Resulta que fui con mi padre a la joyería de un viejo amigo suyo. Quería ajustar la pulsera de un reloj que su nuera le regaló por su cumpleaños. A veces siento el impulso de sostener su mano, como hacía él conmigo cuando era pequeña, pero enseguida me arrepiento. Después de su convalecencia del verano pasado, se resiste a que lo sigan tratando con ñoñería. Cuando llegamos a la altura del “tres plantas”, señaló la azotea del edificio y me preguntó: “¿Yo te conté lo que pasó ahí?”.
Dicen que la voz es lo primero que olvidamos de los muertos. Un poema de Juliana Enciso, de su Diario de las dos veces, me recuerda que hay voces...