En Colombia el tiempo es cíclico, todo se repite. La primera vez como tragedia y la segunda como comedia (esto es de Marx, ya lo saben). En el 2016 la derecha uribista ingenió un plan para derribar el Acuerdo de Paz usando mentiras y posverdades para que la gente “saliera a votar emberracada”. Con esa trampa ganaron y hoy siguen reivindicando esa victoria como si fuera honrosa, como si fuera el resultado de un verdadero debate. La nueva versión de eso, la versión cómica, es volver a la posverdad y a la mentira para tratar de evitar la marcha del 21 de noviembre. Su miedo es proporcional a su culpa. El uribismo sabe que en la marcha se juega la vida, pues el desastre de un subpresidente como Duque no puede sostenerse. Quienes votaron “por el que diga Uribe” tienen hoy esa responsabilidad: la de haber puesto en la jefatura del Estado a una persona claramente incompetente, sin el liderazgo ni la fuerza para conducir un gobierno. Es patético: un año y medio después, Duque sigue hablando como si fuera candidato y los uribistas ya no saben qué decir. Hace unos días escuché al senador uribista Álvaro Hernán Prada debatir con Gustavo Bolívar, y estuve entre la vergüenza ajena y la risa. Prada, el pobre, no sabía qué argumentar, entonces habló de la amenaza del comunismo (le faltó, como a la Cabal, echarle la culpa a la Unión Soviética) y por supuesto acudió al recurso barato y risible de tirarle toda la culpa a Santos, ¡un año y medio después! Prada siguió diciendo que el proceso de paz era el culpable de que el país esté como esté. ¿En serio? Tal vez Prada opine en serio que el país estaría mejor en guerra, pero sé que es su obediencia al “presidente eterno” lo que lo obliga a repetir esas frases vacías que ya nadie, por torpe que sea, puede creer. Los uribistas lo repiten porque es lo único que tienen. Uribe, con la Corte Suprema respirándole al cuello, devaluado por la derrota en las elecciones regionales, ya ordenó a sus pistoleros repetir y repetir las mismas mentiras del plebiscito, y es ahí cuando sus senadores más obtusos se vuelven importantes. Si la misión es difundir falsedades y engañar, los más burros de su establo salen al escenario: José Obdulio, Paloma, la Cabal… Y así el rebuzno de ese triunvirato empieza a llenar Twitter, las entrevistas radiales, los noticieros.
Por eso es necesario salir a marchar. Y por eso creo que, en la marcha, en primera fila, deberían estar de la mano los tres políticos más relevantes del antiuribismo: Petro, Fajardo y De la Calle. Olvidando las diferencias y concentrándose en lo que los une. Ellos tres, juntos, son la salvación de este país. Sus ideas y programas son muy cercanos en lo importante. No creo que Petro sea castrochavista, ni que Fajardo sea un uribista escondido, ni que De la Calle sea un vendido a las Farc. No. Son los tres políticos más decentes y valiosos con los que contamos, y es necesario, en un momento como este, que se unan. ¡Únanse! Salgan juntos a la marcha para que la gente decente de este país se reconozca en ustedes y sienta que no todo está perdido. Porque la política más alta es la que lleva al bien común, y si cada uno sigue por su propia senda seguirán prevaleciendo la mentira y la posverdad.
En Colombia el tiempo es cíclico, todo se repite. La primera vez como tragedia y la segunda como comedia (esto es de Marx, ya lo saben). En el 2016 la derecha uribista ingenió un plan para derribar el Acuerdo de Paz usando mentiras y posverdades para que la gente “saliera a votar emberracada”. Con esa trampa ganaron y hoy siguen reivindicando esa victoria como si fuera honrosa, como si fuera el resultado de un verdadero debate. La nueva versión de eso, la versión cómica, es volver a la posverdad y a la mentira para tratar de evitar la marcha del 21 de noviembre. Su miedo es proporcional a su culpa. El uribismo sabe que en la marcha se juega la vida, pues el desastre de un subpresidente como Duque no puede sostenerse. Quienes votaron “por el que diga Uribe” tienen hoy esa responsabilidad: la de haber puesto en la jefatura del Estado a una persona claramente incompetente, sin el liderazgo ni la fuerza para conducir un gobierno. Es patético: un año y medio después, Duque sigue hablando como si fuera candidato y los uribistas ya no saben qué decir. Hace unos días escuché al senador uribista Álvaro Hernán Prada debatir con Gustavo Bolívar, y estuve entre la vergüenza ajena y la risa. Prada, el pobre, no sabía qué argumentar, entonces habló de la amenaza del comunismo (le faltó, como a la Cabal, echarle la culpa a la Unión Soviética) y por supuesto acudió al recurso barato y risible de tirarle toda la culpa a Santos, ¡un año y medio después! Prada siguió diciendo que el proceso de paz era el culpable de que el país esté como esté. ¿En serio? Tal vez Prada opine en serio que el país estaría mejor en guerra, pero sé que es su obediencia al “presidente eterno” lo que lo obliga a repetir esas frases vacías que ya nadie, por torpe que sea, puede creer. Los uribistas lo repiten porque es lo único que tienen. Uribe, con la Corte Suprema respirándole al cuello, devaluado por la derrota en las elecciones regionales, ya ordenó a sus pistoleros repetir y repetir las mismas mentiras del plebiscito, y es ahí cuando sus senadores más obtusos se vuelven importantes. Si la misión es difundir falsedades y engañar, los más burros de su establo salen al escenario: José Obdulio, Paloma, la Cabal… Y así el rebuzno de ese triunvirato empieza a llenar Twitter, las entrevistas radiales, los noticieros.
Por eso es necesario salir a marchar. Y por eso creo que, en la marcha, en primera fila, deberían estar de la mano los tres políticos más relevantes del antiuribismo: Petro, Fajardo y De la Calle. Olvidando las diferencias y concentrándose en lo que los une. Ellos tres, juntos, son la salvación de este país. Sus ideas y programas son muy cercanos en lo importante. No creo que Petro sea castrochavista, ni que Fajardo sea un uribista escondido, ni que De la Calle sea un vendido a las Farc. No. Son los tres políticos más decentes y valiosos con los que contamos, y es necesario, en un momento como este, que se unan. ¡Únanse! Salgan juntos a la marcha para que la gente decente de este país se reconozca en ustedes y sienta que no todo está perdido. Porque la política más alta es la que lleva al bien común, y si cada uno sigue por su propia senda seguirán prevaleciendo la mentira y la posverdad.