Al momento de escribir esta columna no es claro si la masacre en Cali fue un preludio de lo que está por venir, la escena más visible de muchas masacres simultáneas durante la peor noche que ha vivido una ciudad del país desde la criminal Operación Orión (supervisada por la actual vicepresidenta), o el nadir de la ola de represión estatal que Iván Duque desató sobre Colombia.
Sin embargo, es evidente que, así siguiera ocupando la silla presidencial hasta agosto de 2022 (cosa que tampoco es clara), el gobierno de Duque acabó. Como suele suceder con los animales acorralados, ya no tiene más salida que la violencia. Ha perdido a tal punto su autoridad sobre las calles, que tiene que echar mano de los fusiles del ejército y de las violaciones de los derechos humanos de la policía para callar las protestas de un pueblo al límite. Es la tercera vez que Duque recurre a la violencia y la represión cada vez es más sanguinaria.
Quién lo habría pensado de un ascenso definido por el patetismo y la impostura. Un burócrata de tercera categoría del BID, sin atributos sobresalientes, de inteligencia a lo sumo promedio, tuvo un golpe de carisma y agradó al expresidente Uribe lo suficiente para terminar de senador; luego tuvo un golpe de servilismo, y logró ganar la humillante competencia interna para ser el candidato presidencial del Centro Democrático; y finalmente tuvo un golpe de suerte, y llegó sin experiencia ni capacidades a la cabeza de la rama ejecutiva. Su mayor virtud para llegar al poder era no ser visto como una posible amenaza a Uribe, que tuviera posiciones propias, sino como el muñeco de ventrílocuo ideal.
Duque lo sabe y por eso su gobierno ha sido el de un líder inseguro. En primer lugar, es un presidente que sigue instrucciones de un expresidente-exsenador. A pesar de ocupar el cargo más importante del país, no es el líder de su partido. Ni siquiera es el miembro más influyente del Centro Democrático. No sienta línea política, no tiene proyectos, no tiene visión de país. Sigue siendo un empleado. Tiene alma de burócrata.
Lo segundo se desprende de lo primero: no comenzó siendo el líder de su gabinete. Aunque con los ministros que han seguido a la primera línea de nombramientos su autoridad es más reconocida, ministros como Guillermo Botero, Alberto Carrasquilla, Alicia Arango y Carlos Holmes Trujillo tuvieron más autoridad que el mismo presidente. Por eso Duque nunca pudo contener la rueda suelta que era Carrasquilla, y que finalmente le desató la peor crisis de su gobierno, para largarse y dejarlo con el problema servido. Y si eso resulta así con los ministros, cómo habrá de ser con los comandantes de las Fuerzas Armadas, en quienes finalmente descansa la estabilidad de su gobierno, porque como hemos visto tres veces ya, Duque no tiene liderazgo ante el pueblo si no es sometiéndolo a bala.
Es por esta inseguridad esencial como líder que Duque echa mano con tanta facilidad de la violencia. Como dice Hannah Arendt, usar la violencia no demuestra que se tiene poder: “el poder y la violencia son opuestos; allí donde uno gobierna por completo, el otro está ausente”. La violencia la usa quien perdió las riendas.
A Duque lo ha protegido la habilidad del Centro Democrático en tomarse los entes de control. Con la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Contraloría de su lado, el gobierno solo tiene como control independiente a los jueces, el Congreso y al pueblo en las calles. La justicia es lenta e incompleta, y aquellos congresistas que no son clientelistas son una minoría de oposición. Queda el pueblo.
Tengo mucha aprehensión. A pesar de sus éxitos, no puedo decir que el mejor momento para hacer estas protestas fuera ahora. Semejante despliegue en el peor pico de la pandemia es jugar con un fuego que se puede propagar muy rápido, y solo espero equivocarme en lo que preveo serán las consecuencias para los indicadores de contagios y muertes. Sin embargo, ya la suerte está echada y la gente en las calles. Es mezquino no respaldar lo que ha costado la sangre de inocentes. El de los manifestantes es un sacrificio valiente y heroico frente a la violencia de las fuerzas de seguridad del Estado y sus violaciones a los derechos humanos.
