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MIAMI.- La gran estafa se acaba de consumar, con una victoria avasallante de Trump. Aclaro: su triunfo fue limpio, los votantes lo prefirieron en los nueve estados péndulo (si se suman Georgia y Carolina del Norte) en los que se definía la elección. Pero para llegar a ese resultado, la mentira fue el método y la estrategia.
Sin embargo, había varias cosas de fondo que golpeaban la realidad de millones: los altos precios de los alimentos, la imposibilidad de comprar una casa, los arriendos disparados, la gasolina incontrolable. El billete no alcanzaba, así dijeran desde las cumbres del poder que la inflación iba a la baja y el pleno empleo hacía historia. Era cosa de todos los días la desesperanza de una nueva generación ante un futuro incierto, y sobre todo la sensación de orfandad de millones de hombres jóvenes (entre los 18 y 35 años) que no se vieron representados – ni en su corazón ni en su bolsillo- por Kamala Harris.
¿Cómo manipular esa realidad para ganar?
Ahí fue donde el gran talento del estafador para mentir y crear una realidad alternativa (ayudado por los medios de extrema derecha, digitales y tradicionales) jugó un papel definitivo para su regreso triunfal a la Casa Blanca.
Para empezar, se sacó de la manga las dos grandes mentiras que deslegitimaron el sistema electoral y la justicia: que le robaron las elecciones en 2020 y que todas las acusaciones penales en su contra eran una conjura de Biden y los demócratas. Esas dos falacias, repetidas día y noche, produjeron el desplome de la confianza en la limpieza del voto y en la manera cómo operan los jueces y las cortes.
Pero ahí no se detuvo esta aceitada máquina de engaño. El estafador se presentó como la víctima de un sistema corrupto y de una clase política venal que quería impedir no sólo su llegada al poder, sino la de millones de sus seguidores. La élite, desde las profundidades de Washington, se confabulaba contra las legítimas aspiraciones del mesías y su pueblo. “Nos robaron las elecciones, nos persiguen, no nos quieren en el poder”, gritó una y otra vez el embaucador.
Todo llegó al paroxismo con el atentado en Pennsylvania, con la cara del candidato ensangrentada, y en el medio de los guardaespaldas, con su puño en alto, le ordenaba a la muchedumbre que no había otra salida sino luchar, luchar y luchar.
Las buenas historias siempre tienen un poderoso antagonista. En el caso del candidato y hoy presidente electo, lo creó desde 2015: los “ilegales”, los inmigrantes, el “veneno que infecta la sangre de este país”, la horda de criminales y locos que ha hecho de “América” el “basurero del mundo”. Esos “animales” y “salvajes” están entrando por millones, para votar de manera fraudulenta, robarse los empleos de los latinos y los negros, y al final tomarse por asalto la cultura y la historia de los blancos. Y lo peor: convertir lo que antes eran pacificas ciudades y pueblos, en el reino del delito y la muerte.
Los votantes latinos, negros, blancos, asiáticos, pobres, ricos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos llegaron a las urnas con la idea de que iban a elegir a un hombre de negocios, auténtico, antisistema, antipolítico, que hablaba con la verdad, sin medias tintas. Un tipo transparente. Un candidato – que ya había sido presidente – que prometía plata en el bolsillo para la golpeada clase media, acabar con la inflación, y hacer la paz en cuestión de horas con Ucrania y los rusos, y resolver, en un abrir y cerrar de ojos, el genocidio en Gaza.
El estafador, desde su irrupción circense en la política (el descenso de él y su mujer por la escalera eléctrica, como dos muñecos de navidad), creó un melodrama con las emociones que movilizan: frustración, resentimiento, rabia, miedo. La pandemia con sus secuelas las profundizó, y varias encuestas a los electores y sus testimonios, antes y después de las elecciones del pasado 5 de noviembre, coincidieron en lo mismo: en los cuatro años de gobierno del supuesto archimillonario, hubo bienestar y pujanza de la clase obrera, no existía inflación y mucho menos guerras, con miles de millones de dólares quemados en conflictos ajenos; dinero que ha debido ser invertido en el progreso económico del pueblo.
Nadie dijo, ni siquiera Biden o Harris, que el tipo heredó la economía en recuperación de la gran recesión que le dejó Obama, sin inflación y tasas de interés del uno por ciento.
El votante de 2024 decidió hacer caso omiso de todas las estafas y delitos de su salvador, de su profundo desprecio por la ley y todas las normas escritas y no escritas, y como parte de una amnesia colectiva (el elector promedio olvidó por completo el criminal manejo de la pandemia, que costó millones de vidas que se habrían podido salvar) optó por darle una segunda oportunidad a un delincuente que, con su victoria, logra su objetivo de fondo: salvarse de la cárcel, y borrar con su poder impune e inmune, las cuatro acusaciones penales; entre ellas, desconocer el resultado de una elección legitima.
Como epílogo de esta historia, es muy poderosa la imagen del estrechón de manos entre Biden y Trump, en la Oficina Oval, como parte del ritual de la transmisión pacifica del poder y el reconocimiento de un triunfo electoral legítimo. Es, a la vez, la imagen de la normalización de un delincuente, de un estafador, que actúa como si nada hubiera pasado, como si su victoria hubiera sido en franca lid. Y del otro lado, un presidente de salida, impotente, en parte culpable de la escena que vive en tiempo real, respetuoso de los rituales que su antecesor y sucesor violó, viola y violará en sus cuatro años que vienen de gobierno de mano dura contra las minorías, y de entrega total a los enormes poderes económicos, felices con el fascismo en ciernes.
Y a todas estas, ¿Por qué naufragó la prometedora candidatura de Kamala? El error histórico de elegir a un rufián autoritario es también el error histórico de haberle dejado el camino abierto debido a una secuencia increíble de equivocaciones tácticas y estratégicas, mensajes erróneos y malentendidos por parte de los demócratas y los progresistas. Y lo más deprimente: permitir que el verdadero malo de la película se convirtiera, a los ojos de la gente, en alguien confiable. En su redentor. En el paladín de los oprimidos.