En tiempos de la conquista, Rodrigo de Bastidas, luego de recorrer las costas del sur del mar Caribe, logró reconocer la excepcionalidad del territorio que hoy conocemos como Santa Marta, y allí donde compartían diversos grupos indígenas fundó la ciudad el 29 de julio de 1525. El Caribe, como casi todas las zonas mediterráneas, es una región en donde el balance entre las lluvias y la evaporación es negativo, por lo que suelen ser zonas secas. Sin embargo, este territorio es resguardado por la Sierra Nevada, el sistema montañoso litoral tropical más alto del planeta, en donde los picos nevados que alcanzan los 5.700 metros se ven desde las múltiples bahías que se forman cuando la montaña se sumerge en el Mar Caribe y alimentan una red de ríos que desembocan en el mar: Don Diego, Buriticá, Guachaca, Mendihuaca, Piedras, Manzanares, Gaira, Toribio y Córdoba.
Esa montaña sagrada para los cuatro pueblos que la habitan cumple funciones maravillosas que modifican por completo no solo el paisaje, sino el clima y la disponibilidad del agua. Santa Marta es uno de los territorios más biodiversos en nuestro país megadiverso, y no es una exageració. Las múltiples formaciones al interior de la Sierra Nevada la convierten en una isla de la evolución biológica y, por lo tanto, es uno de los lugares con mayor cantidad de endemismos (especies que solo habitan en ese lugar) tanto en la montaña, como en la parte sumergida. Y es que en Santa Marta encontramos glaciares (aunque les quede poco tiempo), páramos, bosques de niebla, bosques secos, ríos, manglares, lagunas costeras, humedales, playas y dunas vegetadas, praderas de pastos marinos, arrecifes de coral superficiales y profundos. La diversidad de ecosistemas, del agua y de las especies que lo conforman ocupan un papel central en el conocimiento y sabiduría ancestral de los pueblos indígenas de la Sierra, pero hoy parece un dato anecdótico.
Santa Marta se convirtió en un lugar donde sus habitantes y dueños de la tierra no han logrado dimensionar el valor de este territorio. La deforestación tuvo picos importantes por los cultivos de uso ilícito en la Sierra durante las décadas de los 70 y 80, pero hoy avanza acabando el poco bosque seco y humedales costeros que queda en las zonas urbanas para sembrar torres de apartamentos que necesitarán más agua y energía para enfrentar las temperaturas en tiempos de crisis climática. El turismo, una actividad fundamental para la economía local, aún no logra comprender que depende completamente de la belleza de la naturaleza. La informalidad de algunos de sus operadores, durante mucho tiempo, ha llevado al deterioro de la calidad paisajística y la biodiversidad que mantiene esa belleza, pensemos en Taganga, Minca o El Rodadero.
La crisis del agua de la ciudad ya cumple más de dos décadas sin poder resolverse. Se sumará sin duda a la crisis climática, que se expresa en el aumento de temperaturas, el ascenso del nivel del mar o el cambio en el régimen de las lluvias. Todo esto impondrá nuevos retos sociales y económicos a la ciudad más antigua del país. Ojalá para los 500 años de la ciudad le podamos regalar un pacto que permita conservar y restaurar su naturaleza privilegiada y redireccionar una economía más inteligente y adaptada climáticamente para brindar bienestar a propios y visitantes.
En tiempos de la conquista, Rodrigo de Bastidas, luego de recorrer las costas del sur del mar Caribe, logró reconocer la excepcionalidad del territorio que hoy conocemos como Santa Marta, y allí donde compartían diversos grupos indígenas fundó la ciudad el 29 de julio de 1525. El Caribe, como casi todas las zonas mediterráneas, es una región en donde el balance entre las lluvias y la evaporación es negativo, por lo que suelen ser zonas secas. Sin embargo, este territorio es resguardado por la Sierra Nevada, el sistema montañoso litoral tropical más alto del planeta, en donde los picos nevados que alcanzan los 5.700 metros se ven desde las múltiples bahías que se forman cuando la montaña se sumerge en el Mar Caribe y alimentan una red de ríos que desembocan en el mar: Don Diego, Buriticá, Guachaca, Mendihuaca, Piedras, Manzanares, Gaira, Toribio y Córdoba.
Esa montaña sagrada para los cuatro pueblos que la habitan cumple funciones maravillosas que modifican por completo no solo el paisaje, sino el clima y la disponibilidad del agua. Santa Marta es uno de los territorios más biodiversos en nuestro país megadiverso, y no es una exageració. Las múltiples formaciones al interior de la Sierra Nevada la convierten en una isla de la evolución biológica y, por lo tanto, es uno de los lugares con mayor cantidad de endemismos (especies que solo habitan en ese lugar) tanto en la montaña, como en la parte sumergida. Y es que en Santa Marta encontramos glaciares (aunque les quede poco tiempo), páramos, bosques de niebla, bosques secos, ríos, manglares, lagunas costeras, humedales, playas y dunas vegetadas, praderas de pastos marinos, arrecifes de coral superficiales y profundos. La diversidad de ecosistemas, del agua y de las especies que lo conforman ocupan un papel central en el conocimiento y sabiduría ancestral de los pueblos indígenas de la Sierra, pero hoy parece un dato anecdótico.
Santa Marta se convirtió en un lugar donde sus habitantes y dueños de la tierra no han logrado dimensionar el valor de este territorio. La deforestación tuvo picos importantes por los cultivos de uso ilícito en la Sierra durante las décadas de los 70 y 80, pero hoy avanza acabando el poco bosque seco y humedales costeros que queda en las zonas urbanas para sembrar torres de apartamentos que necesitarán más agua y energía para enfrentar las temperaturas en tiempos de crisis climática. El turismo, una actividad fundamental para la economía local, aún no logra comprender que depende completamente de la belleza de la naturaleza. La informalidad de algunos de sus operadores, durante mucho tiempo, ha llevado al deterioro de la calidad paisajística y la biodiversidad que mantiene esa belleza, pensemos en Taganga, Minca o El Rodadero.
La crisis del agua de la ciudad ya cumple más de dos décadas sin poder resolverse. Se sumará sin duda a la crisis climática, que se expresa en el aumento de temperaturas, el ascenso del nivel del mar o el cambio en el régimen de las lluvias. Todo esto impondrá nuevos retos sociales y económicos a la ciudad más antigua del país. Ojalá para los 500 años de la ciudad le podamos regalar un pacto que permita conservar y restaurar su naturaleza privilegiada y redireccionar una economía más inteligente y adaptada climáticamente para brindar bienestar a propios y visitantes.