte del nicho petroquímico de Cartagena, porque Barranquilla sufrió con la revaluación del peso y la apertura.
En fin, la región Caribe disfrutó un poco más de la bonanza minero-energética que el resto del país, pero ésta no fue suficiente para dar lugar a una transformación productiva y social que mejorara en forma sustancial los indicadores de calidad de vida. La informalidad sigue siendo muy alta en la región y es la causa fundamental de la baja productividad y la pobreza que la caracterizan. Las coberturas de salud y educación mejoraron, mientras que la calidad de estos servicios siguió siendo deficiente, en lo que tiene que ver el clientelismo y la corrupción, al igual que en el resto de Colombia.
* Cifras de Evolución socioeconómica de la región Caribe colombiana entre 1997 y 2017, Cartagena: Banco de la República.