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Hace tres días que espera una llamada de su amante. No come, duerme mal, fuma demasiado. A él le dijo que ha estado entrando y saliendo, conversando con sus amigas, cenando en un restaurante o comprando cosas prescindibles. No le dice que solo ha salido a la calle para comprar un hacha. Ni le cuenta que se arrastra como un insecto que va dejando su huella líquida y babosa por todas partes.
Jean Cocteau escribió La voz humana para su amiga Édith Piaf, de quien decía que era el ser más desprendido de su alma que había conocido. Pero las almas se cansan, se agotan. Ella rechazó el papel porque no quería lidiar con la carga emocional de un personaje tan dramático. El monólogo se estrenó en la Comédie-Française de París en 1932. “Carne de bolero”, ha dicho Almodóvar, que se inspiró en la obra de Cocteau para escribir los guiones de La ley del deseo y Mujeres al borde de un ataque de nervios. La adaptación de La voz humana es el primer cortometraje de su filmografía. Cuando Tilda Swinton se presenta en escena, acostada en una cama junto a un traje de hombre que parece un cadáver, empiezo a sospechar que esta historia no terminará igual que la de Cocteau.
El personaje de Tilda Swinton tiene un smartphone y viste de Balenciaga. En su apartamento hay libros de Alice Munro y F. Scott Fitzgerald, pinturas de Giorgio de Chirico y Artemisia Gentileschi. También hay cajas de Diazepam en los cajones de su baño. Por mucho tiempo ha deseado que su amante regrese, que le hable como si tuviera azúcar en la lengua. Ahora se pinta los labios para recuperar el color de los vivos y le da un ultimátum: que venga a recoger todas sus malditas cosas.
La música es una de las cualidades que más aprecio de las películas de Almodóvar. Han pasado cuatro años desde el estreno de La voz humana. Olvidé parte de la banda sonora que Alberto Iglesias compuso para la ocasión, pero recuerdo mi diálogo imaginario. Sentada en una butaca del cine le pregunté a Almodóvar, muy seria: ¿por qué no incluyó “Amor de mis amores” en la película? ¿Qué pasó ahí, don Pedro? Usted la conoce. Título original: Que nadie sepa mi sufrir, vals peruano de manufactura argentina, pieza indispensable de cortavenas session. El diálogo imaginario, en el que Almodóvar se abstuvo de exponer sus opiniones, derivó en una sugerencia que consideré más adecuada para la historia. ¿Por qué no le hizo un guiño a Édith Piaf introduciendo su voz en una escena?
A menudo me acuerdo de un bar de Bogotá que visité durante tres semanas casi todos los días. Una mañana que llegué tarde a desayunar –como ocurría cada vez que me extraviaba por las calles de Teusaquillo– estaba sonando La foule. Los muchachos de JuanBarista tenían una discusión sobre algo que les parecía un extraño fenómeno. ¿Édith Piaf estaba cantando Que nadie sepa mi sufrir en francés, o fue que a los latinoamericanos les gustó tanto que le colocaron su bandera de conquista?
Édith Piaf la había escuchado en Buenos Aires en 1953. Cuando regresó a París le tarareó la melodía a Michel Rivgauche y le dijo que quería su propia versión de los hechos. En esa historia no tendría lugar la tirana que cambia la suerte del pobre desdichado. Aparecería una muchedumbre embriagada de júbilo y, entre toda esa gente, un hombre y una mujer –la voz cantante– arrastrados por la marea humana que los acercaba y los alejaba.
La foule parece una metáfora del destino que se interpone entre la mujer y el deseo de permanecer abrazada al amante, que va y que viene, en medio de las risas y las luces que su grito desesperado apagará después, cuando en ese baile de locos que es la vida, la multitud acabe llevándolo muy lejos.
Escuchar la canción mientras repaso el significado de la letra francesa, me hace pensar en la irrefutable capacidad de Édith Piaf para representar el papel que le escribió su amigo. Era la indicada. Cocteau lo sabía. Sabía que si había alguien capaz de transmitir el dolor del abandono era ella. Tal vez se sintió intimidada por la clara consciencia de su fuerza y su fragilidad, un nudo de dos lazos que se desataba en su garganta como la alharaca de un gorrión insólito.