A mi padre: gracias por darme la música
La última vez que la vi cantar fue en un pueblo del Mediterráneo. Recuerdo que Diego el Cigala, que cantaba a su lado esa noche, se quedó observándola varias veces. La expresión del cantaor gitano repetía el asombro de los que aplaudíamos sus proezas vocales en el patio de butacas colocado frente al mar. Omara Portuondo no estaba de vuelta, porque Omara Portuondo nunca se fue. Me lo advirtió en una conversación que tuvimos en 2014. A propósito del tour de despedida de Buena Vista Social Club, dijo que si la banda insistía en desintegrarse –decisión con la que no estaba de acuerdo–, ella seguiría avanzando en su camino.
Su dificultad para permanecer varias horas de pie y el olvido de las letras de algunas canciones manifestaba los primeros signos de una fragilidad que pasaba desapercibida cuando animaba al público a levantarse dando enérgicas palmas, o cuando se recogía el ruedo del vestido mirando a uno de los caballeros que la admiraba desde la primera fila. Hoy circulan los titulares que anuncian su retiro. Dicen: “Omara Portuondo se retira del mundo de la música”. Permítanme dudarlo. Una artista de su calibre bien puede retirarse de los escenarios, pero jamás de la música. Ella es la música.
Sin embargo, Omara Portuondo quería ser escritora.
—¿Usted no quería ser cantante?
—Eso fue cosa de la naturaleza. La naturaleza es prodigiosa, te lo da todo.
Parece que la naturaleza empezó a ejecutar su plan desde que Omarita tenía cuatro años. Un día llegó de la escuela y se puso a escuchar el programa que María Teresa Vera tenía en la radio nacional. La criatura mordió el anzuelo enseguida: “Me encantaba. El sonido de su voz era bellísimo”.
—Veinte años es una canción significativa para usted.
—Bastante… bastante.
Fue su padre quien le enseñó la letra. Omara Portuondo aprendió a cantar Veinte años al mismo tiempo que aprendía a hablar. Traté de concentrarme en sus opiniones sobre la despedida de la banda, que era el tema de mi artículo, pero ninguna de las dos colaboró con la causa y la conversación fue tomando bifurcaciones cada vez más inconexas y caprichosas. Si algo sabía, con toda certeza, es que difícilmente volvería a repetirse un encuentro semejante. Ella representa una tradición musical que me acompaña desde la cuna. Es una de ellos, y estaba ahí, a menos de un metro de distancia, sentada frente a mí en una mesa de café.
La historia de Veinte años era el secreto mejor guardado de María Teresa Vera. La compositora cubana interpretó y musicalizó la canción escrita por su amiga Guillermina Aramburu. Por deseo expreso de la autora, el origen de la letra siguió siendo una incógnita durante mucho tiempo. Era una carta sin remitente dirigida al hombre que dejó de querer a Guillermina después de 20 años de unión.
Del retiro de Omara Portuondo se habló tras un concierto fallido en el Palau de la Música Catalana. Antes de abandonar el escenario guiada por algunos de sus músicos, intentó deleitar al público con un recital de canciones. No pudo terminar. Ariel Jiménez Portuondo, su único hijo, se refirió al episodio en una nota: “Luego de interpretar el clásico Quizás, quizás de Osvaldo Farrés, Omara mostró signos de fatiga y desorientación, por lo que consideramos que lo mejor era retirarla del escenario”. En el mismo comunicado, su hijo anunció la retirada definitiva.
Vuelvo al verano de 2014. El atardecer nos encontró hablando de las matas que tenía en su casa de Cuba, las picardías de Compay Segundo, su complicidad con Ibrahim Ferrer y otras estrellas queridas que ahora la alumbraban desde lejos. Ella estaba de pie, en un peldaño de la escalera que iba a su habitación en un hotel del Alt Empordà. Se lo pregunté antes de despedirnos: “¿Esta noche va a cantar Veinte años?”. No solo confirmó que la cantaría; miró al fotógrafo, dijo que se la iba a dedicar a él y nos sorprendió con los primeros versos del estribillo. Luego hizo una pausa y, con un gesto de su mano, me invitó a cantar con ella. No creo que haya mejor modo de invocar el tiempo que vivimos y que después perdimos. Cantar es otra manera de rezar.
