Sobre peces grandes y la necesidad de reimaginarnos la colaboración
Hace unas semanas me invitaron a participar en el curso de una colega, entre otras cosas para hablar sobre la necesidad de reaprender de la naturaleza como un elemento esperanzador en estos tiempos de tantas incertidumbres. El tema central de mi conversación partía de reconocer que la evolución biológica ha sido el gran proceso innovador en este planeta, basado en ensayos y errores sucedidos durante cientos de miles de años, en donde cada especie con la que cohabitamos hoy es el resultado maravilloso de haber logrado la eficiencia en el uso de los recursos disponibles, la adaptación al entorno y la generación de relaciones de colaboración con otras especies para crear condiciones que favorezcan la vida y, por lo tanto, agregar valor a sus comunidades y ecosistemas.
Sin embargo, un estudiante un poco incrédulo sobre el mensaje me recordó que hemos tenido una percepción predominante sobre la naturaleza, en la que el pez más grande se come al pez pequeño, que estamos rodeados de carnívoros que se alimentan de los más débiles y esa percepción de peligro e inseguridad que nos generan algunos espacios naturales. Reaccioné contándole que esa es solo una parte de cómo funciona la naturaleza y que realmente cada vez con más frecuencia la ciencia nos llena de información sobre cómo estamos llenos de casos exitosos de colaboraciones, de una gran diversidad de relaciones mutualistas, del éxito de la interdependencia. Pero claro, la realidad es que eso no hace parte de la narrativa con la que hemos entendido tradicionalmente a la naturaleza.
El éxito de la supervivencia de las especies está en la manera que encontraron para relacionarse con otras, no solo en quién se alimenta de quién, si no cómo se pueden beneficiar entre sí para tener seguridad, reproducirse, transportarse, tener refugio, obtener información del entorno. Uno de los casos más maravillosos de las relaciones mutualistas lo representan los arrecifes de coral, los ecosistemas con mayor biodiversidad y sofisticación evolutiva. Su éxito radica en ese ensayo en el que un pólipo de coral integró a su tejido unas microalgas que le iban a permitir ofrecerle refugio y estabilidad a la microalga para hacer fotosíntesis y producir alimento para los dos; adicionalmente, desarrollaron unas sofisticadas relaciones químicas para usar el carbono disuelto en agua, convertirlo en carbonato de calcio para crear su casa, pero, a su vez, volverlo el refugio de otra gran cantidad de especies.
Teniendo en cuenta que muchos de nuestros comportamientos sociales y valores culturales están muy en el fondo asociados con nuestra relación con la naturaleza, se nos convierte en un reto real redescubrir los valores e imaginarios con los que entendemos a la naturaleza, desmitificar la “hegemonía” de la competencia en el mundo natural¸ para dar paso a una mayor comprensión sobre las miles de formas de relacionamiento cooperativo que pueden ser una fuente de inspiración para los retos actuales. Lo cierto es que, para adaptarnos climáticamente, generar una economía productiva y nuevos puestos de trabajo inspirados en la biodiversidad, necesitamos recuperar la naturaleza perdida y entenderla más y mejor. En una sociedad en donde el gran reto de las instituciones es la articulación y la colaboración, ¿cuánto podríamos aprender de la naturaleza si la viéramos más allá de ser recursos naturales?
Hace unas semanas me invitaron a participar en el curso de una colega, entre otras cosas para hablar sobre la necesidad de reaprender de la naturaleza como un elemento esperanzador en estos tiempos de tantas incertidumbres. El tema central de mi conversación partía de reconocer que la evolución biológica ha sido el gran proceso innovador en este planeta, basado en ensayos y errores sucedidos durante cientos de miles de años, en donde cada especie con la que cohabitamos hoy es el resultado maravilloso de haber logrado la eficiencia en el uso de los recursos disponibles, la adaptación al entorno y la generación de relaciones de colaboración con otras especies para crear condiciones que favorezcan la vida y, por lo tanto, agregar valor a sus comunidades y ecosistemas.
Sin embargo, un estudiante un poco incrédulo sobre el mensaje me recordó que hemos tenido una percepción predominante sobre la naturaleza, en la que el pez más grande se come al pez pequeño, que estamos rodeados de carnívoros que se alimentan de los más débiles y esa percepción de peligro e inseguridad que nos generan algunos espacios naturales. Reaccioné contándole que esa es solo una parte de cómo funciona la naturaleza y que realmente cada vez con más frecuencia la ciencia nos llena de información sobre cómo estamos llenos de casos exitosos de colaboraciones, de una gran diversidad de relaciones mutualistas, del éxito de la interdependencia. Pero claro, la realidad es que eso no hace parte de la narrativa con la que hemos entendido tradicionalmente a la naturaleza.
El éxito de la supervivencia de las especies está en la manera que encontraron para relacionarse con otras, no solo en quién se alimenta de quién, si no cómo se pueden beneficiar entre sí para tener seguridad, reproducirse, transportarse, tener refugio, obtener información del entorno. Uno de los casos más maravillosos de las relaciones mutualistas lo representan los arrecifes de coral, los ecosistemas con mayor biodiversidad y sofisticación evolutiva. Su éxito radica en ese ensayo en el que un pólipo de coral integró a su tejido unas microalgas que le iban a permitir ofrecerle refugio y estabilidad a la microalga para hacer fotosíntesis y producir alimento para los dos; adicionalmente, desarrollaron unas sofisticadas relaciones químicas para usar el carbono disuelto en agua, convertirlo en carbonato de calcio para crear su casa, pero, a su vez, volverlo el refugio de otra gran cantidad de especies.
Teniendo en cuenta que muchos de nuestros comportamientos sociales y valores culturales están muy en el fondo asociados con nuestra relación con la naturaleza, se nos convierte en un reto real redescubrir los valores e imaginarios con los que entendemos a la naturaleza, desmitificar la “hegemonía” de la competencia en el mundo natural¸ para dar paso a una mayor comprensión sobre las miles de formas de relacionamiento cooperativo que pueden ser una fuente de inspiración para los retos actuales. Lo cierto es que, para adaptarnos climáticamente, generar una economía productiva y nuevos puestos de trabajo inspirados en la biodiversidad, necesitamos recuperar la naturaleza perdida y entenderla más y mejor. En una sociedad en donde el gran reto de las instituciones es la articulación y la colaboración, ¿cuánto podríamos aprender de la naturaleza si la viéramos más allá de ser recursos naturales?