Pintada con brocha gorda, ya hay una frase de combate que ha pasado las fronteras: “Santrich libre y Uribe en la cárcel”.
Esa es la supuesta gran paradoja. El adalid de la guerra contra la subversión cae en desgracia, mientras que sus enemigos históricos, los mismos que asesinaron a su padre, están en el congreso o en la calle, libres como el viento.
En los días que corren, la supuesta lucha por la libertad se ha vuelto un campo minado para sus supuestos heraldos.
Hay un doble discurso, que a veces pasa desapercibido. Ya sabemos, por ejemplo, que hay autoritarios buenos y autoritarios malos. Para el presidente Duque, en Venezuela hay una horrible dictadura en la que se irrespeta la ley, y la justicia es un apéndice del gobierno. Pero el mandatario de los colombianos, en su alocución desde la copia de Casa Blanca en la que ha convertido la Casa de Nariño, aprovecha su investidura para absolver al senador Uribe de toda culpa, barre y trapea con la independencia de los poderes, y de paso lanza dardos envenenados contra el proceso de paz. “Duele como colombiano que muchos de los que han lacerado al país con barbarie se defiendan en libertad o inclusive tengan garantizado jamás ir a prisión. Y que (a) un servidor público ejemplar (…) no se le permita defenderse en libertad con la presunción de inocencia”.
Y al final de su discurso, la perla de colección: llama “a la reflexión” a los magistrados, y “como ciudadano” espera que existan “plenas garantía para que un ser humano íntegro” se pueda defender sin estar tras las rejas.
Queda claro que el único fallo que habría hecho feliz a Duque es el de la absolución de su maestro, porque para él Uribe es intocable, no sólo por su condición de expresidente, sino porque combatió a esos mismos malhechores que ahora tienen curules en el Congreso.
En una breve exploración por Twitter, es maravilloso ir de cacería para atrapar más inconsistencias y expresiones de doble moral. Los venezolanos de la oposición a Maduro son campeones. El presidente del congreso, Juan Guaidó, quien funge también de presidente encargado, dijo lo siguiente en su cuenta en esa red social: “agradecemos al Expresidente @AlvaroUribeVel su gran apoyo a Venezuela y expresamos nuestra solidaridad”. A eso, le respondió José Miguel Vivanco – director de Human Rights Watch para América Latina – de la siguiente manera: “Apreciado @jguaido, Uribe es mucho más parecido a Chávez de lo que crees. Tienen estilos y posiciones ideológicas diferentes, pero gobierno de Uribe estuvo plagado de brutales abusos de DDHH y ataques contra estado de derecho. Los demócratas de Venezuela no deberían apoyarlo”.
En la misma red del pajarraco, trinó otro miembro de la oposición venezolana, el exalcalde Antonio Ledezma -quien además estuvo preso- y su tono fue mucho más ominoso: “COLOMBIANOS: Véanse en el espejo de Venezuela: Una rebelión de náufragos políticos lincharon a Carlos Andrés Pérez y terminaron hundiendo al país en una tragedia. En Colombia hoy linchan al pte @AlvaroUribeVel y la verdad es que van a terminar cargándose la democracia”.
Ledezma y demás miembros de su línea política han acusado a los magistrados, a las autoridades electorales y, en general, a todas las instituciones de control de estar en manos de los chavistas y ser aliadas incondicionales del gobierno. En Colombia, los jueces actúan de manera independiente (como se supone que es lo que quieren los que se oponen al chavismo y a su presidente) y de inmediato son catalogados como meros instrumentos políticos que “linchan” a un líder y, con su accionar, buscan acabar con la democracia. ¿Al fin qué: nos gusta o no nos gusta el imperio de la ley y las libertades?
