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Maya Angelou y James Baldwin eran amigos íntimos. De vez en cuando tenían conversaciones como esta:
—Me alegra decir que el hombre del que estoy enamorada está enamorado de mí. Ya sabes que estamos viviendo juntos, en California. Las cosas nos van bastante bien.
—¿Pero?
—Oh, Jimmy... ¿Puedes creer que me propuso matrimonio? Le he dicho mil veces que no me interesa esa institución. Pero él no deja de insistir.
—¿Tu reticencia a casarte con él tiene algo que ver con que sea blanco?
—Quizás.
—Pero que sea blanco no ha evitado que te enamores de él.
—No.
—Pero te impide hacer ninguna declaración pública de tu amor.
—Supongo.
—Ajá…
—Vamos, Jimmy. ¿Qué va a decir mi gente?
—Maya Angelou, hablas siempre de valentía, dices a todos que se atrevan a amar, pero tú no tienes valor. ¿Eres una hipócrita?
—¡Jimmy!
—¿Sabes una cosa, Maya? A la gente le resulta difícil actuar de acuerdo con su consciencia, porque actuar es asumir un compromiso, y asumir un compromiso equivale a estar en peligro.
James Baldwin estaba familiarizado con la experiencia de amar a quien se supone que no debía amar. La habitación de Giovanni, una de sus novelas más controvertidas por ser considerada popularmente como una “historia homosexual”, se sumerge en las implicaciones de este dilema. No era una etiqueta que complaciera a Baldwin. Detestaba que colocaran etiquetas delante de su obra. En 1984, durante una conversación que tuvo con el periodista y escritor Richard Goldstein, dijo que el tema de La habitación de Giovanni es mucho más amplio: “Habla sobre lo que te pasa cuando tienes miedo de amar a alguien. Que es más interesante que la cuestión de la homosexualidad”.
Su editor le aconsejó que no publicara esa historia. Es más, le hizo “el favor” de no publicarla para ahorrarle el disgusto de sentirse despreciado. En 1956, Baldwin era un intelectual que se había ganado el respeto de buena parte del público estadounidense. La otra parte no lo miraba con buenos ojos. Desde el punto de vista de su editor, la publicación de una novela que plantea abiertamente la relación homosexual entre dos hombres, acabaría echando por los suelos su carrera literaria. El mismo Baldwin era cuestionado por no ocultar sus preferencias sexuales. Publicar una novela ambientada en París sobre un joven estadounidense blanco y sus amoríos con un italiano que se convierte en su amante después de un primer encuentro en un bar gay, solo serviría para darle más munición a los detractores que tenía, no solo en la comunidad blanca, también entre los ciudadanos afroamericanos que acusaban a Baldwin de ser demasiado subversivo.
Para Baldwin no había otra alternativa. Una vez asumido el conflicto personal que supuso para él escribir la novela, publicarla era lo menos que podía y debía hacer. “Si no hubiera escrito ese libro –le dijo a Goldstein–, probablemente habría tenido que dejar la escritura por completo. La cuestión de los afectos humanos, de la integridad, y la cuestión de convertirme en escritor, están ligadas a la cuestión de la sexualidad”.
Baldwin no le pidió opinión a nadie antes de escribir el libro. Tampoco pensaba seguir los consejos de su bienintencionado editor. Se reconocía a sí mismo como un maverick (un término que se refiere al ganado que no lleva la marca de su dueño). ¿Lo azotarían en la picota pública como un mártir acusado una y mil veces de ser negro y homosexual? Si Estados Unidos pretendía intimidarlo enseñándole sus fauces de viejo lobo conservador, la primera edición de La habitación de Giovanni se publicaría en Inglaterra, dedicada a Lucien Happersberger –su amante– y con un epígrafe de Walt Whitman: “Soy el hombre, yo sufrí, yo estuve allí”.
Aquella conversación con Maya Angelou reafirma la idea de Baldwin sobre el riesgo de amar. Al margen del color de la piel, la preferencia sexual y otras consideraciones, “querer a alguien y ser querido por alguien es un enorme peligro y una enorme responsabilidad”. En nuestra forma de querer quedan reflejados los miedos de una sociedad aterrada ante la posibilidad de mirarse en el espejo despojada de sus múltiples caretas. Aprendemos pronto que, en función de nuestros deseos y lo alejados que estén de las expectativas de los demás, podemos ser señalados como las piezas defectuosas de un puzle en el que intentar encajar supone sufrir. Hay un aspecto fundamental sobre este tema que podríamos ilustrar con un pensamiento que Baldwin resumió en pocas palabras: “El amor está donde lo encuentras”.