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                                                                                                                                  Cuando las ventanas se abrieron

                                                                                                                                  Por estos días de gran insubordinación popular, de ver a los jóvenes expresando su rebeldía en todas las formas posibles, pensé en Jesús Martín Barbero. Esta variopinta resistencia, esta explosión de colores, de grupos y subgrupos, de carnaval en medio del estropicio, eran su materia, su pasión, su contenida esperanza.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Para nosotros, a los que nos tocó vivir un país sitiado por la mezcla de tantas violencias, los que llegamos a los 20 años como una especie de náufragos, la salvaje resaca de un movimiento estudiantil que en los años 80 fue espasmódico y sometido a la represión, a la bala, quedaba una sensación de vacío que poco a poco fue encontrando su propio discurso.

                                                                                                                                  Fue en Lima, Perú, en 1982. Una de las conferencias más esperadas era la de él, la de Jesús Martín Barbero, un español radicado en Colombia. Lo conocíamos por un libro llamado Discurso y poder, un texto denso, por ahí salían a bailar cosas como el discurso hegemónico, el sentido como construcción histórica. Aún América Latina no dejaba del todo la larga noche de las dictaduras militares.

                                                                                                                                  Había por lo tanto un ambiente de replanteamiento y, en cierta forma, de derrota. Y de repente, en su conferencia, en un auditorio expectante, oímos cosas raras: matrices culturales, cómo lo popular y lo masivo –lo que otros llamaban las industrias culturales, es decir, el melodrama que se expresaba en telenovelas, en el cine, en la música popular y, quién pudiera creerlo, en la política– se interrelacionaban, era un espacio de complicidades y resistencias. Lo popular no era algo en estado puro, ideal, estaba colmado de ambigüedades.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Martín Barbero nos mostró que había que volver a recorrer el mundo, con otra perspectiva. Abría de par en par unas ventanas que creíamos cerradas para siempre. Entender el imaginario popular, sus usos y prácticas eran formas de redimensionar el discurso político. De rescatar esas otras gestas populares, que no estaban en los libros de historia, o no cabían en la cabeza de los obtusos arropados en dogmas. Gracias a este gran poeta, filósofo y pensador de lo que han sido las luchas de los desposeídos en América Latina, y no sólo las grandes movilizaciones, sino sus peleas cotidianas por apropiarse de sus símbolos y dar sentido a sus propias vidas, es que hoy podemos entender un poco mejor ese universo que ahora ha estallado en cientos de marchas, barricadas y protestas callejeras.

                                                                                                                                  Al mismo tiempo, vino la otra ventana que aún no termina de abrirse del todo: la paz. En esa época, a principios de los 80, el frustrado intento de Belisario Betancur por lograr la desmovilización de toda la guerrilla de la época nos marcó sin remedio. Hoy, con unas Farc desmovilizadas y sus máximos dirigentes en la política, aún la deuda es enorme. A mi manera de ver, la frustración que sobrevino y, al mismo tiempo, la cruenta operación de exterminio contra la Unión Patriótica, único resultado tangible de los acuerdos de paz del que llamaban el “Lenin de Amagá”, no minaron la certeza de que la gente, a pesar de la tragedia, se inventaba nuevas formas de mantener viva la esperanza.

                                                                                                                                  Por esos años, el inolvidable Alfredo Molano salió con un libro revolucionario: Los años del tropel. Esa fue otra ventana por la que pudimos entrar para explorar un país profundo, escayolado sin piedad por la violencia y también por un amor salvaje, indescifrable, por la vida.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Por estos días de gran insubordinación popular, de ver a los jóvenes expresando su rebeldía en todas las formas posibles, pensé en Jesús Martín Barbero. Esta variopinta resistencia, esta explosión de colores, de grupos y subgrupos, de carnaval en medio del estropicio, eran su materia, su pasión, su contenida esperanza.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Para nosotros, a los que nos tocó vivir un país sitiado por la mezcla de tantas violencias, los que llegamos a los 20 años como una especie de náufragos, la salvaje resaca de un movimiento estudiantil que en los años 80 fue espasmódico y sometido a la represión, a la bala, quedaba una sensación de vacío que poco a poco fue encontrando su propio discurso.

                                                                                                                                  Fue en Lima, Perú, en 1982. Una de las conferencias más esperadas era la de él, la de Jesús Martín Barbero, un español radicado en Colombia. Lo conocíamos por un libro llamado Discurso y poder, un texto denso, por ahí salían a bailar cosas como el discurso hegemónico, el sentido como construcción histórica. Aún América Latina no dejaba del todo la larga noche de las dictaduras militares.

                                                                                                                                  Había por lo tanto un ambiente de replanteamiento y, en cierta forma, de derrota. Y de repente, en su conferencia, en un auditorio expectante, oímos cosas raras: matrices culturales, cómo lo popular y lo masivo –lo que otros llamaban las industrias culturales, es decir, el melodrama que se expresaba en telenovelas, en el cine, en la música popular y, quién pudiera creerlo, en la política– se interrelacionaban, era un espacio de complicidades y resistencias. Lo popular no era algo en estado puro, ideal, estaba colmado de ambigüedades.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Martín Barbero nos mostró que había que volver a recorrer el mundo, con otra perspectiva. Abría de par en par unas ventanas que creíamos cerradas para siempre. Entender el imaginario popular, sus usos y prácticas eran formas de redimensionar el discurso político. De rescatar esas otras gestas populares, que no estaban en los libros de historia, o no cabían en la cabeza de los obtusos arropados en dogmas. Gracias a este gran poeta, filósofo y pensador de lo que han sido las luchas de los desposeídos en América Latina, y no sólo las grandes movilizaciones, sino sus peleas cotidianas por apropiarse de sus símbolos y dar sentido a sus propias vidas, es que hoy podemos entender un poco mejor ese universo que ahora ha estallado en cientos de marchas, barricadas y protestas callejeras.

                                                                                                                                  Al mismo tiempo, vino la otra ventana que aún no termina de abrirse del todo: la paz. En esa época, a principios de los 80, el frustrado intento de Belisario Betancur por lograr la desmovilización de toda la guerrilla de la época nos marcó sin remedio. Hoy, con unas Farc desmovilizadas y sus máximos dirigentes en la política, aún la deuda es enorme. A mi manera de ver, la frustración que sobrevino y, al mismo tiempo, la cruenta operación de exterminio contra la Unión Patriótica, único resultado tangible de los acuerdos de paz del que llamaban el “Lenin de Amagá”, no minaron la certeza de que la gente, a pesar de la tragedia, se inventaba nuevas formas de mantener viva la esperanza.

                                                                                                                                  Por esos años, el inolvidable Alfredo Molano salió con un libro revolucionario: Los años del tropel. Esa fue otra ventana por la que pudimos entrar para explorar un país profundo, escayolado sin piedad por la violencia y también por un amor salvaje, indescifrable, por la vida.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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