Mención especial merece el trino del representante republicano, cubano estadounidense, Mario Diaz-Balart: “Triste por la injusticia contra Pres. @AlvaroUribeVel, quien salvó a Colombia del narcoterrorismo, rescató la economía y el estado de derecho en #Colombia. Él está bajo detención mientras que secuestradores y asesinos de las FARC siguen libres”. El congresista, que se ha pasado su vida denunciando el autoritarismo en Cuba, Nicaragua o Venezuela, la inexistencia de una justicia imparcial y la violación de derechos humanos en esos países califica la acción independiente de los magistrados colombianos de “injusticia” y, como si fuera poco, se siente “triste” por semejante proceder de los altos tribunales. ¿No se supone que la independencia de poderes y una igualdad ante la ley es lo que busca este supuesto luchador por la libertad?
No se reconocen, por lo tanto, la corrupción ni el atropello ni los crímenes cuando provienen de caudillos autoritarios de derecha, perdonados con la excusa de que se enfrentaron a los bandoleros comunistas. En otro trino, Vivanco recordó el prontuario del expresidente y senador: “La Corte Suprema también está adelantando varias investigaciones en contra de Uribe. En años recientes, diversos tribunales han solicitado que Uribe sea investigado por su posible rol en múltiples crímenes, incluyendo la conformación de grupos paramilitares, masacres cometidas cuando él era gobernador del departamento de Antioquia en los 90s, así como las interceptaciones ilegales a jueces, periodistas y defensores de derechos humanos que ocurrieron durante su presidencia”.
La Casa Blanca no ha ahorrado adjetivos para calificar al régimen de Nicolás Maduro. Incluso, hay una acusación formal por narcotráfico, por parte de la justicia estadounidense, contra la cúpula del chavismo. Hoy, la administración de Trump guarda prudente silencio en el caso de Álvaro Uribe, quien en más de una ocasión ha sido vinculado a sectores de la delincuencia organizada. ¿No se suponía que el Plan Colombia, que le costó a Estados Unidos cerca de ocho mil millones de dólares, era no sólo para combatir a la guerrilla y a los carteles de la droga, sino para fortalecer a la justicia colombiana?
Cuando esa misma justicia profiere un fallo histórico, que es apenas el comienzo de un largo proceso que puede terminar, o no, en el juicio a Uribe, aquellos que se han rasgado las vestiduras e incluso sufrido las acciones de gobiernos autoritarios de izquierda, son complacientes o cómplices cuando esas mismas arbitrariedades, abusos de poder, crímenes, o acciones corruptas, son cometidas por caudillos de derecha.
Los verdaderos demócratas no debieran estar “tristes” por la detención domiciliaria de Uribe. Los legítimos defensores de las libertades y la diversidad no debieran equiparar el caso de Uribe con el de las Farc desmovilizadas o la traición de Santrich a los acuerdos de paz. El periodismo de veras equilibrado, que se ha jugado la vida investigando y denunciando ese sórdido triangulo de maquinaria paramilitar, crímenes de estado y narcotráfico, tiene por qué sentirse satisfecho por su tarea al servicio de la verdad y la justicia.
Los relacionistas públicos, disfrazados de periodistas, con extraordinario poder en medios radiales y escritos, se han dejado ver el cobre: cierran filas alrededor del caudillo detenido, mientras nos alertan contra los peligros de los “populistas” … de izquierda, por supuesto.
El Centro Democrático ha demostrado, con su doble discurso y doble moral, que no es ni de centro ni democrático. Busca la tierra arrasada, y pulverizar el precario sistema de justicia con una propuesta de Constituyente que busca dizque “despolitizar” a las Cortes. Su hombre en la Casa de Nariño ya está presionando a los jueces; no acepta el proceso de paz, lo desprecia, y considera que a un inocente se la han violado todos sus derechos.
Hay razones para sentir un mínimo alivio después de tantos años de grandes y pequeñas luchas. Pero el camino es aún demasiado culebrero: no sabemos cómo será la destorcida de los uribistas y sus aliados, y en el 2022 en qué escenario nos pondrá el devastador efecto social y económico de esta plaga universal. Y la pregunta del millón: ¿El frágil atisbo de justicia, expresado en el fallo de los magistrados el pasado 3 de agosto, profundizará la violencia o será el inicio de una nueva era?
