Leyendo Septología, la obra cumbre del nobel Jon Fosse y una de las mejores obras literarias escritas en este naciente siglo, vale la pena hacer una reflexión sobre el mundo editorial, en su conjunto, y su relevancia como “difusor cultural”. Lo menciono por algo que en estos días me tiene perplejo. Una pregunta muy sencilla: ¿cómo es posible que este autor gigantesco, con decenas de novelas publicadas y obras de teatro representadas en varios países, fuera un ilustre desconocido en lengua española? Sé que algunos de sus libros estaban ya traducidos y publicados por la editorial De Conatus, de cuya existencia, por cierto, también me estoy enterando ahora, gracias a Fosse. O mejor: gracias al Nobel que sacó a la luz a Fosse. Es muy llamativo que las editoriales más conocidas y con mejor distribución en nuestro medio no se hayan interesado por él, haciéndolo circular desde antes, pues con ello sí que habrían hecho un buen trabajo de conexión intercultural, al más alto nivel, poniendo esta obra riquísima a operar sobre el imaginario y el ecosistema creativo no sólo de los lectores en español, sino de los autores, que habrían ganado tiempo y sin duda cosechado ya buenos frutos de haber podido dialogar con estas novelas desde hace tiempo y no viniendo a descubrirlas ahora, como estoy haciendo yo, siendo que es un autor de mi generación, con la misma edad de compañeros de camino como Héctor Abad o William Ospina. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Dónde están los radares y sistemas de detección de autores de las editoriales?
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Leyendo Septología, la obra cumbre del nobel Jon Fosse y una de las mejores obras literarias escritas en este naciente siglo, vale la pena hacer una reflexión sobre el mundo editorial, en su conjunto, y su relevancia como “difusor cultural”. Lo menciono por algo que en estos días me tiene perplejo. Una pregunta muy sencilla: ¿cómo es posible que este autor gigantesco, con decenas de novelas publicadas y obras de teatro representadas en varios países, fuera un ilustre desconocido en lengua española? Sé que algunos de sus libros estaban ya traducidos y publicados por la editorial De Conatus, de cuya existencia, por cierto, también me estoy enterando ahora, gracias a Fosse. O mejor: gracias al Nobel que sacó a la luz a Fosse. Es muy llamativo que las editoriales más conocidas y con mejor distribución en nuestro medio no se hayan interesado por él, haciéndolo circular desde antes, pues con ello sí que habrían hecho un buen trabajo de conexión intercultural, al más alto nivel, poniendo esta obra riquísima a operar sobre el imaginario y el ecosistema creativo no sólo de los lectores en español, sino de los autores, que habrían ganado tiempo y sin duda cosechado ya buenos frutos de haber podido dialogar con estas novelas desde hace tiempo y no viniendo a descubrirlas ahora, como estoy haciendo yo, siendo que es un autor de mi generación, con la misma edad de compañeros de camino como Héctor Abad o William Ospina. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Dónde están los radares y sistemas de detección de autores de las editoriales?
Hay un motivo. Desde hace tiempo las traducciones de novelas de otras lenguas al español están dominadas por los anglosajones. ¿Y los novelistas alemanes, polacos, portugueses, belgas, daneses, rusos? ¿Es que no hay? La ilusión monolingüe que privilegia a los escritores en inglés y les hace creer que el mundo está a sus pies parece haberse extendido a toda la cultura. Ellos ocupan la mayor parte del espacio y cada vez la franja restante es más estrecha. Los autores franceses aún tienen una cierta presencia y algún caso aislado de otras lenguas, pero la aplanadora anglosajona es implacable. Con otra consecuencia muy visible y es que esta supremacía crea la ilusión, en nuestro mundo, de que el mayor y casi único éxito posible para un autor es ser publicado en inglés, tener lectores en inglés, acudir a festivales en inglés y, por supuesto, hablar correctamente inglés, pues allá no están acostumbrados a que les hablen en otros idiomas. Recuerdo la anécdota de un escritor argentino en Nueva York, que por escribir en español creía estar “del lado incorrecto de la historia”.
Pero el surgimiento internacional de un autor como Fosse muestra una vez más que la literatura, como el espíritu de la Biblia, “sopla donde quiera” y se puede manifestar en cualquier lengua de la Tierra, pues ninguna es por definición más creativa ni más inteligente para escribir novelas que otra. Esa idea de Heidegger de una lengua inteligente (el alemán) y otras subsidiarias (las latinas) ya ha sido negada por la propia realidad, y esto, a pesar de que las leyes del mercado y la supremacía económica de Estados Unidos y Reino Unido se empeñen en hacernos creer que sólo los que escriben en inglés están del lado correcto de la vida y de la Historia.