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MIAMI. - Hace 15 años oí por primera vez la palabra podcast. En ese momento era como hacer radio, pero en una plataforma digital. Ya existía el IPod, un aparato con una memoria limitada que servía para escuchar música. Esta industria estaba presenciando una revolución sin marcha atrás: comprar canciones o álbumes completos a través de ITunes, es decir, de una tienda virtual. El CD estaba en vías de extinción, al igual que la manera de entender el multimillonario negocio –que habíamos heredado del siglo XX– de lanzar grupos, cantantes y canciones.
Pero el podcast, además de ser una tecnología, se convirtió poco a poco en una gran tendencia, sobre todo en Estados Unidos, y también en un espacio en el que caben varios estilos narrativos con una constante: no es hacer radio tradicional, tampoco se trata de reproducir en digital la nostalgia de las radionovelas. Por supuesto es sonido, pero hay eclecticismo. El que sepa de televisión o de cine, sabrá que cuando se habla de contar una historia se trata de desarrollar un conflicto con personajes fuertes, atractivos, intensos. Con el podcast, ese principio elemental del drama se ha trasladado a narraciones de hechos de actualidad; la música, los sonidos, se han convertido en imágenes. Se crean atmósferas, se desarrolla un estilo, y lo más importante: la audiencia se puede convertir en comunidad, una especie de “club de fans” de los temas específicos que trata un podcast.
Hace un par de meses, RTVC –el sistema de medios públicos de Colombia– tuvo la muy buena idea de lanzar el primer encuentro iberoamericano de realizadores de podcast. Motivo pandemia todo fue virtual, y de pronto ese factor hizo la reunión más universal. Abrió el evento Carolina Guerrero, la presidenta (CEO) de Radio Ambulante (ella y su esposo, Daniel Alarcón, son los fundadores de ese podcast) una idea que empezó a caminar por América Latina hace nueve años, en condiciones muy modestas, y ahora es una empresa con sólidos cimientos, asociada con el sistema de radio pública de Estados Unidos (NPR).
Es un experimento que ha roto varios estereotipos. Primero que todo, las historias de Radio Ambulante son oídas, al mes, por 760.000 personas, según lo reporta Bello Collective, una publicación especializada en el mundo del podcast. Lo interesante es que el 70 por ciento de esa audiencia vive en Estados Unidos. Además, es contenido en español, con diferentes acentos, con unos episodios que pueden transcurrir en, diga usted, Ecuador, Perú, Chile, México, Argentina, Colombia o Estados Unidos. El cuidado en el lenguaje, el gran trabajo de carpintería para que lo local se vuelva universal, para que el drama específico, personal, de un argentino, un chileno o un ecuatoriano le interese a una audiencia masiva, plural, sin importar a veces los modismos, o las expresiones particulares con las que puedan hablar los personajes, es una gran lección para aquellos, en los medios tradicionales de Estados Unidos, que subestiman la inteligencia y el genuino interés del público de habla hispana por los contenidos de calidad.
Mi primera experiencia con Radio Ambulante fue cuando oí la serie que hicieron sobre los dolorosos hechos alrededor de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, y la contra toma, a sangre y fuego, a cargo del Ejército. Sobre ese tema había leído mucho, y tenía desperdigados en la memoria recuerdos de esos dos día eternos de noviembre de 1985. Pero cuando quise escuchar esa misma secuencia de tragedias a través del cedazo del podcast, me encontré con nuevos matices, sonidos inéditos, testimonios que no conocía, y en el fondo el poder de una narración que recreaba el impacto brutal de la pérdida inesperada de un ser querido, como resultado de 28 horas de una violencia inapelable.
Confieso que tuve que llenarme de valor para terminar “La noche más larga” –así se llamaron las dos partes de esa tragedia– porque era tan contundente en sus descripciones, en la edición de testimonios y sonidos de ese momento delirante de la historia reciente de Colombia, que tuve la sensación de que a pesar de los 35 años de distancia, estaba en un extraño presente en el que casi todo lo que me estaban contando era nuevo.
