Padre Bergoglio, falta un mes para su llegada a Colombia. Todavía tiene tiempo para excusarse y no venir. Créame, no vale la pena exponerse a un viaje que debe ser un fracaso e inclusive un riesgo. Colombia no tiene redención posible; estamos condenados a mil años de soledad; a que nos dejen sucumbir solos en nuestra propia maldad; en nuestra propia imbecilidad.
Soy un colombiano que dejó de ser católico hace ya un buen tiempo, pero creo que usted es un hombre bueno. Lo confirmé el año pasado cuando en su visita apostólica a México hizo notorio su desprecio por el cardenal primado de ese país, Norberto Rivera, que ya para entonces llevaba 21 años escondiendo curas pedófilos, codeándose con los ricos y encubriendo a los tenebrosos Legionarios de Cristo. Aunque me da igual quién ocupe la silla de Pedro, me alegré de que se sentara allí un hombre de esta patria grande que es Latinoamérica. Uno que habla español. Dicen que prefiere usted su auto Fiat de siempre a las limusinas; que no vive con el lujo y la pompa con los que vivieron sus antecesores; bien por usted. Me da buena espina, además, un Papa que tenga equipo de fútbol. Eso lo desacraliza. Eso lo humaniza.
Por eso, padre Bergoglio, no venga a Colombia. Ahórrese el desengaño de ver el estruendoso fracaso de su iglesia aquí, que aunque todopoderosa y hegemónica hasta 1991, no consiguió hacernos mejores seres humanos, menos bárbaros, menos ladrones. Menos tramposos. En su decadencia y pérdida progresiva de credibilidad en las últimas décadas, su iglesia le fue cediendo los espacios a otras opciones más horripilantes como los pastores Arrázolas o las pastoras Piraquives, verdaderos mercaderes de la fe y la ignominia.
Aquí, Santo Padre, los pistoleros de Medellín, contratados para asesinar a alguien, se encomiendan a María Auxiliadora. Y la Virgen parece escucharlos porque la mayoría de veces logran su cometido. Y no pasa nada después. Aquí, en Barranquilla, el día de la virgen del Carmen es una orgía de licor y desorden que termina en violencia y en asesinatos. Aquí tuvimos curas que pregonaban desde los altares que matar liberales no era pecado. Y ponían presidentes y bendecían las armas en la Escuela Militar. Y las bóvedas de los bancos nuevos.
Aquí se hizo una consulta hace menos de un año para preguntar si la gente quería la paz. Y aquí, su iglesia lo desobedeció cuando usted, desde Roma, se mostró entusiasta con el fin de la guerra. Pero sus jerarcas decidieron que no, que era mejor lavarse las manos y se fueron por el comunicado oficial de dejar que cada quien votara en conciencia, lo cual era un No disfrazado e hipócrita. Y aquí ganó el odio; ganó el rencor. Ganó la guerra.
Aquí usted va a tener que hacer malabares para esquivar el saludo de personajes tan turbios como un candidato de apellido Ordóñez, uno que quemaba libros, y que como cabeza del Ministerio Público se declaró en contra de la ley antidiscriminación y de la ley para restituir las tierras a los campesinos expoliados durante la guerra. Y Ordóñez reza el rosario todos los días.
Aquí un anciano loco, que también usa la camándula, lo considera a usted como un Papa falso, un agazapado anticristo. El problema es que ese señor es un educador, rector de una institución universitaria.
Aquí hemos parido monstruos de la envergadura de Pablo Escobar, de Manuel Marulanda, de Álvaro Uribe, de los chicos Castaño, todos bautizados en la Santa Iglesia. Y lo peor, padre Bergoglio, es que muchos creen que fueron o que son hombres valiosos. Que fue bueno lo que hicieron. O lo que siguen haciendo. Aquí hay un tipo apodado “Popeye” que mató a más de 300 personas, él solo, e intervino en la muerte de otras 3 mil. Cuando vaya a Medellín, si es que viene usted a Colombia, tenga la certeza de que él va a estar entre alguna multitud. Sí, su santidad, está libre hace rato y es un líder de opinión con 34 mil seguidores en tuiter. Y es muy católico él.
