En estos días han circulado dos interpretaciones que caracterizan la posible elección de Jair Bolsonaro a la Presidencia de Brasil. Ampliamente circulada en las redes sociales, el sociólogo Manuel Castells dirigió una carta “a los amigos intelectuales comprometidos con la democracia”, en la que define lo de Brasil como parte de un proceso mundial que, además de Trump, ha producido al gobierno neofascista de Italia y el ascenso del neonazismo en Europa. Así, caracteriza a Bolsonaro como un fascista, defensor de la dictadura militar, y además como misógino, sexista, xenófobo y racista. Si Brasil cae en manos de este personaje y de los poderes fácticos que lo apoyan, argumenta Castells, “nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración moral del planeta, a la que estamos asistiendo”.
Contrario a esta caracterización, otro sociólogo, el expresidente Fernando Henrique Cardoso, argumenta que Bolsonaro no es el regreso al fascismo, no es la vuelta al autoritarismo militar, ni tampoco al anticomunismo del pasado. Pueden ser otras formas de acción y pensamiento no democráticas, pero para Cardoso la historia no se repite y, aunque Bolsonaro fue un militar, las Fuerzas Armadas brasileñas no están detrás de él y, quizá, servirán como su dique de contención.
El análisis de Cardoso es mucho más elaborado e interesante que el de Castells. Según Cardoso, Bolsonaro es el resultado de dos tipos de factores. En primer lugar, del miedo. Miedo a la ascendente criminalidad, particularmente la de Río de Janeiro, y miedo por el futuro de la economía, que no ha sido capaz de salir de la recesión creada por Rousseff. Pero es también la profunda indignación de la gente por la corrupción, desvelada especialmente por el caso Petrobras, “que expuso las bases podridas sobre las que se asentaban el gobierno y los partidos”.
Pero, detrás de estos factores coyunturales, para Cardoso hay una transformación más estructural y profunda. La sociedad brasileña está experimentando una cuarta revolución productiva, diferente a la que se constituyó en el capitalismo financiero-industrial. Parece ser una revolución tecnológico-financiera, en la que internet tiene un protagonismo central, que está fragmentando sus viejas clases sociales, disolviendo sus cementos de cohesión y tornando vacías las ideologías que las sustentaban. Para Cardoso, los partidos, las creencias políticas y los sindicatos (la institucionalidad política del pasado) se han vuelto pequeños frente a estos retos de internet, que impone una comunicación directa, aunque sea momentánea y fragmentaria, y las noticias, aunque sean falsas, se sobreponen al juicio y a la razón de los medios tradicionales (radio y televisión). Así, Cardoso argumenta que Bolsonaro es una hoja seca impulsada por el vendaval de todas estas transformaciones.
Frente a este panorama, Cardoso hace un llamado a la reconstrucción de la institucionalidad democrática y exige a los partidos hacer una autocrítica por la corrupción y a los poderosos entender que la desigualdad puede llevar a la desesperación. Pero, sin hacerlo explícito, Cardoso, que tiene 87 años, en alguna forma también está haciendo un reclamo a todos los intelectuales, y en particular a los sociólogos, por su incapacidad de entender lo que está sucediendo. En estas sociedades interconectadas y fragmentadas, ¿quiénes son los nuevos poderes fácticos? ¿Cuáles son las nuevas élites? ¿Cuáles son y dónde surgen las nuevas creencias? ¿Qué va a pasar con los sindicatos? No solo en Brasil, aquí en Colombia también necesitamos comenzar a responder a todas estas preguntas.
En estos días han circulado dos interpretaciones que caracterizan la posible elección de Jair Bolsonaro a la Presidencia de Brasil. Ampliamente circulada en las redes sociales, el sociólogo Manuel Castells dirigió una carta “a los amigos intelectuales comprometidos con la democracia”, en la que define lo de Brasil como parte de un proceso mundial que, además de Trump, ha producido al gobierno neofascista de Italia y el ascenso del neonazismo en Europa. Así, caracteriza a Bolsonaro como un fascista, defensor de la dictadura militar, y además como misógino, sexista, xenófobo y racista. Si Brasil cae en manos de este personaje y de los poderes fácticos que lo apoyan, argumenta Castells, “nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración moral del planeta, a la que estamos asistiendo”.
Contrario a esta caracterización, otro sociólogo, el expresidente Fernando Henrique Cardoso, argumenta que Bolsonaro no es el regreso al fascismo, no es la vuelta al autoritarismo militar, ni tampoco al anticomunismo del pasado. Pueden ser otras formas de acción y pensamiento no democráticas, pero para Cardoso la historia no se repite y, aunque Bolsonaro fue un militar, las Fuerzas Armadas brasileñas no están detrás de él y, quizá, servirán como su dique de contención.
El análisis de Cardoso es mucho más elaborado e interesante que el de Castells. Según Cardoso, Bolsonaro es el resultado de dos tipos de factores. En primer lugar, del miedo. Miedo a la ascendente criminalidad, particularmente la de Río de Janeiro, y miedo por el futuro de la economía, que no ha sido capaz de salir de la recesión creada por Rousseff. Pero es también la profunda indignación de la gente por la corrupción, desvelada especialmente por el caso Petrobras, “que expuso las bases podridas sobre las que se asentaban el gobierno y los partidos”.
Pero, detrás de estos factores coyunturales, para Cardoso hay una transformación más estructural y profunda. La sociedad brasileña está experimentando una cuarta revolución productiva, diferente a la que se constituyó en el capitalismo financiero-industrial. Parece ser una revolución tecnológico-financiera, en la que internet tiene un protagonismo central, que está fragmentando sus viejas clases sociales, disolviendo sus cementos de cohesión y tornando vacías las ideologías que las sustentaban. Para Cardoso, los partidos, las creencias políticas y los sindicatos (la institucionalidad política del pasado) se han vuelto pequeños frente a estos retos de internet, que impone una comunicación directa, aunque sea momentánea y fragmentaria, y las noticias, aunque sean falsas, se sobreponen al juicio y a la razón de los medios tradicionales (radio y televisión). Así, Cardoso argumenta que Bolsonaro es una hoja seca impulsada por el vendaval de todas estas transformaciones.
Frente a este panorama, Cardoso hace un llamado a la reconstrucción de la institucionalidad democrática y exige a los partidos hacer una autocrítica por la corrupción y a los poderosos entender que la desigualdad puede llevar a la desesperación. Pero, sin hacerlo explícito, Cardoso, que tiene 87 años, en alguna forma también está haciendo un reclamo a todos los intelectuales, y en particular a los sociólogos, por su incapacidad de entender lo que está sucediendo. En estas sociedades interconectadas y fragmentadas, ¿quiénes son los nuevos poderes fácticos? ¿Cuáles son las nuevas élites? ¿Cuáles son y dónde surgen las nuevas creencias? ¿Qué va a pasar con los sindicatos? No solo en Brasil, aquí en Colombia también necesitamos comenzar a responder a todas estas preguntas.