MIAMI.- Todo parece indicar que a partir del 20 de enero de 2025 –día de la posesión de Trump– se echará a andar un carro loco, desenfrenado, con un conductor que tiene la convicción de que el pueblo le dio un mandato histórico para hacer, o deshacer, lo que se le venga en gana.
Ha postulado para cargos clave –defensa, FBI, seguridad nacional, salud– a personas ignorantes, sin experiencia, fanáticas, con un rasgo en común: una supuesta lealtad sin fisuras, al estilo mafioso, con el presidente electo. Es claro que no quiere tener altos funcionarios y asesores que le pongan cortapisas, obstáculos o limitaciones, para su proyecto de deportaciones masivas, exenciones de impuestos para los archimillonarios, y milimétrica venganza contra sus supuestos enemigos, entre ellos políticos demócratas y republicanos, medios de comunicación y periodistas.
Uno de los hombres más ricos del mundo –Elon Musk– se ha convertido en su alter ego, en el copiloto del carro loco, la muestra más clara de que la constitución de Estados Unidos no estaba preparada para esta desvergonzada manguala de un oligarca con múltiples y poderosos intereses económicos –entre ellos la estratégica carrera espacial– y las ambiciones políticas de senadores, representantes y líderes de diferentes industrias. Musk y otro multimillonario –Vivek Ramaswamy– serán los encargados de reducir la burocracia y los gastos de la paquidérmica burocracia federal y, además, de suprimir agencias regulatorias, muchas de las cuales controlan y vigilan los negocios de Musk. Es decir, el multimillonario que se posesiona el 20 de enero, ha puesto a dos lobos hambrientos a administrar el gallinero.
Hay un claro conflicto de interés entre Musk –el creador de Tesla, la empresa que fabrica los famosos carros eléctricos– y su presencia permanente en las decisiones más importantes de Trump y el próximo gobierno. Varias agencias federales están investigando al empresario de origen sudafricano, y con seguridad éstas quedarán sin dientes o con serias limitaciones cuando llegue de nuevo Trump a la Casa Blanca.
Sin embargo, ya Trump y su archimillonario consiglieri sufrieron un revés importante: no lograron que el Congreso incluyera una extensión del techo de la deuda, o la eliminación total de la misma, en la ley de gasto que sancionó Biden hace unos días. Ese famoso techo es lo que le permite al gobierno federal pagar sus obligaciones contractuales y tener los recursos para mantener su maquinaria burocrática en funcionamiento.
Además, cuando el nuevo congreso se posesione el 3 de enero y nombre a su nuevo presidente de la Cámara de Representantes, el margen de maniobra de los republicanos será muy estrecho y los demócratas podrán imponer sus condiciones, sobre todo cuando haya republicanos rebeldes, que no le caminen a ciertos proyectos de ley o iniciativas de origen presidencial.
Pero el camino es culebrero. Los impetuos imperialistas de Trump –mezcla del gran garrote, el destino manifiesto y su oceánica ignorancia– ya han puesto en guardia a México, Panamá y, quién pudiera creerlo, Dinamarca, con la disparatada propuesta de comprar los derechos sobre Groenlandia. La amenaza de imponer aranceles a casi todas las importaciones provenientes de México, Canadá y China puede resultar en una guerra comercial que afectaría directamente a los consumidores gringos, muchos de ellos engatusados por Trump con la promesa de que él y solo él era capaz de bajar los precios y la inflación en cuestión de días.
Ya en la recta final de Biden, y gracias a informes de prensa como los del Wall Street Journal, se vio con claridad la operación de encubrimiento de la Casa Blanca para proteger las limitaciones de un gobernante octogenario, sin la lucidez y claridad de otros tiempos. También ha quedado al descubierto que asesores cercanos al presidente sabían que él –antes de su postulación– no podía ganarle a Trump, y no obstante, cercenaron la posibilidad de nuevos liderazgos a través de una primaria demócrata. No fue sino cuando millones de televidentes vieron a un viejito gagá dando tumbos en un triste debate con Trump que los angustiados demócratas sacaron de la manga la candidatura improvisada de Kamala Harris.
La historia se encargará de ajustar cuentas con Biden y su entorno, que abrieron las compuertas para la nueva ascensión de Trump. ¿Creían de verdad que es un peligro para la democracia, o no tanto y, por consiguiente, en el fondo para ellos era apenas un eslogan de campaña?
Para el 2025, la gran esperanza es que este carro loco se choque con la cruda realidad de sus desatinos, y los múltiples y contradictorios intereses políticos y económicos, que se darán en su interior. Por lo pronto, hay miedo y un inusitado nivel de incertidumbre.
Nada que hacer: feliz año, porque la vida sigue, y hay mucho por lo que hay que agradecer y perseverar a pesar de los nubarrones.
