Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Qué es mejor para combatir la crisis del coronavirus: el autoritarismo o la democracia?
La semana pasada circuló un texto del filósofo germano-coreano Byung-Chul Han, en el que decía que la propensión cultural de los asiáticos a aceptar el totalitarismo les ha facilitado el luchar contra el coronavirus.
Escribí un artículo contradiciendo el de Han, en parte porque su apreciación es incorrecta: lo que él llama “los asiáticos” (Japón, Corea del Sur, China, Hong Kong, Taiwán y Singapur) no puede englobarse bajo el rótulo de “mentalidad autoritaria”. De lo contrario, por ejemplo, Hong Kong no llevaría casi cinco años de protestas callejeras intermitentes contra la paulatina reducción de libertades democráticas por parte del Partido Comunista de China. Esa idea de que el autoritarismo es un “valor asiático”, en contraposición a las “democracias occidentales”, es una fabricación de las dictaduras capitalistas que se impusieron en algunos países de la región a partir de los años 1960 y 1970, y que en lugares como China aún gobiernan.
Sin embargo, el embrujo del autoritarismo, sobre todo en un contexto de pandemia, es cada vez mayor. Es tentador pensar que un Estado autoritario puede hacer más por controlar la pandemia. En Hungría, el Parlamento arrojó la democracia por la ventana y le otorgó poderes dictatoriales a Viktor Orbán por tiempo indefinido para que actúe con celeridad.
Si bien es cierto que la deliberación propia de la democracia puede ralentizar algunos procesos administrativos, la mordaza y cultura del temor propias del autoritarismo generan problemas aún mayores.
China hoy es elogiada por haber controlado la explosión del coronavirus y por su respuesta apoteósica (construir hospitales en cuestión de días, imponer cuarentena en ciudades enteras, ejercer hipervigilancia sobre cada ciudadano). Los megaespectáculos de gobierno eficaz a los que nos tiene acostumbrados el Partido Comunista de China, sin embargo, tienen su contracara. Según investigadores como Howard Markel, de la Universidad de Michigan, el que China se hubiera tardado semanas en responder a esta situación fue lo que generó una crisis mundial. Esta demora se debió en buena medida al temor de los funcionarios provinciales a ser transparentes con la verdadera situación y a la mordaza estatal que quiso minimizar el alcance de la enfermedad. Podría decirse que el autoritarismo no fue lo que mejor ayudó a combatir el coronavirus; fue lo que detonó el virus como catástrofe mundial.
En Brasil, el presidente no cree que el coronavirus sea una amenaza. Imaginen ustedes si las fantasías dictatoriales de Jair Bolsonaro se hicieran realidad. ¿Qué sería de un país gobernado sin oposición por un personaje que no cree en la amenaza del virus?
La eficacia de la lucha de un Estado contra el coronavirus no depende necesariamente de cuán autoritario es, sino de cuánto presupuesto y recursos tiene a su disposición para invertir en los diagnósticos y tratamientos contra la enfermedad, qué tan sólido es su sistema de salud y de seguridad social, qué tan comprometida está la ciudadanía en la acción colectiva y solidaria para superar la crisis, y qué tanta resiliencia tiene la economía para sostener una inactividad prolongada. Nada de esto aumenta o disminuye con más o menos autoritarismo. Con la posible excepción del compromiso ciudadano (las sociedades siempre tendrán la capacidad para sorprender en tiempos de crisis), ninguna de estas características se improvisa y son más comunes en las democracias que en las dictaduras.
Me gusta creer que veo el panorama de Colombia muy desalentador porque tengo una personalidad fatalista. No obstante, tenemos pocos recursos para diagnóstico y tratamiento, un sistema de salud frágil y una economía débil, sobrecargada de inmigrantes y subempleados que viven del día a día. Nosotros estuvimos a salvo de la crisis mundial de 2008 gracias a que el petróleo subió de precio. Ahora, en cambio, caerá por debajo de 20 dólares el barril. Colombia sería uno de los países peor golpeados por la crisis económica mundial que se avecina.
Por otro lado, y hablando ya desde la ignorancia, me desconcierta que Suecia, Japón, Alemania y Corea del Sur tengan aproximaciones tan distintas al coronavirus y que, según las cifras de Johns Hopkins University & Medicine al día de hoy, 30 de marzo, cuando envío esta columna, los muertos que respectivamente reportan por el virus sean 146, 54, 560 y 158.
De estos cuatro, los países que más pasos están tomando para impedir la propagación (Alemania y Corea del Sur) tienen más muertes que los que están haciendo mucho menos. Puede que a Suecia haya llegado un poco más tarde que a Alemania, aunque no tanto para justificar una diferencia tan grande. En fin, juegan muchos factores, supongo, y ya veremos cómo cambia la situación.
Twitter: @santiagovillach