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La semana pasada, recibimos una invitación del Ministerio de Ambiente para una conversación en la que reflexionáramos sobre lo que puede ser la paz con la naturaleza desde la academia. Una de las reflexiones giraba alrededor del papel de la ciencia en la comprensión de la biodiversidad. Sin duda, una de las dimensiones con mayor desarrollo de conocimiento sobre la diversidad biológica es la que se ha desarrollado desde la academia. Ha sido una pregunta constante y un objeto de la ciencia la posibilidad de clasificar y ordenar de manera coherente la gran diversidad de formas de vida que han habitado este planeta; a Carl von Linné (Carlos Linnaeus) le debemos, desde 1735, el sistema de clasificación taxonómica, por el que se nombran las especies con dos palabras en latín que permiten identificar quién es, como un nombre y apellido: Homo sapiens somos nosotros, Trichechus manatus es el manatí antillano, Rhizophora mangle es el mangle rojo... Pero antes de Linnaeus, desde Aristóteles, pasando por Da Vinci, muchos intentaron avanzar en la clasificación de la diversidad de los otros seres vivos.
Desde la academia, especialmente aquella que se ha encargado de entender el mundo natural, esos otros seres vivos han sido objeto de la ciencia, que con sus métodos observa, escudriña, colecta, diseca, colecciona, preserva en formol u otro medio, para que esos individuos o sus fragmentos sigan contribuyendo a la construcción del conocimiento. Y sin duda hemos avanzado mucho en esa construcción, cada vez tenemos instrumentos más sofisticados que nos permiten profundizar ya no en células sino ahora en genes, proteínas y ácidos nucleicos que contienen la información más maravillosa de la vida, o métodos que nos ayudan a ver los ecosistemas a otras escalas espaciales y temporales. Hemos profundizado tanto el conocimiento que hemos perdido la capacidad que tuvieron los naturalistas de conectar ese conocimiento con otras disciplinas y nutrirse de otros sistemas de conocimiento. Y a pesar de tener métodos y conocimientos tan sofisticados, no han sido suficientemente poderosos para detener la pérdida de la diversidad biológica.
Nuestra relación con otros seres vivos supera el interés científico, ha sido parte fundamental de la construcción de sistemas de conocimiento tradicionales, ancestral y locales no solo observando de manera sistemática los cambios en la naturaleza, sino también reconociendo en los elementos de la naturaleza otros significados, más allá de ser simples objetos. Esos otros sistemas ancestrales y tradicionales se han basado en múltiples mecanismos de observación a diferentes escalas temporales y espaciales, tienen método para aproximarse a los beneficios y riesgos de la naturaleza, para eso han formulado y contrastado hipótesis que luego se configuran en teorías para usos innovadores y todos esos beneficios que conocen de la naturaleza y que reconocemos en esa sabiduría que tienen los pueblos indígenas y tradicionales que han almacenado durante siglos de acumular conocimiento.
Paz con la naturaleza puede ser la posibilidad de consolidar diálogos de conocimiento que reconozcan que la biodiversidad es como nosotros, un milagro de la evolución que ha tejido esa intrincada red de relacionamientos que hasta ahora solo conocemos en este planeta y permite que todas las vidas existan.
Están invitados a “Conexión biodiversidad: camino a la COP16”, foros que comienzan hoy por iniciativa del Foro Nacional Ambiental y otros aliados.