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Difícilmente la biodiversidad ha generado en tan poco tiempo tantas noticias y emociones como lo sucedido en las últimas semanas. Los incendios en los bosques urbanos, la pesca de tiburones, la infraestructura en Gorgona, el rebrote de los frailejones y la COP16 han activado una conversación en donde argumentos biológicos, sociales, institucionales, populares, populistas, unos más ruidosos que otros, mucha emocionalidad y mucha incertidumbre se mezclan como en un bamboleo de olas de un mar de leva.
Las cifras del Sistema Global de Información sobre Biodiversidad (GBIF) nos dicen que somos el segundo país con mayor número de especies conocidas y el primero en número de especies conocidas por superficie. Los listados ayudan a dimensionar la excepcionalidad de nuestra biodiversidad, pero aún seguimos desconociendo lo que eso representa y significa. Y es que nos está costando mucho comprender lo que significa la crisis de biodiversidad. Cada dos años WWF publica su informe Planeta Vivo, basado en el análisis del estado de las poblaciones de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces del mundo. El informe del 2022 muestra una disminución entre 1970 y 2018 del 69 % de las poblaciones de estos grupos, en la región de América Latina y el Caribe la disminución es del 94 %; se están desocupando nuestros ecosistemas de la vida que los habitaba.
En otras columnas he mencionado que dependemos como individuos y como sociedad de la biodiversidad; la biodiversidad no solo genera espacios bellos, también genera procesos útiles para nutrirnos, tener salud, cubrirnos, tener entornos seguros y haber generado sistemas de conocimiento y posibilidades de desarrollar la creatividad humana. Con la biodiversidad disminuyendo, la dependencia y vulnerabilidad de las poblaciones que usan la biodiversidad es algo que debe prender las alarmas. Por ejemplo, en ese mismo informe se menciona que la abundancia de rayas y tiburones ha disminuido un 71 % en 50 años.
Podemos tomar varios caminos: ignorar las cifras del declive de la biodiversidad y crear una irresponsable dicotomía de que se puede seguir usando la biodiversidad con las prácticas tradicionales, culpando a la ciencia y los científicos por ser los mensajeros de verdades incómodas; o tomar decisiones responsable reconociendo que es necesario hacer cambios importantes, institucionales, de generación de información, de enfoque en la gestión y de cambio de hábitos incluso en las comunidades locales que dependen de la biodiversidad amenazada y, por lo tanto, se vuelven más vulnerables.
Hay varias conversaciones nacionales pendientes que deben ser abordadas con seriedad y responsabilidad institucional, sobre todo reconociendo las tendencias de la crisis climática y sus efectos socioecológicos. Por ejemplo, el papel que aún cumplen las reservas forestales en la regulación del agua, en la adaptación climática y en otros múltiples servicios ecosistémicos, que se encuentran en áreas de aspiración de reservas campesinas o de minería ancestral de las comunidades del Pacífico.
Los rebrotes de los frailejones del páramo de Berlín luego de los incendios nos han emocionado. La biodiversidad tiene mecanismos para recuperarse de eventos críticos, que están pasando en medio de una crisis gigante e inédita. Restaurar la naturaleza perdida para la adaptación climática y mantener los flujos de las contribuciones de la naturaleza para el bienestar social y económico del país debe ser una reflexión urgente en medio de la preparación para la COP16.