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Para generar los profundos cambios necesarios en la sociedad con el fin de detener la pérdida de biodiversidad y acelerar la adaptación climática, se requieren acciones transformativas. Sobre eso están de acuerdo las convenciones de diversidad biológica (CDB), de cambio climático (UNFCCC) y los paneles intergubernamentales de científicos del clima (IPCC) y de la biodiversidad (IPBES). Esas acciones transformativas implican cambios profundos en los sistemas de valores, creencias y prácticas que están en la raíz de la triple crisis que como especie hemos generado en el planeta.
En estos tiempos tan complejos muchos nos preguntamos qué hacer para no caer en el fatalismo y poder cultivar un semillero de esperanzas. Creo que en el caso de la crisis de biodiversidad una de las tareas más importantes que tenemos es reconocer la crisis y lo que eso implica para cada uno en la cotidianidad. Pero eso no es tan fácil e instintivo reconocerlo, especialmente para los ciudadanos urbanos. He sido profesora universitaria durante 20 años y reconozco la necesidad de formar de manera precisa sobre los vínculos entre la biodiversidad y el bienestar humano, pero también reconozco que no está sucediendo de manera amplia y suficiente. Por eso creo también que desde las universidades deberíamos hacer una reflexión profunda sobre el nuevo Marco Global de Biodiversidad y comprometernos a alinear nuestros aportes en el cumplimiento de las 23 metas para detener la crisis. El nuevo marco le pide a toda la sociedad asumir esa hoja de ruta e impulsarla, pues la vida como la conocemos está en juego en esta tarea urgente.
Los profesores universitarios podríamos conocer el Marco y desde nuestra práctica docente analizar cómo estamos apoyando la formación de los profesionales que tendrán que gestionar esta crisis. Con honestidad podríamos preguntarnos: ¿estamos reconociendo lo que implica la crisis para nosotros, nuestros estudiantes y nuestras profesiones?, ¿estamos logrando identificar las relaciones e interdependencias?, ¿la estamos ignorando?, ¿nos sentimos formados y preparados?, ¿hemos alentado la pérdida de biodiversidad y la hemos subvalorado?
Esto no es solo un tema de biólogos. Las metas del nuevo marco incluyen, por ejemplo, la necesidad de incluir la biodiversidad en el ordenamiento territorial para reducir a cero la pérdida de biodiversidad en el 2030 (meta 1), pero también la integración plena de la biodiversidad y sus múltiples valores en las políticas, los reglamentos, los procesos de planificación y de desarrollo a diferentes escalas de gobierno y en todos los sectores, especialmente en las cuentas nacionales y en donde se promueven los motores de pérdida de biodiversidad (meta 14).
Entonces, necesitamos más economistas, politólogos, ingenieros civiles, de sistemas, de minas, agrónomos, médicos, pedagogos y abogados, entre tantas profesiones, que comprendan las dependencias de la biodiversidad, los impactos de sus oficios sobre ella y los riesgos ante la pérdida de biodiversidad, pero que también sean capaces de reconocer las oportunidades si vemos la naturaleza de manera diferente. Para eso hacen falta más profesores que estén dispuestos a acompañarlos en esta formación. Ser docente en estos tiempos de multicrisis e irrupción de la inteligencia artificial, entre otras tantas circunstancias novedosas, es un reto inmenso; necesitamos acompañamiento y guía, pero sobre todo decisión para contribuir a formar profesionales que tengan herramientas para los retos del tiempo que les tocará vivir y no para las décadas que ya pasaron.