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En su columna del 10 de febrero en El Espectador, en una actitud que me sorprendió, no solo por la admiración que le tengo a su obra académica, sino también por el gran aprecio personal que le profeso, Salomón Kalmanovitz atacó, a mi modo de ver injustamente, a Daniel Raisbeck, un intelectual brillante de las nuevas generaciones de Colombia. En esa columna, Kalmanovitz comenta la publicación Bicentenario de la Independencia. 1810-1830 y la fundación de la República, editada en forma conjunta por el Banco de la República y Credencial Historia. Es una columna contradictoria porque, por un lado, pondera la mayoría de los trabajos de esa edición con adjetivos muy elogiosos, como “rigurosos”, “excelentes” y escritos por “investigadores serios de las mejores universidades del país”, como Jaime Torres, Armando Martínez, Adelaida Sourdis, Roberto Junguito, Carlos Díaz, León Atehortúa, entre otros. Pero, en forma paradójica, también afirma que esta edición se aleja de la “argumentación racional y la aplicación del método científico al estudio de la historia”, que habían caracterizado a las ediciones anteriores del Banco de la República. Lo más sorprendente es que sustenta esta última tesis no con una argumentación racional y científica, sino con un ataque personal al editor de la obra y quien escogió a sus autores, Daniel Raisbeck. Dice, por ejemplo, que Raisbeck carece de credenciales de historiador, cuando todos sabemos que tiene una maestría de la Universidad de Tulane y una tesis doctoral en historia antigua de la Universidad Libre de Berlín calificada como cum laude, sabemos que dirigió el Archivo Histórico de la Universidad del Rosario entre 2012 y 2015, y que, además, tiene publicaciones con reconocidos académicos del exterior. También lo acusa de ser fundador de un “partido libertario con ideario radical”, un partido que no existe y que, por tanto, no ha fundado. Igualmente, lo asocia con la Universidad La Gran Colombia y con su “fundador” José Galat, “de conocida trayectoria extremista”, cuando Raisbeck no está asociado a esa universidad y jamás conoció a José Galat, quien además no fundó esa universidad.
Parece ser que a Kalmanovitz no le gusta que Raisbeck sea un partidario del liberalismo clásico. Pero, si es así, esa no es razón para descalificar sus trabajos, pues eso sería tan absurdo como descalificar los de Miguel Urrutia por ser conservador, o los de Roberto Junguito por haber sido cercano a Álvaro Gómez, o los de otros académicos por haber sido trotskistas en su juventud. Raisbeck tiene todo el derecho a pensar como quiera y sus trabajos hay que juzgarlos solo por sus méritos académicos. Pero, además, no sobra agregar que Daniel Raisbeck es una persona decente, de una cultura general extraordinaria, además de ser un demócrata respetuoso de nuestras instituciones republicanas y de nuestro ordenamiento institucional.
Por otro lado, debemos ponderar esta edición del Bicentenario de la Independencia, porque ilustra la consolidación de una nueva y brillante generación de historiadores, quienes han tomado una posta que, durante muchos años, portaron historiadores profesionales como Jorge Orlando Melo o Álvaro Tirado Mejía y varios economistas como Miguel Urrutia, Adolfo Meisel, José Antonio Ocampo y el mismo Kalmanovitz. Debemos reconocer el acierto de Daniel Raisbeck en esta apertura generacional y en reunir las contribuciones de estos autores, que debemos juzgar solo por su calidad académica y no por sus ideas políticas o por su militancia partidista.