A mi padre: gracias por darme la música
La última vez que la vi cantar fue en un pueblo del Mediterráneo. Recuerdo que Diego el Cigala, que cantaba a su lado esa noche, se quedó observándola varias veces. La expresión del cantaor gitano repetía el asombro de los que aplaudíamos sus proezas vocales en el patio de butacas colocado frente al mar. Omara Portuondo no estaba de vuelta, porque Omara Portuondo nunca se fue. Me lo advirtió en una conversación que tuvimos en 2014. A propósito del tour de despedida de Buena Vista Social Club, dijo que si la banda insistía en desintegrarse –decisión con la que no estaba de acuerdo–, ella seguiría avanzando en su camino.
Su dificultad para permanecer varias horas de pie y el olvido de las letras de algunas canciones manifestaba los primeros signos de una fragilidad que pasaba desapercibida cuando animaba al público a levantarse dando enérgicas palmas, o cuando se recogía el ruedo del vestido mirando a uno de los caballeros que la admiraba desde la primera fila. Hoy circulan los titulares que anuncian su retiro. Dicen: “Omara Portuondo se retira del mundo de la música”. Permítanme dudarlo. Una artista de su calibre bien puede retirarse de los escenarios, pero jamás de la música. Ella es la música.
Sin embargo, Omara Portuondo quería ser escritora.
—¿Usted no quería ser cantante?
—Eso fue cosa de la naturaleza. La naturaleza es prodigiosa, te lo da todo.
Parece que la naturaleza empezó a ejecutar su plan desde que Omarita tenía cuatro años. Un día llegó de la escuela y se puso a escuchar el programa que María Teresa Vera tenía en la radio nacional. La criatura mordió el anzuelo enseguida: “Me encantaba. El sonido de su voz era bellísimo”.
—Veinte años es una canción significativa para usted.
—Bastante… bastante.
Fue su padre quien le enseñó la letra. Omara Portuondo aprendió a cantar Veinte años al mismo tiempo que aprendía a hablar. Traté de concentrarme en sus opiniones sobre la despedida de la banda, que era el tema de mi artículo, pero ninguna de las dos colaboró con la causa y la conversación fue tomando bifurcaciones cada vez más inconexas y caprichosas. Si algo sabía, con toda certeza, es que difícilmente volvería a repetirse un encuentro semejante. Ella representa una tradición musical que me acompaña desde la cuna. Es una de ellos, y estaba ahí, a menos de un metro de distancia, sentada frente a mí en una mesa de café.
La historia de Veinte años era el secreto mejor guardado de María Teresa Vera. La compositora cubana interpretó y musicalizó la canción escrita por su amiga Guillermina Aramburu. Por deseo expreso de la autora, el origen de la letra siguió siendo una incógnita durante mucho tiempo. Era una carta sin remitente dirigida al hombre que dejó de querer a Guillermina después de 20 años de unión.
Del retiro de Omara Portuondo se habló tras un concierto fallido en el Palau de la Música Catalana. Antes de abandonar el escenario guiada por algunos de sus músicos, intentó deleitar al público con un recital de canciones. No pudo terminar. Ariel Jiménez Portuondo, su único hijo, se refirió al episodio en una nota: “Luego de interpretar el clásico Quizás, quizás de Osvaldo Farrés, Omara mostró signos de fatiga y desorientación, por lo que consideramos que lo mejor era retirarla del escenario”. En el mismo comunicado, su hijo anunció la retirada definitiva.
Vuelvo al verano de 2014. El atardecer nos encontró hablando de las matas que tenía en su casa de Cuba, las picardías de Compay Segundo, su complicidad con Ibrahim Ferrer y otras estrellas queridas que ahora la alumbraban desde lejos. Ella estaba de pie, en un peldaño de la escalera que iba a su habitación en un hotel del Alt Empordà. Se lo pregunté antes de despedirnos: “¿Esta noche va a cantar Veinte años?”. No solo confirmó que la cantaría; miró al fotógrafo, dijo que se la iba a dedicar a él y nos sorprendió con los primeros versos del estribillo. Luego hizo una pausa y, con un gesto de su mano, me invitó a cantar con ella. No creo que haya mejor modo de invocar el tiempo que vivimos y que después perdimos. Cantar es otra manera de rezar.