Solía defender la existencia de una patria para los judíos en coexistencia con una nación palestina, como fuera acordado por las Naciones Unidas en 1948. El Holocausto de la población judía europea perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue la justificación para que el nuevo Estado lograra el reconocimiento y el apoyo internacional. Posteriormente, el intenso desarrollo económico y militar israelí frente a la debilidad de Palestina ha llevado al estrechamiento de sus territorios ancestrales, ocupados crecientemente por colonos judíos de inclinación radical que han migrado de Estados Unidos y de otros países. Hoy en Israel, la política local es dirigida por partidos de derecha y de militantes religiosos que pretenden expulsar de su tierra a los palestinos. Su meta es una patria excluyente para los que no pertenecen al pueblo elegido.
Ese es el propósito de la guerra desplegada por las Fuerzas de Defensa Israelíes contra la población civil de Gaza, que nada tiene que ver con el grupo islámico radical de Hamás. Los ataques llevados a cabo por esta organización terrorista y que cobraron la vida de unos 1.200 ciudadanos de Israel y el secuestro de otros 240 sirvieron de pretexto para la política de desplazamiento y atrición de la derecha que controla el gobierno contra un millón y medio de civiles que han vivido los horrores no solo de los bombardeos, sino de la perspectiva de no futuro que se cierne sobre ellos. La consecuencia es que muchos jóvenes palestinos ambicionarán la venganza contra los que han desatado su tragedia colectiva y eso significa el fortalecimiento de grupos armados como Hamás y la Yihad Islámica.
Se están sembrando vientos que se tornarán en tormentas que pueden frustrar el futuro brillante que parecía construirse en Israel, mediante la educación, la ciencia y la tecnología que impulsaron los fundadores del Estado judío. Ahora los dirigentes son políticos corruptos como Benjamín Netanyahu y religiosos mesiánicos que están convencidos de que la tierra prometida es solo para ellos y que Adonaí Ehad, el único, dios todopoderoso, los protege y aprueba la barbarie que ejercen sobre el prójimo palestino. El historiador y político israelí Shlomo Ben Ami afirma en Profetas sin honor (2023) que “el sionismo nació como una ruptura con el pasado judío, pero, para la derecha ideológica, el Estado de Israel es la culminación mesiánica de la historia judía y Judea y Samaria son un imperio espiritual, una religión sustituta, no un proyecto político”. Consideran a Israel como un milagro divino, resultado de la transformación del judío errante en ciudadano armado y conquistador.
Por las razones anteriores, no puedo defender las acciones bélicas de Israel contra los civiles. ¿Cómo no reprobar los bombardeos de artillería pesada contra miles de edificios que contenían estrechos apartamentos albergando familias numerosas que sobrevivían difícilmente de las oportunidades que los israelíes les permitían adelantar? Destruidas sus fuentes de empleo, despedazadas sus viviendas, los palestinos son conducidos al norte de Gaza donde no caben, después al sur, sin encontrar refugio y entran a depender de la ayuda internacional que las Fuerzas de Defensa Israelíes inspeccionan cuidadosamente antes de dejarla pasar y repartir, sin lograr conjurar el hambre que se abate sobre ellos ni garantizar el suministro de agua potable que requieren para sobrevivir.
Se necesita un convoy de unos cinco mil camiones diarios que lleven los alimentos y el agua a la población inerme, y en muchos días no alcanzan a pasar 500. Esto ha repercutido en la muerte de miles de niños y ancianos que no resisten las deplorables condiciones impuestas sobre ellas. El Ministerio de Salud palestino, que se dice estar controlado por Hamás, pero que ofrece cifras relativamente confiables según la cadena CNN, informa de más de 30.000 muertos palestinos, muchos de ellos niños, desde el 7 de octubre pasado, día de la fatídica incursión de Hamás. Esto multiplica por 25 la ley del talión que reza así: ojo por ojo, diente por diente, pie por pie.
