Publicidad

Un corazón hambriento

Sorayda Peguero Isaac
28 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

Distanciarse era un requisito necesario para lograr la vida que quería. Aunque lo pensara constantemente, no podía planear una fuga que tuviera efectos duraderos. Era muy joven. Tenía que conformarse con las ventajas de un exilio irregular: abandonar el camino de la escuela, tomar la ruta del bosque con su mochila llena de libros y sentarse junto al riachuelo con los pantalones recogidos por encima de las rodillas, o tumbarse sobre una alfombra de hierba con la única compañía de los amigos fantasmales que extendieron un puente entre los dos mundos que habitaba.

Mary Oliver adoraba a un puñado de poetas muertos. A uno de ellos en particular, el hermano mayor que nunca tuvo, un modelo creativo que la acompañó en la luminosidad del bosque y en la oscuridad de su cuarto. “Whitman brillaba en la penumbra de mi habitación, que empezaba a llenarse de libros, y cuadernos, y botas embarradas, y la vieja máquina de escribir Underwood de mi abuelo”.

He pensado en Mary Oliver y en lo que dicen sobre el deber de florecer donde estás plantada. Pienso en el trabajo de las flores. Sus raíces permanecen atadas al suelo, pero intentarán llegar tan lejos como les sea posible. Querrán alzarse contra su naturaleza estática haciendo uso de su inteligencia y sus encantos. Usarán su perfume, su néctar y sus colores para atraer abejas y mariposas que participen en su proyecto de expansión por todo lo ancho y largo de esta tierra.

Hay un fenómeno extraordinario que ha sido estudiado por investigadores de varias universidades de Europa. Cuando las semillas de diente de león flotan en el aire, el viento pasa alrededor y a través de los filamentos que se sostienen en el tallo como una borla blanca. Así se crea el vórtice que impulsa las semillas hacia arriba. Estas semillas pueden recorrer largos kilómetros, adecuando su dinámica de cierre y apertura de filamentos a las condiciones meteorológicas más favorables para el aterrizaje triunfal que dará paso al nacimiento de un nuevo diente de león.

Las flores expresan, con su propio lenguaje, lo que Whitman decía en unos versos que le gustaban a su autoproclamada hermana pequeña: “Mi voz llega donde mis ojos no alcanzan”. En eso consiste el trabajo de una flor. En eso consiste el trabajo de un artista.

Florecer donde has sido plantada, y tener que cerrar tu habitación con llave mientras estás dentro, no es sencillo. No lo es cuando te estremeces al oír los pasos que avanzan de madrugada por los peldaños de la escalera. No lo es cuando saltas por la ventana y sales corriendo con un libro y una libreta en el bolsillo de atrás, alejándote de las manos que te tocan donde sabes que no debes ser tocada. No lo es cuando los incrédulos vomitan sus oscuras profecías sobre ti.

Los niños carecen de la autonomía indispensable para salir de situaciones de abuso. Mary Oliver decía que “cualquier cosa que sirva para que un niño supere tales circunstancias es, por lo tanto, un alivio y una bendición”. La poeta de Ohio encontró su refugio en la naturaleza y la literatura. En sus poetas muertos y en las diminutas criaturas que bordean los contornos de las hojas. El sufrimiento no es una condición imprescindible para desarrollar un arte, a menos que se quiera preservar la idea romántica del artista martirizado. Pero en algunas ocasiones, los límites impuestos por la crueldad alientan la búsqueda de un estado de supervivencia en el que coexista el dolor con la esperanza de encontrar un motivo por el que valga la pena vivir. Esa búsqueda puede convertirse en el puente que conecta el sufrimiento del artista con la sensibilidad de sus semejantes.

Mary Oliver se marchó de su casa dos días después de su graduación en la escuela secundaria Maple Heights. La decisión de su exilio fue consciente y definitiva. Era lo que necesitaba. Un corazón hambriento como el suyo tenía que rebelarse contra el tiránico deber de permanecer donde brotaron sus primeras raíces. “(…) quería / que mi vida se cerrara, y se abriera / como una bisagra o un ala, como esa parte de la canción cuando estalla / contra las piedras: una explosión, un descubrimiento; quería / apurarme en el trabajo de la vida; quería saber, / quienquiera que fuese, que estaba viva / viva / por un rato”.

sorayda.peguero@gmail.com

Temas recomendados:

 

Claudia(73667)Hace 2 horas
Que bien lo expresa. Felicitaciones por un artículo impecable!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar