Los cierres de año nos enfrentan a varias incertidumbres, son semanas de finalización de semestre académico y los estudiantes enfrentan incertidumbres sobre si lograron o no sus éxitos académicos. Otros terminaron su formación profesional, como mi hija Mariana, y las incertidumbres son sobre el futuro laboral. Otros están a la espera de la financiación de sus becas, lo que genera otro tipo de incertidumbres.
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Los cierres de año nos enfrentan a varias incertidumbres, son semanas de finalización de semestre académico y los estudiantes enfrentan incertidumbres sobre si lograron o no sus éxitos académicos. Otros terminaron su formación profesional, como mi hija Mariana, y las incertidumbres son sobre el futuro laboral. Otros están a la espera de la financiación de sus becas, lo que genera otro tipo de incertidumbres.
La gestión de la incertidumbre es algo cotidiano, pero poco interiorizado y de la que se habla poco; somos una sociedad que busca certezas, lugares seguros; mientras que la incertidumbre nos incomoda y genera miedo. La incertidumbre siempre se ha manifestado de maneras grandes y pequeñas, pero les ayudamos poco a los jóvenes a gestionarla, tal vez porque a nosotros nos enseñaron poco al respecto y hemos aprendido a los golpes y en el mejor de los casos en terapia.
Nos convertimos en una sociedad donde todos debemos ser exitosos, una sociedad de individuos queriendo avanzar a los ritmos acelerados marcados por el mercado y la aceleración de los hidrocarburos, unos exitosos acumuladores de materiales y huella de carbono, pero solitarios. Y claro, sentir incertidumbre en esta gran aceleración genera mucho más miedo ante la posibilidad del fracaso, de no alcanzar el éxito que nos inventamos. Olvidamos que somos seres sociales y que el ritmo de la naturaleza nos ha marcado evolutiva y culturalmente un compás más realista, humano y orgánico; hemos olvidado también que vivir la incertidumbre en medio de un tejido colectivo puede tener más apoyos y seguridad.
La memoria individual y colectiva es una gran maestra para gestionar la incertidumbre, revisar en otros momentos de incertidumbre e identificar qué recursos sirvieron y cuáles no, cuáles fueron los apoyos que estuvieron y con cuales no se contó, cuáles fueron las estrategias que funcionaron y cuáles no, ayudan a ganar confianza y a disminuir el miedo ante la incertidumbre. Pero además de buscar confianza en la memoria, también es importante explorar innovaciones para encontrar otras respuestas, identificar nuevos apoyos, nuevas personas, nuevos enfoques para crear conexiones y estrategias.
Estamos viviendo tiempos de muchas incertidumbres: de la democracia, del clima y el funcionamiento del planeta, de la vigencia profesional ante la irrupción de la inteligencia artificial, del propósito; es como si el mundo conocido y al que aspiramos como espacio conocido y seguro se estuviera desmoronando frente a nosotros y está emergiendo un nuevo mundo que desconocemos y nos llena de preocupaciones, dudas y miedo.
No es la primera vez que la humanidad vive momentos de crisis, pero sí es la primera vez que las múltiples crisis son de una magnitud planetaria, pero en momentos de crisis han emergido ideas y acciones maravillosas del sentido humano. Hay que seguir impulsando que eso suceda en medio de tanto ruido, polarización y miedo. Son tiempos de escuchar a otros, valorarlos, sumarse; estamos en un proceso constante de diseño y modelación de la sociedad, sabemos que debemos rediseñar la manera de habitar este planeta de forma más inteligente, de relacionarnos diferente entre nosotros y con las otras formas de vida. En tiempos de incertidumbre, cuidémonos más, amémonos más, tengamos más propósitos y aprendizajes colectivos, ante la tentación de caer en el miedo, el odio, el individualismo y el oscurantismo.