Pintada con brocha gorda, ya hay una frase de combate que ha pasado las fronteras: “Santrich libre y Uribe en la cárcel”.
Esa es la supuesta gran paradoja. El adalid de la guerra contra la subversión cae en desgracia, mientras que sus enemigos históricos, los mismos que asesinaron a su padre, están en el congreso o en la calle, libres como el viento.
En los días que corren, la supuesta lucha por la libertad se ha vuelto un campo minado para sus supuestos heraldos.
Hay un doble discurso, que a veces pasa desapercibido. Ya sabemos, por ejemplo, que hay autoritarios buenos y autoritarios malos. Para el presidente Duque, en Venezuela hay una horrible dictadura en la que se irrespeta la ley, y la justicia es un apéndice del gobierno. Pero el mandatario de los colombianos, en su alocución desde la copia de Casa Blanca en la que ha convertido la Casa de Nariño, aprovecha su investidura para absolver al senador Uribe de toda culpa, barre y trapea con la independencia de los poderes, y de paso lanza dardos envenenados contra el proceso de paz. “Duele como colombiano que muchos de los que han lacerado al país con barbarie se defiendan en libertad o inclusive tengan garantizado jamás ir a prisión. Y que (a) un servidor público ejemplar (…) no se le permita defenderse en libertad con la presunción de inocencia”.
Y al final de su discurso, la perla de colección: llama “a la reflexión” a los magistrados, y “como ciudadano” espera que existan “plenas garantía para que un ser humano íntegro” se pueda defender sin estar tras las rejas.
Queda claro que el único fallo que habría hecho feliz a Duque es el de la absolución de su maestro, porque para él Uribe es intocable, no sólo por su condición de expresidente, sino porque combatió a esos mismos malhechores que ahora tienen curules en el Congreso.
En una breve exploración por Twitter, es maravilloso ir de cacería para atrapar más inconsistencias y expresiones de doble moral. Los venezolanos de la oposición a Maduro son campeones. El presidente del congreso, Juan Guaidó, quien funge también de presidente encargado, dijo lo siguiente en su cuenta en esa red social: “agradecemos al Expresidente @AlvaroUribeVel su gran apoyo a Venezuela y expresamos nuestra solidaridad”. A eso, le respondió José Miguel Vivanco – director de Human Rights Watch para América Latina – de la siguiente manera: “Apreciado @jguaido, Uribe es mucho más parecido a Chávez de lo que crees. Tienen estilos y posiciones ideológicas diferentes, pero gobierno de Uribe estuvo plagado de brutales abusos de DDHH y ataques contra estado de derecho. Los demócratas de Venezuela no deberían apoyarlo”.
En la misma red del pajarraco, trinó otro miembro de la oposición venezolana, el exalcalde Antonio Ledezma -quien además estuvo preso- y su tono fue mucho más ominoso: “COLOMBIANOS: Véanse en el espejo de Venezuela: Una rebelión de náufragos políticos lincharon a Carlos Andrés Pérez y terminaron hundiendo al país en una tragedia. En Colombia hoy linchan al pte @AlvaroUribeVel y la verdad es que van a terminar cargándose la democracia”.
Ledezma y demás miembros de su línea política han acusado a los magistrados, a las autoridades electorales y, en general, a todas las instituciones de control de estar en manos de los chavistas y ser aliadas incondicionales del gobierno. En Colombia, los jueces actúan de manera independiente (como se supone que es lo que quieren los que se oponen al chavismo y a su presidente) y de inmediato son catalogados como meros instrumentos políticos que “linchan” a un líder y, con su accionar, buscan acabar con la democracia. ¿Al fin qué: nos gusta o no nos gusta el imperio de la ley y las libertades?
