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La señora Hilda aprovechó la tregua que concede el calor durante las primeras horas de la mañana. Se levantó antes de las seis para sustituir todas las macetas por nuevos tarros de plástico transparente. Cuando sonó su teléfono, trató de sujetarlo con un trapo. Estaba cubriendo las raíces de las orquídeas con una mezcla de sustrato y carbón vegetal. La maniobra con el trapo no resultó fácil. Usó la punta del meñique para aceptar la llamada y poner el altavoz.
Contrario a lo que pensó en un primer momento, Gladys no llamaba para decir que llegaría con retraso o que, a causa de un inconveniente, no iba a trabajar ese día. Con un tono de voz que mezclaba preocupación y timidez, le preguntó a la señora Hilda si podía pasar la noche en su casa.
Era la segunda vez en dos semanas. A la señora Hilda no le molestaba que Gladys y su hija de nueve años se quedaran a dormir. Se había acostumbrado a que le hicieran compañía. De hecho, le gustaba que la casa no estuviera tan sola. La niña llegaba por la tarde, cuando salía de la escuela. Se sentaba en el escalón del umbral de la cocina, bostezando de agotamiento después de la jornada escolar, diciendo que era capaz de comerse un caldero de arroz, una olla de habichuelas y una vaca. Al verlas juntas, la señora Hilda solía pensar que eran muy parecidas. Podían pasar por hermanas. Las dos tenían esos graciosos hoyuelos que se forman en las mejillas de algunas personas cuando sonríen. Las dos tenían la mirada asustadiza de los seres que imploran ser amparados.
Pueden pasar cosas terribles en dos semanas. Los titulares dicen que a Karen Dalisbet Arias la encontraron con un balazo en la cabeza. Que a Sixta Villar de Jesús le dispararon en plena calle. Que Sujeiri Castillo recibió varios disparos mientras compartía con unas amigas. Que a Raisa Guzmán la mataron con un arma blanca. Que Isabel Pimentel tenía tres disparos en la cabeza. Que el cuerpo de Liann Kattielle Guerrero recibió varios impactos de bala. Que a Miledys Carrasco le dispararon con una escopeta. Que a Daisy Margarita Encarnación también la mataron con un arma punzante. Que alguien dijo: “Fue un crimen pasional”.
La señora Hilda se sorprendió de que Gladys se presentara esa mañana con la niña. Dijo que estaría más tranquila si su hija permanecía cerquita de ella. Antes de que pasaran a instalarse en el cuarto de atrás, la señora Hilda quiso hablar con Gladys. Le extendió un sobre y le aconsejó que se fueran al sur, al pueblo de su hermana. “Hoy mismo, en la próxima guagua que salga para allá”.
Los aires estaban quietos. En el cielo no se avistaban señales del aguacero que la oficina de meteorología venía anunciando desde ayer. “En esta tierra solo llueve sangre —pensó la señora Hilda—. Que el altísimo las proteja de convertirse en cifra, en nombre que se olvida pronto, en pena que se clava en el corazón de los huérfanos de los que no se habla más”.