Es que somos una mala raza, su Santidad. Aquí, hace un mes, fue detenido el fiscal anticorrupción, Luis Moreno. Por corrupto. Sí, sí, el que tiene que investigar y acusar a los corruptos del país. Y hace seis años, a la que hoy es su esposa la detuvieron por porte de drogas rumbo a París, pero él logró sacarla libre con el argumento de que fue la abuela quien le armó la maleta. Obvio, la abuela ya había muerto cuando se produjo el juicio. Sí, Padre Bergoglio, en Colombia uno no puede confiar ni siquiera en la abuela.
Es probable que Moreno salga libre en un tiempo por vencimiento de términos, o que le den casa por cárcel. Sí, aquí, Santo Padre, es usual que la gente robe 10 mil, 15 mil millones, como los primos Nule, y les den casa por cárcel. Miguel Nule consiguió ese beneficio por “intolerancia a los carbohidratos” (así dice el expediente), algo así como que le sentaba mal la comida del penal.
Si no me hace caso y viene a Colombia, pregunte en Villavicencio por Marbelly Sofía Jiménez. Así se llama. Ella estaba en su casa tras haber sido condenada 39 años por el asesinato de su hijastro, entre otras cosas. Allí hacía unas fiestas que no dejaban dormir a nadie, pero también salía de farra a bares y hasta en Cartagena la vieron. Ahora está en prisión, pero no es raro que con su venida, padre Bergoglio, le rebajen la pena y que en unos meses alegue que tiene una uña encarnada en el dedo gordo del pie, y la manden a casa de nuevo.
Así es, querido Papa Francisco, no vale la pena venir a comprobar que este país es como una antesala al infierno. Uno, donde estamos condenados casi 50 millones. Y sin redención posible. No la merecemos.
Padre Bergoglio, falta un mes para su llegada a Colombia. Todavía tiene tiempo para excusarse y no venir. Créame, no vale la pena exponerse a un viaje que debe ser un fracaso e inclusive un riesgo. Colombia no tiene redención posible; estamos condenados a mil años de soledad; a que nos dejen sucumbir solos en nuestra propia maldad; en nuestra propia imbecilidad.
Soy un colombiano que dejó de ser católico hace ya un buen tiempo, pero creo que usted es un hombre bueno. Lo confirmé el año pasado cuando en su visita apostólica a México hizo notorio su desprecio por el cardenal primado de ese país, Norberto Rivera, que ya para entonces llevaba 21 años escondiendo curas pedófilos, codeándose con los ricos y encubriendo a los tenebrosos Legionarios de Cristo. Aunque me da igual quién ocupe la silla de Pedro, me alegré de que se sentara allí un hombre de esta patria grande que es Latinoamérica. Uno que habla español. Dicen que prefiere usted su auto Fiat de siempre a las limusinas; que no vive con el lujo y la pompa con los que vivieron sus antecesores; bien por usted. Me da buena espina, además, un Papa que tenga equipo de fútbol. Eso lo desacraliza. Eso lo humaniza.
Por eso, padre Bergoglio, no venga a Colombia. Ahórrese el desengaño de ver el estruendoso fracaso de su iglesia aquí, que aunque todopoderosa y hegemónica hasta 1991, no consiguió hacernos mejores seres humanos, menos bárbaros, menos ladrones. Menos tramposos. En su decadencia y pérdida progresiva de credibilidad en las últimas décadas, su iglesia le fue cediendo los espacios a otras opciones más horripilantes como los pastores Arrázolas o las pastoras Piraquives, verdaderos mercaderes de la fe y la ignominia.
