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Leer Yoga, del francés Emmanuel Carrère, es vivir un caudal de experiencias vertiginosas sin final feliz. Recordé a mi amigo indio Madhuván Sharma cuando explicaba los “pensamientos asociados”, las ideas que van llegando a la cabeza mientras uno vive o cuando se detiene un momento o camina por cualquier avenida. Esos pensamientos son como micos que brincan de un bejuco a otro: preocupaciones, instantáneas sexuales, asuntos prácticos, anhelos, proyecciones de grandeza, pesimismo, miedo a ser derrotado, ¿por quién? No se sabe. Uno no sabe contra quién lucha cuando lucha contra el destino. ¿Es contra sí mismo? ¿Por qué mi mente se obceca en volver a una improbable relación sexual con aquella azafata de Croatian Airlines que nunca volví a ver, en lugar de disfrutar del paisaje que tengo delante, 28 años después, en mi paseo matinal por el bosque? Para los budistas, hay que destruir estos micos vergonzantes y expulsarlos. Todo esto suena a la vez muy lógico y un poco ingenuo, pero, en realidad, ¿quiero yo eso? Si la imaginación fue siempre mi gran refugio, ¿debo prescindir de ella en aras de la armonía? ¿No se supone que es ella, esa imaginación llena de desbordantes y absurdas escenas, la que me permite vivir de forma equilibrada? Más del 90 % de las cosas que pienso e imagino a diario nunca ocurren, pero no por eso mi vida es triste. Hay frustraciones pasajeras, claro, porque soy escritor y por lo tanto artista, y por definición todo artista se considera subvalorado. Pero no es grave. Los miedos y los anhelos están medidos por la vara de la vida. Si uno ha tenido ya algunos éxitos, dice Carrère, ¿no es lícito imaginar que su próximo libro va a ser exitoso? Es un anhelo y una expresión del miedo. Estos pensamientos son agobiantes, pero son los pensamientos de un escritor. A todos, en mayor o menor medida, nos invade una jauría de micos cada vez que se publica un nuevo libro (ni se diga en mi caso, con uno reciente en librerías).
Pero Carrère agrega algo interesante: hacer anticipación representándose un probable éxito es humillante. Cuánta razón tiene. No hay nada más humillante que imaginar escenas de éxito. Lo he hecho y por eso lo sé. Pero hay algo que se debe comprender, más allá del ego normal de cualquier artista, y es que aspirar al éxito es absolutamente natural. Cuando uno compra una boleta para una rifa, ¿no es normal querer ganarla? Igual pasa con la vida y el arte. El que estudia una carrera ¿no aspira a sobresalir en ella? El que invita a salir a una persona que le atrae ¿no quiere seducir y que todo salga bien? Uno siempre quiere tener éxito. El hombre anticipa porque puede imaginar y esa anticipación lo lleva a representarse el triunfo que aún no ha conseguido. Nadie sueña con la derrota. Nadie quiere perder. La derrota es ese golpe despiadado de la realidad que nos recuerda que no somos dueños del destino y que la vida, por mucho que hayamos progresado, sigue siendo un pantano infestado de colmillos, un tren que se nos clava en el estómago y que no vimos venir, porque nuestra mente sólo representó la victoria. Uno se olvida de la derrota, pero ella no. Como en ese proverbio judío que dice: “¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes”. Yoga, de Carrère. Libro nada neutral para lectores valientes.