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                                                                                                                                Una madre

                                                                                                                                Sabía que no era la mejor hora para mi primera visita. El tránsito en Santo Domingo se vuelve especialmente caótico después de las seis de la tarde. El sol se había ocultado por completo cuando el taxista se estacionó delante de la casa. Un vigilante que estaba sentado en un taburete le quitó el candado al portón y me dijo que esperara en la galería. “Pase, señorita. Sor Carmen viene ahora”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Salí al pasillo y le pregunté si no era demasiado temprano para limpiar. No eran ni las cuatro de la mañana. Me dijo que en el barrio había un manco que la tenía en zozobra. Usando su único brazo, se gabeaba por los muros de la parte trasera y salía con un cargamento de juguetes que vendía en el mercado de pulgas los domingos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Bajamos a la cocina y nos pusimos a echar cuentos mientras preparábamos un té. Sor Carmen conservaba su acento y el mar de Galicia en los ojos. Esa madrugada le dije que tenía que confesarle una cosa. Vi el anuncio de un rancho privado en el periódico. Tenían piscina, monos y ponis. Llamé para proponerles que les regalaran un pasadía a los niños. “¿Cuál es la congregación que dirige el centro?”. Las Hijas de la Caridad, dije yo. Mi interlocutor dio por sentado que quien le hablaba era la hermana sor Aida. Me pidió la bendición, que le di con mucho gusto, y reservó una fecha para la próxima semana. “Hágase la loca, sor Carmen. No me vaya a delatar”.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                “¿A quién se le ocurre que tú vas a ser monja?”. La idea no me pasó por la cabeza ni en mis peores crisis adolescentes. Le pregunté cómo lo supo ella. ¿Es posible que alguna vez imaginara una vida distinta? ¿Había dejado algún corazón partío en La Coruña? “Esto que soy es lo que siempre he querido —me dijo—. Soy una madre. Hay pedazos de mi corazón caminando fuera de mi cuerpo”.

                                                                                                                                sorayda.peguero@gmail.com

                                                                                                                                Sabía que no era la mejor hora para mi primera visita. El tránsito en Santo Domingo se vuelve especialmente caótico después de las seis de la tarde. El sol se había ocultado por completo cuando el taxista se estacionó delante de la casa. Un vigilante que estaba sentado en un taburete le quitó el candado al portón y me dijo que esperara en la galería. “Pase, señorita. Sor Carmen viene ahora”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Salí al pasillo y le pregunté si no era demasiado temprano para limpiar. No eran ni las cuatro de la mañana. Me dijo que en el barrio había un manco que la tenía en zozobra. Usando su único brazo, se gabeaba por los muros de la parte trasera y salía con un cargamento de juguetes que vendía en el mercado de pulgas los domingos.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                “¡Mecachis en la mar!”. Sor Carmen lo decía cuando se ponía brava. Los españoles tienen la rara manía de decir que se cagan en todo: en la leche, en los muertos, en las muelas, en la cuna, hasta en la hostia. Tengo la teoría de que el “mecachis” es un eufemismo inventado por una monja del siglo XIX. Si alguien donaba ropa o juguetes en mal estado, corría el riesgo de devolverse por donde vino con un “mecachis”. En el reparto azaroso de la fortuna, a los niños de la casa no les tocó la mejor parte, pero eso no quería decir que debían conformarse con lo peorcito de las sobras. El mayor empeño de sor Carmen era que cultivaran un elevado sentido de su dignidad.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Bajamos a la cocina y nos pusimos a echar cuentos mientras preparábamos un té. Sor Carmen conservaba su acento y el mar de Galicia en los ojos. Esa madrugada le dije que tenía que confesarle una cosa. Vi el anuncio de un rancho privado en el periódico. Tenían piscina, monos y ponis. Llamé para proponerles que les regalaran un pasadía a los niños. “¿Cuál es la congregación que dirige el centro?”. Las Hijas de la Caridad, dije yo. Mi interlocutor dio por sentado que quien le hablaba era la hermana sor Aida. Me pidió la bendición, que le di con mucho gusto, y reservó una fecha para la próxima semana. “Hágase la loca, sor Carmen. No me vaya a delatar”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                sorayda.peguero@gmail.com

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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