Twitter: @santiagovillach
Al momento de escribir esta columna no es claro si la masacre en Cali fue un preludio de lo que está por venir, la escena más visible de muchas masacres simultáneas durante la peor noche que ha vivido una ciudad del país desde la criminal Operación Orión (supervisada por la actual vicepresidenta), o el nadir de la ola de represión estatal que Iván Duque desató sobre Colombia.
Sin embargo, es evidente que, así siguiera ocupando la silla presidencial hasta agosto de 2022 (cosa que tampoco es clara), el gobierno de Duque acabó. Como suele suceder con los animales acorralados, ya no tiene más salida que la violencia. Ha perdido a tal punto su autoridad sobre las calles, que tiene que echar mano de los fusiles del ejército y de las violaciones de los derechos humanos de la policía para callar las protestas de un pueblo al límite. Es la tercera vez que Duque recurre a la violencia y la represión cada vez es más sanguinaria.
Quién lo habría pensado de un ascenso definido por el patetismo y la impostura. Un burócrata de tercera categoría del BID, sin atributos sobresalientes, de inteligencia a lo sumo promedio, tuvo un golpe de carisma y agradó al expresidente Uribe lo suficiente para terminar de senador; luego tuvo un golpe de servilismo, y logró ganar la humillante competencia interna para ser el candidato presidencial del Centro Democrático; y finalmente tuvo un golpe de suerte, y llegó sin experiencia ni capacidades a la cabeza de la rama ejecutiva. Su mayor virtud para llegar al poder era no ser visto como una posible amenaza a Uribe, que tuviera posiciones propias, sino como el muñeco de ventrílocuo ideal.
Duque lo sabe y por eso su gobierno ha sido el de un líder inseguro. En primer lugar, es un presidente que sigue instrucciones de un expresidente-exsenador. A pesar de ocupar el cargo más importante del país, no es el líder de su partido. Ni siquiera es el miembro más influyente del Centro Democrático. No sienta línea política, no tiene proyectos, no tiene visión de país. Sigue siendo un empleado. Tiene alma de burócrata.
Lo segundo se desprende de lo primero: no comenzó siendo el líder de su gabinete. Aunque con los ministros que han seguido a la primera línea de nombramientos su autoridad es más reconocida, ministros como Guillermo Botero, Alberto Carrasquilla, Alicia Arango y Carlos Holmes Trujillo tuvieron más autoridad que el mismo presidente. Por eso Duque nunca pudo contener la rueda suelta que era Carrasquilla, y que finalmente le desató la peor crisis de su gobierno, para largarse y dejarlo con el problema servido. Y si eso resulta así con los ministros, cómo habrá de ser con los comandantes de las Fuerzas Armadas, en quienes finalmente descansa la estabilidad de su gobierno, porque como hemos visto tres veces ya, Duque no tiene liderazgo ante el pueblo si no es sometiéndolo a bala.
Es por esta inseguridad esencial como líder que Duque echa mano con tanta facilidad de la violencia. Como dice Hannah Arendt, usar la violencia no demuestra que se tiene poder: “el poder y la violencia son opuestos; allí donde uno gobierna por completo, el otro está ausente”. La violencia la usa quien perdió las riendas.
A Duque lo ha protegido la habilidad del Centro Democrático en tomarse los entes de control. Con la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Contraloría de su lado, el gobierno solo tiene como control independiente a los jueces, el Congreso y al pueblo en las calles. La justicia es lenta e incompleta, y aquellos congresistas que no son clientelistas son una minoría de oposición. Queda el pueblo.
Tengo mucha aprehensión. A pesar de sus éxitos, no puedo decir que el mejor momento para hacer estas protestas fuera ahora. Semejante despliegue en el peor pico de la pandemia es jugar con un fuego que se puede propagar muy rápido, y solo espero equivocarme en lo que preveo serán las consecuencias para los indicadores de contagios y muertes. Sin embargo, ya la suerte está echada y la gente en las calles. Es mezquino no respaldar lo que ha costado la sangre de inocentes. El de los manifestantes es un sacrificio valiente y heroico frente a la violencia de las fuerzas de seguridad del Estado y sus violaciones a los derechos humanos.
Twitter: @santiagovillach