De ahí en adelante, la magia del podcast y de este proyecto que deambula por la creatividad, el dolor, la extravagancia y lo insólito de un continente, entraron a formar parte de mi búsqueda permanente de nuevos contenidos. En ese registro sonoro, portátil, que se puede “bajar” en un celular o en un computador, al gusto del consumidor, se está recreando la manera de ser, de vivir, de morir, de soñar, de sufrir, de reír, de quienes nacieron al sur del Río Grande o de quienes echaron raíces al norte, en esta tierra muchas veces árida para los latinos.
Debo decir que no conozco todas las temporadas de Radio Ambulante. Pero en lo que he oído, ya es posible sacar varias cosas en limpio: tiene algo de periodismo, pero va mucho más allá, porque de golpe aparece con una historia tan divertida como “Los Flequilludos”, o cuando unos Beatles de mentiras llegaron a Buenos Aires, en 1964, y todo el mundo pensó: “no son ellos, pero qué importa, se parecen”. Los dos canales de televisión más importantes de Argentina se peleaban la audiencia, y uno de ellos tuvo la gran idea de importar, procedentes de Florida, a una banda que sólo se sabía una canción del cuarteto de Liverpool, pero sonaba con el “beat” de los sesenta.
Decía que se pueden sacar varias cosas en limpio: Radio Ambulante ofrece la otra cara de la moneda o, mejor, esa otra faceta que no se conocía de un hecho. Y exhibe el arte de aprovechar todos los recursos que da el audio para crear atmósferas y tensión dramática. Sus textos son sencillos, pero con giros originales, y a veces llevan un toque de poesía, como para tomar distancia de la radio tradicional.
El podcast, en suma, además de ser una plataforma tecnológica, es un género cuando se toma en serio. En América Latina apenas se está desarrollando, y en Estados Unidos hay ya grandes ejemplos. Cada vez gana más espacio, se ha convertido en un medio muy directo para comunicarse con el público y, también, en un posible antídoto para combatir la desinformación o, por lo menos, para abrir otras ventanas que otros ni siquiera se atreven a mirar.
¿Cuál revancha?
Se posesionó Joe Biden y, con respecto a Colombia, no se ve por ninguna parte la revancha que muchos predijeron por la intromisión del trumpismo criollo en las elecciones presidenciales gringas, pero sí se notan ya los acentos que habrá en relación con ciertos temas nacionales
No hay duda de que, a diferencia de Trump, el nuevo gobierno demócrata se centrará en llevar a buen puerto un proceso de paz que ha sufrido notables retrocesos durante la presidencia de Iván Duque. También es claro que la nueva administración en la Casa Blanca estará muy pendiente de los avances en la protección de la vida de los defensores de derechos humanos, líderes sociales y desmovilizados de las Farc. Asimismo, el gobierno de Biden dará todo el apoyo posible a la JEP y a los acuerdos de paz, entre ellos un enfoque muy distinto a la guerra contra las drogas.
Al respecto, el pasado mes de diciembre se publicó el informe de la comisión de políticas sobre narcotráfico para el hemisferio occidental. En el reporte se dice lo siguiente: “Al tiempo que el Plan Colombia fue un éxito en contrainsurgencia, fue un fracaso en el combate al narcotráfico. (…) Colombia no puede conseguir la paz y controlar el narcotráfico sin, de manera simultánea, enfrentar la ausencia de seguridad y desarrollo en vastas regiones del país”.
Ahí están las cartas sobre la mesa. Si Duque insiste en torpedear los acuerdos de Estado firmados durante el gobierno de Santos con la guerrilla de las Farc, y si continúa su indolencia ante la ola de crímenes selectivos y masacres, habrá reacciones tanto de Biden como de los demócratas en el Congreso.