Mención especial merece el trino del representante republicano, cubano estadounidense, Mario Diaz-Balart: “Triste por la injusticia contra Pres. @AlvaroUribeVel, quien salvó a Colombia del narcoterrorismo, rescató la economía y el estado de derecho en #Colombia. Él está bajo detención mientras que secuestradores y asesinos de las FARC siguen libres”. El congresista, que se ha pasado su vida denunciando el autoritarismo en Cuba, Nicaragua o Venezuela, la inexistencia de una justicia imparcial y la violación de derechos humanos en esos países califica la acción independiente de los magistrados colombianos de “injusticia” y, como si fuera poco, se siente “triste” por semejante proceder de los altos tribunales. ¿No se supone que la independencia de poderes y una igualdad ante la ley es lo que busca este supuesto luchador por la libertad?
No se reconocen, por lo tanto, la corrupción ni el atropello ni los crímenes cuando provienen de caudillos autoritarios de derecha, perdonados con la excusa de que se enfrentaron a los bandoleros comunistas. En otro trino, Vivanco recordó el prontuario del expresidente y senador: “La Corte Suprema también está adelantando varias investigaciones en contra de Uribe. En años recientes, diversos tribunales han solicitado que Uribe sea investigado por su posible rol en múltiples crímenes, incluyendo la conformación de grupos paramilitares, masacres cometidas cuando él era gobernador del departamento de Antioquia en los 90s, así como las interceptaciones ilegales a jueces, periodistas y defensores de derechos humanos que ocurrieron durante su presidencia”.
La Casa Blanca no ha ahorrado adjetivos para calificar al régimen de Nicolás Maduro. Incluso, hay una acusación formal por narcotráfico, por parte de la justicia estadounidense, contra la cúpula del chavismo. Hoy, la administración de Trump guarda prudente silencio en el caso de Álvaro Uribe, quien en más de una ocasión ha sido vinculado a sectores de la delincuencia organizada. ¿No se suponía que el Plan Colombia, que le costó a Estados Unidos cerca de ocho mil millones de dólares, era no sólo para combatir a la guerrilla y a los carteles de la droga, sino para fortalecer a la justicia colombiana?
Cuando esa misma justicia profiere un fallo histórico, que es apenas el comienzo de un largo proceso que puede terminar, o no, en el juicio a Uribe, aquellos que se han rasgado las vestiduras e incluso sufrido las acciones de gobiernos autoritarios de izquierda, son complacientes o cómplices cuando esas mismas arbitrariedades, abusos de poder, crímenes, o acciones corruptas, son cometidas por caudillos de derecha.
Los verdaderos demócratas no debieran estar “tristes” por la detención domiciliaria de Uribe. Los legítimos defensores de las libertades y la diversidad no debieran equiparar el caso de Uribe con el de las Farc desmovilizadas o la traición de Santrich a los acuerdos de paz. El periodismo de veras equilibrado, que se ha jugado la vida investigando y denunciando ese sórdido triangulo de maquinaria paramilitar, crímenes de estado y narcotráfico, tiene por qué sentirse satisfecho por su tarea al servicio de la verdad y la justicia.
Los relacionistas públicos, disfrazados de periodistas, con extraordinario poder en medios radiales y escritos, se han dejado ver el cobre: cierran filas alrededor del caudillo detenido, mientras nos alertan contra los peligros de los “populistas” … de izquierda, por supuesto.
El Centro Democrático ha demostrado, con su doble discurso y doble moral, que no es ni de centro ni democrático. Busca la tierra arrasada, y pulverizar el precario sistema de justicia con una propuesta de Constituyente que busca dizque “despolitizar” a las Cortes. Su hombre en la Casa de Nariño ya está presionando a los jueces; no acepta el proceso de paz, lo desprecia, y considera que a un inocente se la han violado todos sus derechos.
Hay razones para sentir un mínimo alivio después de tantos años de grandes y pequeñas luchas. Pero el camino es aún demasiado culebrero: no sabemos cómo será la destorcida de los uribistas y sus aliados, y en el 2022 en qué escenario nos pondrá el devastador efecto social y económico de esta plaga universal. Y la pregunta del millón: ¿El frágil atisbo de justicia, expresado en el fallo de los magistrados el pasado 3 de agosto, profundizará la violencia o será el inicio de una nueva era?