Así tituló hace poco un diario británico su artículo sobre la Colombia de hoy, lo que no pasaría de ser una más entre las historias incómodas de la prensa internacional excepto por un detalle y es que es absolutamente cierto. Colombia es un terrón de azúcar que se deshace en el agua: cada día se diluye y degrada un poco más. Un año y medio de pandemia, tres años de gobierno de Duque y 40 días seguidos de paro nacional lo demostraron. Acá los problemas no se resuelven sino que se dejan de lado y se reemplazan por otros problemas. Todo lo que puede empeorar inevitablemente empeora. El diálogo social está roto y la mayoría de la gente ya no cree en nada. Un reciente sondeo no puede ser más patético: el presidente, con una aprobación de apenas un 16 %. La imagen negativa del Congreso es casi igual a la del Eln: un 86 % versus un 88 %. La economía colapsa y el dólar vuela por los cielos. Los asesinatos de líderes sociales, desmovilizados y civiles en general —incluyendo a los manifestantes— unidos al miedo que una parte enorme de colombianos le tienen a la policía hacen que el informe de la CIDH sea, como es lógico, muy negativo.
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Así tituló hace poco un diario británico su artículo sobre la Colombia de hoy, lo que no pasaría de ser una más entre las historias incómodas de la prensa internacional excepto por un detalle y es que es absolutamente cierto. Colombia es un terrón de azúcar que se deshace en el agua: cada día se diluye y degrada un poco más. Un año y medio de pandemia, tres años de gobierno de Duque y 40 días seguidos de paro nacional lo demostraron. Acá los problemas no se resuelven sino que se dejan de lado y se reemplazan por otros problemas. Todo lo que puede empeorar inevitablemente empeora. El diálogo social está roto y la mayoría de la gente ya no cree en nada. Un reciente sondeo no puede ser más patético: el presidente, con una aprobación de apenas un 16 %. La imagen negativa del Congreso es casi igual a la del Eln: un 86 % versus un 88 %. La economía colapsa y el dólar vuela por los cielos. Los asesinatos de líderes sociales, desmovilizados y civiles en general —incluyendo a los manifestantes— unidos al miedo que una parte enorme de colombianos le tienen a la policía hacen que el informe de la CIDH sea, como es lógico, muy negativo.
Hoy, más que nunca, Colombia es un Estado fallido: se raja en derechos humanos, se raja en el control de la pandemia y en la velocidad de la vacunación, se raja en la producción de coca, se raja en el manejo económico. Se raja en democracia y en lucha contra la corrupción. Caímos hasta en el fútbol, con la insólita decisión de Rueda de dejar por fuera a James, el mejor jugador que ha tenido este país en décadas, y la infortunada lesión de Falcao, con lo cual la selección parece el Cortuluá o incluso el Santa Fe, que para el consumo local alcanza pero no para un fogueo internacional.
No hay presente y el futuro se ve aterrador. ¿Cuánto durará este naufragio? El cuatrienio de Duque, la “Segunda Patria Boba” de la historia, ha sido una mezcla de mala gestión, jugarretas y falta de liderazgo; también, de mala suerte por el COVID-19, pero el coronavirus les pasó a todos los países y sólo Colombia está en bancarrota económica, política, moral y social. Duque encontró como talismán culpar a las protestas, de ahí que dilatara al infinito las negociaciones hasta que el Comité del Paro se dio cuenta de que estaban siendo usados de idiotas útiles y que el objetivo del Gobierno era justamente ese: que todo acabara de pudrirse para justificar el desastre de su gestión. Y algo lograron con esa estrategia, pues hoy una parte de la población cree que el desastre del país es exclusivamente por las manifestaciones. Hay odio por todos lados. Cada colombiano parece un país enemigo.
Una consecuencia de esta degradación —o pudrición— y de este odio es que un personaje esperpéntico como la senadora Cabal, que justifica el paramilitarismo urbano de Cali, piense que puede ser candidata presidencial (lo propuse como caricatura en esta misma columna sin imaginar que pudiera llegar a ser real). Ahí está nuestra Keiko y nuestra Marine Le Pen, made in Buga. Que esa señora crea, incluso lejanamente, que puede ser presidenta de algo muestra la ruina definitiva de Colombia. Caímos en el abismo más oscuro. Como dijo Bryce Echenique del Perú: “Es hora de vender este país tan grande y de comprar uno más pequeño cerca de París”.