Solía defender la existencia de una patria para los judíos en coexistencia con una nación palestina, como fuera acordado por las Naciones Unidas en 1948. El Holocausto de la población judía europea perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue la justificación para que el nuevo Estado lograra el reconocimiento y el apoyo internacional. Posteriormente, el intenso desarrollo económico y militar israelí frente a la debilidad de Palestina ha llevado al estrechamiento de sus territorios ancestrales, ocupados crecientemente por colonos judíos de inclinación radical que han migrado de Estados Unidos y de otros países. Hoy en Israel, la política local es dirigida por partidos de derecha y de militantes religiosos que pretenden expulsar de su tierra a los palestinos. Su meta es una patria excluyente para los que no pertenecen al pueblo elegido.
Ese es el propósito de la guerra desplegada por las Fuerzas de Defensa Israelíes contra la población civil de Gaza, que nada tiene que ver con el grupo islámico radical de Hamás. Los ataques llevados a cabo por esta organización terrorista y que cobraron la vida de unos 1.200 ciudadanos de Israel y el secuestro de otros 240 sirvieron de pretexto para la política de desplazamiento y atrición de la derecha que controla el gobierno contra un millón y medio de civiles que han vivido los horrores no solo de los bombardeos, sino de la perspectiva de no futuro que se cierne sobre ellos. La consecuencia es que muchos jóvenes palestinos ambicionarán la venganza contra los que han desatado su tragedia colectiva y eso significa el fortalecimiento de grupos armados como Hamás y la Yihad Islámica.
Se están sembrando vientos que se tornarán en tormentas que pueden frustrar el futuro brillante que parecía construirse en Israel, mediante la educación, la ciencia y la tecnología que impulsaron los fundadores del Estado judío. Ahora los dirigentes son políticos corruptos como Benjamín Netanyahu y religiosos mesiánicos que están convencidos de que la tierra prometida es solo para ellos y que Adonaí Ehad, el único, dios todopoderoso, los protege y aprueba la barbarie que ejercen sobre el prójimo palestino. El historiador y político israelí Shlomo Ben Ami afirma en Profetas sin honor (2023) que “el sionismo nació como una ruptura con el pasado judío, pero, para la derecha ideológica, el Estado de Israel es la culminación mesiánica de la historia judía y Judea y Samaria son un imperio espiritual, una religión sustituta, no un proyecto político”. Consideran a Israel como un milagro divino, resultado de la transformación del judío errante en ciudadano armado y conquistador.
Por las razones anteriores, no puedo defender las acciones bélicas de Israel contra los civiles. ¿Cómo no reprobar los bombardeos de artillería pesada contra miles de edificios que contenían estrechos apartamentos albergando familias numerosas que sobrevivían difícilmente de las oportunidades que los israelíes les permitían adelantar? Destruidas sus fuentes de empleo, despedazadas sus viviendas, los palestinos son conducidos al norte de Gaza donde no caben, después al sur, sin encontrar refugio y entran a depender de la ayuda internacional que las Fuerzas de Defensa Israelíes inspeccionan cuidadosamente antes de dejarla pasar y repartir, sin lograr conjurar el hambre que se abate sobre ellos ni garantizar el suministro de agua potable que requieren para sobrevivir.
Se necesita un convoy de unos cinco mil camiones diarios que lleven los alimentos y el agua a la población inerme, y en muchos días no alcanzan a pasar 500. Esto ha repercutido en la muerte de miles de niños y ancianos que no resisten las deplorables condiciones impuestas sobre ellas. El Ministerio de Salud palestino, que se dice estar controlado por Hamás, pero que ofrece cifras relativamente confiables según la cadena CNN, informa de más de 30.000 muertos palestinos, muchos de ellos niños, desde el 7 de octubre pasado, día de la fatídica incursión de Hamás. Esto multiplica por 25 la ley del talión que reza así: ojo por ojo, diente por diente, pie por pie.