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Una madre

Sorayda Peguero Isaac
13 de mayo de 2023 - 02:05 a. m.
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Sabía que no era la mejor hora para mi primera visita. El tránsito en Santo Domingo se vuelve especialmente caótico después de las seis de la tarde. El sol se había ocultado por completo cuando el taxista se estacionó delante de la casa. Un vigilante que estaba sentado en un taburete le quitó el candado al portón y me dijo que esperara en la galería. “Pase, señorita. Sor Carmen viene ahora”.

Era una mujer bajita vestida con un hábito de color crema. Seguía pensando cómo iba a presentarme. Resumiendo: “Lo que vine a decir es que quiero ser voluntaria. Puedo estar aquí los sábados por la tarde y algunos días festivos”. Me invitó a pasar al comedor y me hizo unas cuantas preguntas. Los pequeños habitantes de la casa, que estaban cenando sardinas, inspeccionaban cada uno de mis movimientos. Esa misma semana empecé a frecuentar la Casa Rosada y me autonombré gestora de tiempo libre.

La Casa Rosada es un hogar, escuela y hospital para niños huérfanos. Las madres y los padres de la mayoría habían fallecido a causa del sida. Cualquier alteración en su rutina, por pequeña que fuera, era vista por ellos como una gran aventura. A veces me convencían para que me quedara a dormir. Yo no estaba acostumbrada a invocar el sueño antes de la medianoche. Siempre acababa desvelada. Una madrugada escuché un ruido que venía de la sala de juegos. Me asomé a la ventanita del baño y vi a sor Carmen saliendo de su habitación con una escoba. Era la primera vez que la veía sin el hábito, con una bata larga y la cabeza descubierta. Dios mío, ¿sor Carmen es bruja?

Salí al pasillo y le pregunté si no era demasiado temprano para limpiar. No eran ni las cuatro de la mañana. Me dijo que en el barrio había un manco que la tenía en zozobra. Usando su único brazo, se gabeaba por los muros de la parte trasera y salía con un cargamento de juguetes que vendía en el mercado de pulgas los domingos.

“¡Mecachis en la mar!”. Sor Carmen lo decía cuando se ponía brava. Los españoles tienen la rara manía de decir que se cagan en todo: en la leche, en los muertos, en las muelas, en la cuna, hasta en la hostia. Tengo la teoría de que el “mecachis” es un eufemismo inventado por una monja del siglo XIX. Si alguien donaba ropa o juguetes en mal estado, corría el riesgo de devolverse por donde vino con un “mecachis”. En el reparto azaroso de la fortuna, a los niños de la casa no les tocó la mejor parte, pero eso no quería decir que debían conformarse con lo peorcito de las sobras. El mayor empeño de sor Carmen era que cultivaran un elevado sentido de su dignidad.

No sé qué era más insólito: una monja bruja o un manco ladrón. Sor Carmen creía que la escoba serviría para amedrentar al maleante. Le sugerí que regresara a su dormitorio y que se pusiera su ropa de batalla. El hábito y la escoba le darían un aspecto intimidatorio que resultaría más efectivo en la oscuridad. Yo estaría atenta a la retaguardia. Al entrar en el cuarto de juegos, Mafalda no pareció muy sorprendida. La pequeña rottweiler de los niños salió corriendo con un rehén en la boca que identificamos como la señora jirafa.

Bajamos a la cocina y nos pusimos a echar cuentos mientras preparábamos un té. Sor Carmen conservaba su acento y el mar de Galicia en los ojos. Esa madrugada le dije que tenía que confesarle una cosa. Vi el anuncio de un rancho privado en el periódico. Tenían piscina, monos y ponis. Llamé para proponerles que les regalaran un pasadía a los niños. “¿Cuál es la congregación que dirige el centro?”. Las Hijas de la Caridad, dije yo. Mi interlocutor dio por sentado que quien le hablaba era la hermana sor Aida. Me pidió la bendición, que le di con mucho gusto, y reservó una fecha para la próxima semana. “Hágase la loca, sor Carmen. No me vaya a delatar”.

“¿A quién se le ocurre que tú vas a ser monja?”. La idea no me pasó por la cabeza ni en mis peores crisis adolescentes. Le pregunté cómo lo supo ella. ¿Es posible que alguna vez imaginara una vida distinta? ¿Había dejado algún corazón partío en La Coruña? “Esto que soy es lo que siempre he querido —me dijo—. Soy una madre. Hay pedazos de mi corazón caminando fuera de mi cuerpo”.

sorayda.peguero@gmail.com

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Álamo(88990)14 de mayo de 2023 - 02:28 a. m.
¡De fábula! Fabuloso par de madres, Sor Aida. Gracias.
Maribel(27840)13 de mayo de 2023 - 10:48 p. m.
Sor Ayda me hizo llorar, alcancé a oírlas conversar en en el hogar...que paz.
Juan(3racf)13 de mayo de 2023 - 04:56 p. m.
Maravillosa.
Melmalo(21794)13 de mayo de 2023 - 04:27 p. m.
Gran ejemplo el de la religiosa de cómo debe vivir el ser humano y hermosa descripción de parte de la columnista.
Bertha(45159)13 de mayo de 2023 - 02:42 p. m.
Un relato conmovedor para una celebración que se mueve entre el afecto y el comercio.
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