MIAMI.- Todo parece indicar que a partir del 20 de enero de 2025 –día de la posesión de Trump– se echará a andar un carro loco, desenfrenado, con un conductor que tiene la convicción de que el pueblo le dio un mandato histórico para hacer, o deshacer, lo que se le venga en gana.
Ha postulado para cargos clave –defensa, FBI, seguridad nacional, salud– a personas ignorantes, sin experiencia, fanáticas, con un rasgo en común: una supuesta lealtad sin fisuras, al estilo mafioso, con el presidente electo. Es claro que no quiere tener altos funcionarios y asesores que le pongan cortapisas, obstáculos o limitaciones, para su proyecto de deportaciones masivas, exenciones de impuestos para los archimillonarios, y milimétrica venganza contra sus supuestos enemigos, entre ellos políticos demócratas y republicanos, medios de comunicación y periodistas.
Uno de los hombres más ricos del mundo –Elon Musk– se ha convertido en su alter ego, en el copiloto del carro loco, la muestra más clara de que la constitución de Estados Unidos no estaba preparada para esta desvergonzada manguala de un oligarca con múltiples y poderosos intereses económicos –entre ellos la estratégica carrera espacial– y las ambiciones políticas de senadores, representantes y líderes de diferentes industrias. Musk y otro multimillonario –Vivek Ramaswamy– serán los encargados de reducir la burocracia y los gastos de la paquidérmica burocracia federal y, además, de suprimir agencias regulatorias, muchas de las cuales controlan y vigilan los negocios de Musk. Es decir, el multimillonario que se posesiona el 20 de enero, ha puesto a dos lobos hambrientos a administrar el gallinero.
Hay un claro conflicto de interés entre Musk –el creador de Tesla, la empresa que fabrica los famosos carros eléctricos– y su presencia permanente en las decisiones más importantes de Trump y el próximo gobierno. Varias agencias federales están investigando al empresario de origen sudafricano, y con seguridad éstas quedarán sin dientes o con serias limitaciones cuando llegue de nuevo Trump a la Casa Blanca.
Sin embargo, ya Trump y su archimillonario consiglieri sufrieron un revés importante: no lograron que el Congreso incluyera una extensión del techo de la deuda, o la eliminación total de la misma, en la ley de gasto que sancionó Biden hace unos días. Ese famoso techo es lo que le permite al gobierno federal pagar sus obligaciones contractuales y tener los recursos para mantener su maquinaria burocrática en funcionamiento.
Además, cuando el nuevo congreso se posesione el 3 de enero y nombre a su nuevo presidente de la Cámara de Representantes, el margen de maniobra de los republicanos será muy estrecho y los demócratas podrán imponer sus condiciones, sobre todo cuando haya republicanos rebeldes, que no le caminen a ciertos proyectos de ley o iniciativas de origen presidencial.
Pero el camino es culebrero. Los impetuos imperialistas de Trump –mezcla del gran garrote, el destino manifiesto y su oceánica ignorancia– ya han puesto en guardia a México, Panamá y, quién pudiera creerlo, Dinamarca, con la disparatada propuesta de comprar los derechos sobre Groenlandia. La amenaza de imponer aranceles a casi todas las importaciones provenientes de México, Canadá y China puede resultar en una guerra comercial que afectaría directamente a los consumidores gringos, muchos de ellos engatusados por Trump con la promesa de que él y solo él era capaz de bajar los precios y la inflación en cuestión de días.
Ya en la recta final de Biden, y gracias a informes de prensa como los del Wall Street Journal, se vio con claridad la operación de encubrimiento de la Casa Blanca para proteger las limitaciones de un gobernante octogenario, sin la lucidez y claridad de otros tiempos. También ha quedado al descubierto que asesores cercanos al presidente sabían que él –antes de su postulación– no podía ganarle a Trump, y no obstante, cercenaron la posibilidad de nuevos liderazgos a través de una primaria demócrata. No fue sino cuando millones de televidentes vieron a un viejito gagá dando tumbos en un triste debate con Trump que los angustiados demócratas sacaron de la manga la candidatura improvisada de Kamala Harris.
La historia se encargará de ajustar cuentas con Biden y su entorno, que abrieron las compuertas para la nueva ascensión de Trump. ¿Creían de verdad que es un peligro para la democracia, o no tanto y, por consiguiente, en el fondo para ellos era apenas un eslogan de campaña?
Para el 2025, la gran esperanza es que este carro loco se choque con la cruda realidad de sus desatinos, y los múltiples y contradictorios intereses políticos y económicos, que se darán en su interior. Por lo pronto, hay miedo y un inusitado nivel de incertidumbre.
Nada que hacer: feliz año, porque la vida sigue, y hay mucho por lo que hay que agradecer y perseverar a pesar de los nubarrones.