El presidente estadounidense está enfrascado en guerras comerciales con sus amigos y amenazas militares con quienes no son en verdad sus enemigos: Venezuela, Cuba e Irán, a cuyos ciudadanos les ha endurecido sus precarias condiciones de vida. Incluso considera que Corea del Norte y la Rusia de Putin son sus amigas. Ha logrado en solo dos años destruir la estructura multilateral, basada en relaciones de colaboración erigidas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con Europa y Japón, que incluyeron a Asia del este y más recientemente a China, Vietnam e India. Esta gran alianza permitió la multiplicación del comercio dentro de una gran área de prosperidad común, hoy amenazada.
No se trata de un gobernante en el que los demás países puedan confiar. Amenaza las importaciones europeas con tarifas por encima de acuerdos firmados previamente, para extraerles ventajas adicionales a sus productos y empresas. Ha acusado a la Unión Europea de tratar a Estados Unidos peor de lo que hace China, solo que ella es más pequeña. “Ellos envían Mercedes-Benz acá como si fueran galletas”, declaró según The New York Times, como si los Chevrolet y los Ford fueran maravillas.
Sobre el nuevo pacto comercial con Canadá y México, que ya estaba listo para firmar, ha amenazado con volarlo en pedazos, si este último no “hace algo” para detener el flujo de migrantes centroamericanos hacia su frontera, con tarifas arbitrarias sobre todas sus exportaciones. La razón: se ofuscó al ver el video de una estampida de pobres centroamericanos tratando de entrar a su paraíso. A Canadá le impuso una cláusula que le impide firmar acuerdos de libre comercio con China. Es la reencarnación de Teodoro Roosevelt y su gran garrote, que en 1903 le arrebató Panamá a Colombia, algo que el presidente Duque pareciera desconocer. No debiera sorprender que Trump llegue a cuestionar el acuerdo de libre comercio de Estados Unidos con Colombia, si le parece un método de presión eficaz en su guerra contra el narcotráfico.
Trump aplicó tarifas contra bienes de la China y escogió cuáles de sus empresas terminan siendo perdedoras, aduciendo que su capitalismo de Estado se aprovecha del resto del mundo y, claro, de la ingenuidad yanqui. No consultó a Europa o Japón para actuar de manera legal y conjunta en contra de las infracciones que comete el nuevo hegemón asiático, o sea operó de manera igualmente arbitraria a como este actúa.
Dice y repite mentiras como que las tarifas las pagan los países afectados, cuando equivalen a onerosos impuestos sobre los productores y consumidores norteamericanos. En la medida en que se multiplican y dan lugar a retaliaciones de los gobiernos agredidos, van a ir carcomiendo el potencial de crecimiento de la economía global y no menos el de Estados Unidos.
La “paz americana” fue propuesta por Franklin Roosevelt en los años 30 bajo el supuesto de que el comercio entre las naciones sembraría la paz entre ellas, bajo un sistema de reglas compartidas que conducirían a la prosperidad de todos. La política de Trump busca lo contrario: “América primero”, la ruptura de Europa carcomida por el brexit, y las extremas derechas en varios de sus países que actúan contra el resto; a esto se suma la malevolencia del presidente americano que, según Paul Krugman, “está trabajando para hacer del mundo un lugar más peligroso, menos democrático, siendo la guerra comercial una expresión más de ese impulso”.
El presidente estadounidense está enfrascado en guerras comerciales con sus amigos y amenazas militares con quienes no son en verdad sus enemigos: Venezuela, Cuba e Irán, a cuyos ciudadanos les ha endurecido sus precarias condiciones de vida. Incluso considera que Corea del Norte y la Rusia de Putin son sus amigas. Ha logrado en solo dos años destruir la estructura multilateral, basada en relaciones de colaboración erigidas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con Europa y Japón, que incluyeron a Asia del este y más recientemente a China, Vietnam e India. Esta gran alianza permitió la multiplicación del comercio dentro de una gran área de prosperidad común, hoy amenazada.
No se trata de un gobernante en el que los demás países puedan confiar. Amenaza las importaciones europeas con tarifas por encima de acuerdos firmados previamente, para extraerles ventajas adicionales a sus productos y empresas. Ha acusado a la Unión Europea de tratar a Estados Unidos peor de lo que hace China, solo que ella es más pequeña. “Ellos envían Mercedes-Benz acá como si fueran galletas”, declaró según The New York Times, como si los Chevrolet y los Ford fueran maravillas.
Sobre el nuevo pacto comercial con Canadá y México, que ya estaba listo para firmar, ha amenazado con volarlo en pedazos, si este último no “hace algo” para detener el flujo de migrantes centroamericanos hacia su frontera, con tarifas arbitrarias sobre todas sus exportaciones. La razón: se ofuscó al ver el video de una estampida de pobres centroamericanos tratando de entrar a su paraíso. A Canadá le impuso una cláusula que le impide firmar acuerdos de libre comercio con China. Es la reencarnación de Teodoro Roosevelt y su gran garrote, que en 1903 le arrebató Panamá a Colombia, algo que el presidente Duque pareciera desconocer. No debiera sorprender que Trump llegue a cuestionar el acuerdo de libre comercio de Estados Unidos con Colombia, si le parece un método de presión eficaz en su guerra contra el narcotráfico.
Trump aplicó tarifas contra bienes de la China y escogió cuáles de sus empresas terminan siendo perdedoras, aduciendo que su capitalismo de Estado se aprovecha del resto del mundo y, claro, de la ingenuidad yanqui. No consultó a Europa o Japón para actuar de manera legal y conjunta en contra de las infracciones que comete el nuevo hegemón asiático, o sea operó de manera igualmente arbitraria a como este actúa.
Dice y repite mentiras como que las tarifas las pagan los países afectados, cuando equivalen a onerosos impuestos sobre los productores y consumidores norteamericanos. En la medida en que se multiplican y dan lugar a retaliaciones de los gobiernos agredidos, van a ir carcomiendo el potencial de crecimiento de la economía global y no menos el de Estados Unidos.
La “paz americana” fue propuesta por Franklin Roosevelt en los años 30 bajo el supuesto de que el comercio entre las naciones sembraría la paz entre ellas, bajo un sistema de reglas compartidas que conducirían a la prosperidad de todos. La política de Trump busca lo contrario: “América primero”, la ruptura de Europa carcomida por el brexit, y las extremas derechas en varios de sus países que actúan contra el resto; a esto se suma la malevolencia del presidente americano que, según Paul Krugman, “está trabajando para hacer del mundo un lugar más peligroso, menos democrático, siendo la guerra comercial una expresión más de ese impulso”.