No me gusta Gustavo Petro. Creo que los motivos por los que hizo un debate en el Congreso por la venta de Bancolombia, y a favor del Grupo Gilinski, no fueron transparentes. Hubo oportunismo para ayudarle a un grupo económico ganar un pleito que no era político.
Sus lazos con Hugo Chávez quizás eran más fuertes de lo que está dispuesto a aceptar. Durante 2006 y 2007, aproximadamente, había empresarios colombianos que lo buscaban para que les ayudara a que Venezuela pagara lo que les debía. Desconozco si fueron gestiones que Petro efectivamente realizó.
Esto es lo peor que puedo decir sobre él. De resto, lo mismo que otros han repetido y que hemos presenciado durante su alcaldía. Improvisa, es un mal administrador, toma decisiones irresponsables y genera confrontaciones innecesarias.
El tema de su petulancia me parece secundario. No creo que un político deba ser amigable para gobernar, si bien la humildad permite escuchar consejos, ser reflexivo y por ende cometer menos errores.
Invité a Petro en el 2010 a hablar en un evento que organicé con el Instituto Prensa y Sociedad sobre los resultados de la Ley de Justicia y Paz, y cuando lo recibí me saludó de mano casi sin determinarme. Me preguntó mirando al frente, no a mí que estaba a su lado, dónde lo iba a sentar, y luego se aseguró de quedar en el centro de la mesa. Hizo una intervención fantástica.
La única vez que he hablado con Álvaro Uribe Vélez, en cambio, fue encantador. Saludaba con un interés que parecía genuino y hacía preguntas personales. Se comportó igual con todos quienes estábamos en el salón. A cada uno le dedicó dos o tres minutos. No conozco a Iván Duque pero me dicen que tiene el mismo carisma.
La democracia, sin embargo, debe ir más allá de un concurso de popularidad. Las instituciones, la separación de poderes, la libertad de prensa y el imperio de la ley son más importantes incluso que los procesos electorales, que son fallidos porque a través de ellos no se llega al mejor gobernante, sino al que quiere la mayoría, y la mayoría no siempre —o casi nunca— tiene la razón. Lo más valioso de la democracia son esas libertades y contrapesos que Álvaro Uribe, y quienes gobernaron con él, tanto se esforzaron por dinamitar.
Hay más. Estamos en un momento histórico y los motivos para votar por uno u otro candidato superan sus personalidades.
Dado que el Señor Blanco no puede ser el presidente de Colombia. Hay solo dos opciones. La pregunta que debe guiarnos, en un momento en que el país quiere cerrar las heridas de 50 años de conflicto armado, es cuál representa menos el resentimiento.
Se repite que Gustavo Petro es el candidato del resentimiento, pero son Álvaro Uribe e Iván Duque quienes piden desmontar unos acuerdos de paz con el propósito de imponer más castigos, con todos los riesgos que eso implica.
Se insiste en que Petro es un resentido, pero es el Centro Democrático el que ha lanzado una andanada de odio, miedo y rencor, para impedir que el país pase la página de la guerra y busque la reconciliación.
No hay motivación distinta al resentimiento para poner en riesgo todo el proceso de desarme y reinserción, con tal de que los jefes de la guerrilla no participen en política, o que al menos antes vayan a la cárcel. ¿Qué otra emoción guía a quien con tanta insistencia quiere verlos castigados? Si es justicia, la es retributiva, y esto no es lo que debe guiarnos durante los próximos cuatro años. Es tiempo de tender puentes.
Ninguno de los dos es el candidato más idóneo para ello, pero entre uno y otro, vamos mejor con Petro, que al menos no cree que las víctimas de este conflicto son unos oportunistas; que los líderes sociales asesinados son colaboradores del terrorismo; que los desplazados son migrantes; que las víctimas de los falsos positivos son unos “muchachos que no irían a recoger café”; que los narcotraficantes amigos son “buenos muchachos”; que los medios de comunicación que se opusieron a Uribe deberían temblar porque ahora sí les llegó su hora.
La hora de vengarse de que Santos los traicionó, de que las Farc llegaron al Congreso, de que Noticias Uno los investigó, de que la Fiscalía procesó a sus copartidarios, la lista sigue y es larga, porque el resentimiento lo encarna, en estas elecciones, Iván Duque y su partido.