Aquí, Santo Padre, los pistoleros de Medellín, contratados para asesinar a alguien, se encomiendan a María Auxiliadora. Y la Virgen parece escucharlos porque la mayoría de veces logran su cometido. Y no pasa nada después. Aquí, en Barranquilla, el día de la virgen del Carmen es una orgía de licor y desorden que termina en violencia y en asesinatos. Aquí tuvimos curas que pregonaban desde los altares que matar liberales no era pecado. Y ponían presidentes y bendecían las armas en la Escuela Militar. Y las bóvedas de los bancos nuevos.
Aquí se hizo una consulta hace menos de un año para preguntar si la gente quería la paz. Y aquí, su iglesia lo desobedeció cuando usted, desde Roma, se mostró entusiasta con el fin de la guerra. Pero sus jerarcas decidieron que no, que era mejor lavarse las manos y se fueron por el comunicado oficial de dejar que cada quien votara en conciencia, lo cual era un No disfrazado e hipócrita. Y aquí ganó el odio; ganó el rencor. Ganó la guerra.
Aquí usted va a tener que hacer malabares para esquivar el saludo de personajes tan turbios como un candidato de apellido Ordóñez, uno que quemaba libros, y que como cabeza del Ministerio Público se declaró en contra de la ley antidiscriminación y de la ley para restituir las tierras a los campesinos expoliados durante la guerra. Y Ordóñez reza el rosario todos los días.
Aquí un anciano loco, que también usa la camándula, lo considera a usted como un Papa falso, un agazapado anticristo. El problema es que ese señor es un educador, rector de una institución universitaria.
Aquí hemos parido monstruos de la envergadura de Pablo Escobar, de Manuel Marulanda, de Álvaro Uribe, de los chicos Castaño, todos bautizados en la Santa Iglesia. Y lo peor, padre Bergoglio, es que muchos creen que fueron o que son hombres valiosos. Que fue bueno lo que hicieron. O lo que siguen haciendo. Aquí hay un tipo apodado “Popeye” que mató a más de 300 personas, él solo, e intervino en la muerte de otras 3 mil. Cuando vaya a Medellín, si es que viene usted a Colombia, tenga la certeza de que él va a estar entre alguna multitud. Sí, su santidad, está libre hace rato y es un líder de opinión con 34 mil seguidores en tuiter. Y es muy católico él.
Es que somos una mala raza, su Santidad. Aquí, hace un mes, fue detenido el fiscal anticorrupción, Luis Moreno. Por corrupto. Sí, sí, el que tiene que investigar y acusar a los corruptos del país. Y hace seis años, a la que hoy es su esposa la detuvieron por porte de drogas rumbo a París, pero él logró sacarla libre con el argumento de que fue la abuela quien le armó la maleta. Obvio, la abuela ya había muerto cuando se produjo el juicio. Sí, Padre Bergoglio, en Colombia uno no puede confiar ni siquiera en la abuela.
Es probable que Moreno salga libre en un tiempo por vencimiento de términos, o que le den casa por cárcel. Sí, aquí, Santo Padre, es usual que la gente robe 10 mil, 15 mil millones, como los primos Nule, y les den casa por cárcel. Miguel Nule consiguió ese beneficio por “intolerancia a los carbohidratos” (así dice el expediente), algo así como que le sentaba mal la comida del penal.
Si no me hace caso y viene a Colombia, pregunte en Villavicencio por Marbelly Sofía Jiménez. Así se llama. Ella estaba en su casa tras haber sido condenada 39 años por el asesinato de su hijastro, entre otras cosas. Allí hacía unas fiestas que no dejaban dormir a nadie, pero también salía de farra a bares y hasta en Cartagena la vieron. Ahora está en prisión, pero no es raro que con su venida, padre Bergoglio, le rebajen la pena y que en unos meses alegue que tiene una uña encarnada en el dedo gordo del pie, y la manden a casa de nuevo.
Así es, querido Papa Francisco, no vale la pena venir a comprobar que este país es como una antesala al infierno. Uno, donde estamos condenados casi 50 millones. Y sin redención posible. No la merecemos.