
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Si no pasa nada extraordinario, Nicolás Maduro, el dictador vecino que pasó en 11 años de ser el payaso medio divertido que se comunicaba con pajaritos y hablaba de autosuicidios, a convertirse en el payaso atroz que gana elecciones “a las buenas o a las malas”, asesina, encarcela, expulsa a millones de sus coterráneos, le dice feo a Milei, reta a los puños a Musk, se burla en su cara de EE. UU., de no ocurrir nada raro, ese dictador infame gobernará hasta el 10 de enero de 2031.
Duele porque, de ese modo, el chavismo llegará a 32 años en el poder. ¿Será que el presidente Petro, el humanista, el redentor de pueblos, ha dimensionado que 32 años es casi la mitad de la vida de una persona, o que el fallido experimento político y social en el país vecino ya malogró a dos generaciones, niveladas en la pobreza, aisladas de los flujos de pensamiento, en diáspora por el mundo?
Entonces, Venezuela duele y preocupa. Y preocupa más la indiferencia de media América Latina con respecto al drama que vive ese país, y que el libreto ideológico impere sobre la consideración humanitaria y la justicia. Pero duele aún más la indolencia e incoherencia de Colombia para encarar un problema que dejó de ser hace rato el asunto interno de una nación, y se volvió una tragedia para todo el vecindario. Sin reiterar en el descarado fraude electoral del domingo antepasado, la actitud en este lado de la frontera durante todo ese proceso ha sido un errático vaivén de posiciones ambivalentes, confusas, e inclusive cómplices. Así, fue acertada la decisión de hace un mes de no enviar misión de observadores a esas elecciones, y terminar en la encrucijada de avalar o rechazar resultados de un proceso sin garantías. Luego de conocerse la contraevidente victoria de Maduro, vino el largo silencio del gobierno Petro, para decir en la mañana del miércoles, vía canciller, que era necesario un reconteo y una verificación neutral y confiable. Y unas horas más tarde, en una incongruencia que notó el mundo entero, abstenerse de votar una resolución hemisférica que le exigía a Maduro la entrega de las actas electorales. Una triste lavada de manos, en la que lo acompañó ese otro incongruente que es Lula da Silva. La explicación de Petro fue que la OEA está haciendo injerencia en los asuntos internos de un país, uno que ya ni siquiera es afiliado. Esto último sonó a la pretendida inocencia de que no es elegante hablar de otros cuando están ausentes, y lo primero volvió a mostrar que a Petro le gustan las decisiones que lo favorecen y repudia las que le son adversas. Este Petro, tan crítico de hoy con la OEA, le debe indirectamente su Presidencia a la actitud valerosa de ese organismo, a través de la Corte Interamericana, que exigió salvaguardas para él cuando tramposamente un procurador venal lo destituyó y trató de inhabilitarlo. ¿Aquello no fue injerencia en los asuntos internos de un Estado? Petro dirá que no, porque había un atropello evidente y la OEA tenía que pronunciarse. ¿Lo de Maduro ahora no es un brutal atropello, una evidencia más de que lo suyo es una dictadura extrema? Se le olvidó al presidente que hace dos años respondió con un Sí, en debate presidencial por TV, a la pregunta de si Venezuela, la de Maduro, era una dictadura. Bueno, había que decir eso. Lo importante era llegar a Casa de Nariño.
Por décadas nos hemos quejado de que la OEA era un mecanismo anodino, sin fuerza, y hoy que ha asumido posiciones claras, la crítica es que se está extralimitando. La historia deberá recordar que la actitud evasiva de Colombia en su última asamblea consiguió hundir una resolución contra Maduro que tenía una gran fuerza simbólica de no aceptar la legitimidad de unas elecciones y de su continuidad en el poder. A cambio de eso, lo que consiguieron Colombia, y Brasil, y México con su inasistencia, fue darle oxígeno y tiempo al dictador, y arrestos para irse de frente contra la oposición. Significativo que el líder Freddy Superlano haya sido secuestrado el miércoles por hombres armados, y que dos días después el fiscal títere de ese país, Tarek Saab, haya dicho que se encuentra cooperando, con lo cual aceptó que su detención fue arbitraria, sin procedimientos regulares ni garantías. Incluso ese pequeño gánster que es Diosdado Cabello se burló y dijo que estaba hablando hasta en inglés. También revelador que el jueves haya sido allanada la sede de María Corina Machado, de donde se llevaron todos los computadores. La dictadura desatada y triunfante haciendo y deshaciendo, y Colombia, y Brasil, y México, avalándolo. ¿Solidaridad ciega y nostálgica de izquierda, de aquella que encaraba a Estados Unidos como el enemigo acérrimo, y se alinderaba automáticamente en el bando opuesto? Así lo sugiere la postura moral firme del mucho más joven Gabriel Boric, chileno, de clamar por los derechos humanos, por el Estado de derecho y la democracia por encima de las ideologías.
En todo este episodio veo otra incoherencia enorme de Petro y de su proyecto que enarbola la vida como gran bandera, del vivir sabroso, de volvernos potencia de la vida, del humanismo, y hasta del respeto por la naturaleza. ¿Por qué él, que osó desafiar a Israel y su infame genocidio en Gaza, y llamó nazi a Netanyahu, y rompió relaciones, aun con el riesgo de dejar a la deriva parte del armamento de nuestro Ejército, se ve hoy tan asustadizo y medroso para confrontar al dictador vecino?
¿Cálculos diplomáticos? Es probable: hay frontera, hay codependencias, agenda común, hay sueño de una paz total en la que Maduro podría jugar, no obstante, siempre será un enorme peligro tener al lado un dictador sin cortapisas, y cada vez más desdeñoso frente a los llamados internacionales. Y el cálculo político de Petro también está errado: seis años más de Maduro son un mensaje político muy asustador para la mayoría de los colombianos, no solo para la derecha, y significa más migraciones masivas, recursos, zozobra en nuestras ciudades, inseguridad. Colombia es otra víctima de esa dictadura, y Petro, sin darse cuenta, otra más.