Twitter: @santiagovillach
No me gusta Gustavo Petro. Creo que los motivos por los que hizo un debate en el Congreso por la venta de Bancolombia, y a favor del Grupo Gilinski, no fueron transparentes. Hubo oportunismo para ayudarle a un grupo económico ganar un pleito que no era político.
Sus lazos con Hugo Chávez quizás eran más fuertes de lo que está dispuesto a aceptar. Durante 2006 y 2007, aproximadamente, había empresarios colombianos que lo buscaban para que les ayudara a que Venezuela pagara lo que les debía. Desconozco si fueron gestiones que Petro efectivamente realizó.
Esto es lo peor que puedo decir sobre él. De resto, lo mismo que otros han repetido y que hemos presenciado durante su alcaldía. Improvisa, es un mal administrador, toma decisiones irresponsables y genera confrontaciones innecesarias.
El tema de su petulancia me parece secundario. No creo que un político deba ser amigable para gobernar, si bien la humildad permite escuchar consejos, ser reflexivo y por ende cometer menos errores.
Invité a Petro en el 2010 a hablar en un evento que organicé con el Instituto Prensa y Sociedad sobre los resultados de la Ley de Justicia y Paz, y cuando lo recibí me saludó de mano casi sin determinarme. Me preguntó mirando al frente, no a mí que estaba a su lado, dónde lo iba a sentar, y luego se aseguró de quedar en el centro de la mesa. Hizo una intervención fantástica.
La única vez que he hablado con Álvaro Uribe Vélez, en cambio, fue encantador. Saludaba con un interés que parecía genuino y hacía preguntas personales. Se comportó igual con todos quienes estábamos en el salón. A cada uno le dedicó dos o tres minutos. No conozco a Iván Duque pero me dicen que tiene el mismo carisma.
La democracia, sin embargo, debe ir más allá de un concurso de popularidad. Las instituciones, la separación de poderes, la libertad de prensa y el imperio de la ley son más importantes incluso que los procesos electorales, que son fallidos porque a través de ellos no se llega al mejor gobernante, sino al que quiere la mayoría, y la mayoría no siempre —o casi nunca— tiene la razón. Lo más valioso de la democracia son esas libertades y contrapesos que Álvaro Uribe, y quienes gobernaron con él, tanto se esforzaron por dinamitar.
Hay más. Estamos en un momento histórico y los motivos para votar por uno u otro candidato superan sus personalidades.
Dado que el Señor Blanco no puede ser el presidente de Colombia. Hay solo dos opciones. La pregunta que debe guiarnos, en un momento en que el país quiere cerrar las heridas de 50 años de conflicto armado, es cuál representa menos el resentimiento.
Se repite que Gustavo Petro es el candidato del resentimiento, pero son Álvaro Uribe e Iván Duque quienes piden desmontar unos acuerdos de paz con el propósito de imponer más castigos, con todos los riesgos que eso implica.
Se insiste en que Petro es un resentido, pero es el Centro Democrático el que ha lanzado una andanada de odio, miedo y rencor, para impedir que el país pase la página de la guerra y busque la reconciliación.
No hay motivación distinta al resentimiento para poner en riesgo todo el proceso de desarme y reinserción, con tal de que los jefes de la guerrilla no participen en política, o que al menos antes vayan a la cárcel. ¿Qué otra emoción guía a quien con tanta insistencia quiere verlos castigados? Si es justicia, la es retributiva, y esto no es lo que debe guiarnos durante los próximos cuatro años. Es tiempo de tender puentes.
Ninguno de los dos es el candidato más idóneo para ello, pero entre uno y otro, vamos mejor con Petro, que al menos no cree que las víctimas de este conflicto son unos oportunistas; que los líderes sociales asesinados son colaboradores del terrorismo; que los desplazados son migrantes; que las víctimas de los falsos positivos son unos “muchachos que no irían a recoger café”; que los narcotraficantes amigos son “buenos muchachos”; que los medios de comunicación que se opusieron a Uribe deberían temblar porque ahora sí les llegó su hora.
La hora de vengarse de que Santos los traicionó, de que las Farc llegaron al Congreso, de que Noticias Uno los investigó, de que la Fiscalía procesó a sus copartidarios, la lista sigue y es larga, porque el resentimiento lo encarna, en estas elecciones, Iván Duque y su partido.
Twitter: @santiagovillach