Cuando perdemos algo que es importante y nos duele lo perdido, iniciamos un proceso en el que atravesamos por varias etapas, con emociones diversas para adaptarnos finalmente a esa pérdida. Las pérdidas pueden ser, por ejemplo, de un ser querido, de una relación amorosa o cuando enfrentamos una enfermedad que nos cambia por completo la seguridad de la salud. Permítanme hacer una analogía con lo que estamos viviendo estos días: la intensificación de los incendios forestales es una de las varias manifestaciones de la pérdida del clima “estable y predecible” que conocimos; este fenómeno que llegó a la capital del país tiene a muchas personas asombradas, preocupadas, con miedo, rabia o tristeza, más que en los pasados incendios en Providencia o en el arco de deforestación de la Amazonia. Sumado al aumento de la temperatura de las últimas semanas, empezamos entre todos a reconocer que algo cambió profundamente.
El duelo tiene varias etapas; la primera es la negación. Si bien es cierto que la ciencia hace décadas nos ha estado advirtiendo de la crisis climática, es una conversación que inició siendo muy especializada desde la ciencia para hacer incidencia en políticas públicas; con el tiempo, la conversación superó esas esferas, por un lado, gracias al activismo climático y su relación con los derechos humanos y, por el otro, al mandato de la mitigación, los mercados de carbono y las acciones de algunos sectores productivos. Pero no nos digamos mentiras, aún una buena parte de la humanidad está en etapa de negación.
La siguiente etapa puede tener varias caras: indiferencia, enfado o ira. La indiferencia puede estar asociada probablemente a una falta de comprensión. El cambio climático es un fenómeno complejo con interacciones a múltiples escalas, tiene caras que pueden parecer contradictorias y eso aleja a las personas de su entendimiento. Por otro lado, el cambio climático puede generar rabia o ira frente a la disyuntiva de elegir entre una serie de aspiraciones de bienestar que no podrán ser alcanzadas ante la necesidad de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y lo que eso significa en términos económicos.
Y entonces entra la etapa de negociación con una realidad que nos supera. Intentamos resistirnos al cambio que no podemos controlar, intentamos proponer estrategias bien intencionadas, pero que no logran modificar sustancialmente la situación de fondo: afectamos profundamente la termodinámica del planeta, las relaciones entre la atmósfera, el océano y la biodiversidad, que han sido los elementos claves para la regulación de la estabilidad climática.
Y nos embarga un dolor profundo al saber que las cosas cambiaron, que la intensidad de la temperatura, los incendios, la pérdida de la fauna, el blanqueamiento del coral, los fenómenos climáticos cambiaron, y con esto cambiará profundamente la estabilidad de las cosas conocidas: la lluvia, la temperatura, el paisaje...
Pasar rápidamente a la aceptación es tal vez la manera más inteligente que tenemos como sociedad de enfrentar este duelo climático. Así como cuando hay un diagnóstico de una enfermedad grave es necesario reconocer que debemos entrar en un tratamiento que traerá cambio de hábitos, que será costoso, pero valdrá la pena; necesitamos entre todos hacer parte del tratamiento en una sociedad que aceptó el duelo climático y empieza a ser climáticamente adaptada, porque defender la vida siempre valdrá la pena.
Cuando perdemos algo que es importante y nos duele lo perdido, iniciamos un proceso en el que atravesamos por varias etapas, con emociones diversas para adaptarnos finalmente a esa pérdida. Las pérdidas pueden ser, por ejemplo, de un ser querido, de una relación amorosa o cuando enfrentamos una enfermedad que nos cambia por completo la seguridad de la salud. Permítanme hacer una analogía con lo que estamos viviendo estos días: la intensificación de los incendios forestales es una de las varias manifestaciones de la pérdida del clima “estable y predecible” que conocimos; este fenómeno que llegó a la capital del país tiene a muchas personas asombradas, preocupadas, con miedo, rabia o tristeza, más que en los pasados incendios en Providencia o en el arco de deforestación de la Amazonia. Sumado al aumento de la temperatura de las últimas semanas, empezamos entre todos a reconocer que algo cambió profundamente.
El duelo tiene varias etapas; la primera es la negación. Si bien es cierto que la ciencia hace décadas nos ha estado advirtiendo de la crisis climática, es una conversación que inició siendo muy especializada desde la ciencia para hacer incidencia en políticas públicas; con el tiempo, la conversación superó esas esferas, por un lado, gracias al activismo climático y su relación con los derechos humanos y, por el otro, al mandato de la mitigación, los mercados de carbono y las acciones de algunos sectores productivos. Pero no nos digamos mentiras, aún una buena parte de la humanidad está en etapa de negación.
La siguiente etapa puede tener varias caras: indiferencia, enfado o ira. La indiferencia puede estar asociada probablemente a una falta de comprensión. El cambio climático es un fenómeno complejo con interacciones a múltiples escalas, tiene caras que pueden parecer contradictorias y eso aleja a las personas de su entendimiento. Por otro lado, el cambio climático puede generar rabia o ira frente a la disyuntiva de elegir entre una serie de aspiraciones de bienestar que no podrán ser alcanzadas ante la necesidad de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y lo que eso significa en términos económicos.
Y entonces entra la etapa de negociación con una realidad que nos supera. Intentamos resistirnos al cambio que no podemos controlar, intentamos proponer estrategias bien intencionadas, pero que no logran modificar sustancialmente la situación de fondo: afectamos profundamente la termodinámica del planeta, las relaciones entre la atmósfera, el océano y la biodiversidad, que han sido los elementos claves para la regulación de la estabilidad climática.
Y nos embarga un dolor profundo al saber que las cosas cambiaron, que la intensidad de la temperatura, los incendios, la pérdida de la fauna, el blanqueamiento del coral, los fenómenos climáticos cambiaron, y con esto cambiará profundamente la estabilidad de las cosas conocidas: la lluvia, la temperatura, el paisaje...
Pasar rápidamente a la aceptación es tal vez la manera más inteligente que tenemos como sociedad de enfrentar este duelo climático. Así como cuando hay un diagnóstico de una enfermedad grave es necesario reconocer que debemos entrar en un tratamiento que traerá cambio de hábitos, que será costoso, pero valdrá la pena; necesitamos entre todos hacer parte del tratamiento en una sociedad que aceptó el duelo climático y empieza a ser climáticamente adaptada, porque defender la vida siempre valdrá la pena.